miércoles, 2 de noviembre de 2016

La caseta, el comienzo de la terraza y los charcos de la Playa de Martiánez

           Narro en esta tercera crónica dedicada a la Playa de Martiánez, como el establecimiento de la primera construcción llevada a cabo por D. Ruperto Armas Fernández-Trujillo y gestionada posteriormente por D. Antonio Castro Díaz, cambió la fisionomía de la playa, pues fue el comienzo de lo que luego sería la gran Terraza de Martiánez. Andando el tiempo, se construyó además otra terraza de igual longitud pero más estrecha, más baja y más cercana al mar, quitándole terreno a la playa. En esta última terraza se colocaron de trecho en trecho, una serie de pivotes de hierro unidos a una cadena del mismo metal, que protegía a los usuarios de las caídas a la playa, y que tenía cuatro tramos sin cadenas, provistos de escaleras que permitían el acceso a la arena.
Comento a continuación, los diversos charcos para la toma de baños de mar que tenía la playa, tanto por el lado oeste como eran el Charco del Molino, el Charco de la Coronela y el Charco de los Piojos, como por la zona más al este, como el Charco de la Soga. Este último se revalorizó con la construcción del espigón que saliendo de la playa se adentraba en el mar, hasta las rocas de la Restinga más cercana a la costa, y fue enormemente popular cuando empezaron a llegar los turistas en cantidades notables.                                                                                                                          La caseta de la terraza de la Playa de Martiánez
Finalizando los años veinte, con la terraza de la Playa de Martiánez sin construir, Ruperto Armas Fernández-Trujillo, un empresario de la localidad portuense que había instalado ya un servicio de coches regulares entre el Puerto de la Cruz y La Orotava y que además ejercía de fotógrafo, solicitó permiso al ayuntamiento portuense el 19 mayo de 1928, para construir en la zona de Martiánez una caseta en forma de chalet. En su petición, adjuntaba un plano de la zona de Martiánez situada frente al Thermal Palace, para establecer en ella un bar y, según se dice en el libro de actas para “facilitar el funcionamiento de otras casetas para baños”, que en número de doce había solicitado. 
Tanto el ayuntamiento portuense como la Comandancia de Marina de la provincia, autorizaron la construcción con fechas 6 de julio de 1928 y 29 de junio de 1928, respectivamente, poniendo como condición el consistorio portuense, que la obra debía comenzar en el plazo de un mes y terminar en un periodo máximo de diez meses.


Imágenes de la caseta y los vestuarios. Al fondo las obras del comienzo de la Piscina Municipal                                   paralizadas y los Llanos de Martiánez plantados de plataneras. Años 30-33
Asimismo, se le concedía permiso de usufructo de la citada caseta por veinte años y se le obligaba a hacerla desaparecer si el ayuntamiento se lo requería, una vez transcurrido este plazo, sin que tuviese derecho a reclamaciones de ningún tipo. Se añadía, también, que si el ayuntamiento en algún momento deseaba adquirir la construcción realizada para establecer un servicio municipal, podría hacerlo previo pago de un justiprecio, establecido por peritos designados por ambas partes, quedando obligado Ruperto Armas a aceptar este dictamen, fuese cual fuese su resultado.
En primer plano la caseta de Armas Trujillo-Castro Díaz. Detrás se ve parte del Thermal Palace. 
            Años 28-30. Foto de autor anónimo coloreada por Rafael Afonso Carrillo. 

Playa, terraza inicial con las casetas de baño y Llanos de Martiánez. Foto subida a 
                       Facebook por Rafael Llanos Penedo. En torno a 1930-35
Se establecía además, que durante el tiempo de ocupación de la caseta bar, debería abonar un canon anual de cien pesetas en el primer mes del año, a partir de 1929. En el permiso concedido, se obligaba al concesionario a atender a la limpieza de los parajes cercanos a su caseta, pues caso de no hacerlo, lo mandaría a hacer el ayuntamiento, cargando su coste al concesionario.

Playa de Martiánez con la caseta y la pequeña terraza. Al fondo el comienzo de la construcción de las                   Piscinas de Martiánez. Diciembre de 1931. Foto subida a Facebook por Agustín Miranda Armas.

Caseta y terraza de Martiánez. Primeros años 30. Detalle de la foto anterior 
                          subida a Facebook por Agustín Miranda Armas
Finalmente, se indicaba que esta concesión no tendría nunca carácter de monopolio y por ello no tendría ningún privilegio de ocupación de toda la zona de Martiánez, de modo que fuera del espacio que le había sido concedido, el ayuntamiento podría permitir el establecimiento de otras casetas idénticas o similares, señalando la distancia conveniente que debería existir entre ellas.
En la foto anterior, vemos que la caseta en su techo estaba exteriormente rodeada de varias barandillas metálicas para protección y que además, la terraza en su lado izquierdo, es decir, en el más cercano al Barranco de Martiánez, tenía una escalera para descender a playa. Aunque la imagen no es excesivamente nítida, me parece distinguir en la playa, a pocos metros de la terraza, una ducha para eliminar los restos de sal después de tomar un baño de mar.

La antigua caseta de Martiánez. A la derecha, al final de la pequeña terraza, pueden verse las casetas  vestuarios para los bañistas. Años 35-40. Foto de autor anónimo
Posteriormente, el 18 de agosto de 1928, Ruperto Armas Fernández-Trujillo volvió a dirigir una nueva instancia al ayuntamiento, señalando en ella, que tenía el propósito de instalar en la Playa de Martiánez otra caseta igual a la que por acuerdo del pleno del 6 de mayo de 1928 se le había concedido. Añadía además, que se proponía edificar dicha nueva caseta a una distancia de diez metros hacia el norte de la que en la aquel momento estaba construyendo, indicando que solicitaba que en caso de que fuese aprobada su solicitud, no se le obligase a construir esta segunda antes de terminar la primera, con la que iría unida por medio de un puente o terraza.

De acuerdo con un escrito emitido el seis de agosto 1956, D. Pedro Martínez López, actuando como interventor de fondos del ayuntamiento portuense, certificó que en 1928 el ayuntamiento se había gastado 5.465,97 pesetas en el arreglo de la explanada de Martiánez, lo que nos permite conocer que casi desde el mismo instante en que construyó la caseta en cuestión, estaba hecha la terraza baja completa y una importante parte de la explanada superior en la que se asentaba la caseta.
Ignoro los detalles concretos, pero poco tiempo después estaba D. Ruperto Armas Fernández-Trujillo en colaboración con D. Antonio Castro Díaz formando una sociedad civil, aunque pronto surgieron desavenencias entre los socios que motivaron un pleito que se sustanció en 1931, declarando en la sentencia del pleito disuelta la citada sociedad. 

En dicha sentencia, el juez condena al demandado, D. Antonio Castro Díaz, a que se reúna con el demandante, D. Ruperto Armas Fernández, para liquidar las cuentas pendientes de la sociedad que el juez declaró disuelta. La liquidación consistió en la deducción del importe íntegro obtenido por todos los conceptos en el negocio por Antonio Castro Díaz, del valor que tuviera la concesión establecido por tasación pericial, así como la cantidad invertida en la construcción del pabellón y del sobrante, deduciendo los gastos por partes iguales de la explotación correspondería la mitad a cada uno. En otras palabras, se reconoció por parte del juez, que la construcción había sido hecha con el capital inicial aportado por Ruperto Armas Díaz  y por tanto, se devolvía a este el gasto realizado en la construcción, repartiendo además los otros gastos de explotación y los beneficios a partes iguales.
Posteriormente encontramos a Antonio Castro Díaz como único propietario de la citada concesión, que duró mucho tiempo sobre la terraza de la Playa Martiánez y que coexistió con el Thermal Palace, ya en la época de casi total decadencia de este último, tal como podemos en ver en la foto siguiente.
              Caseta de D. A. Castro Díaz. Detrás se ve parte del Thermal Palace. Años 28-30. Foto de                autor anónimo coloreada por Rafael Afonso Carrillo
He podido localizar imágenes de la zona en la que se aprecia el citado kiosco en plana actividad, incluso en una ellas se ve la Banda Municipal amenizando el paseo de los caminantes y de los que consumían sentados a las mesas situadas en la terraza. 

La Banda de Música portuense amenizando el paseo por la terraza, en la que se ve la caseta. 
                                                    Años 30. Foto de autor anónimo.
Caseta de Antonio Castro Díaz, los tarajales y al fondo, el Acantilado de Martiánez todavía intacto. 
                                               Años 30. Foto de autor anónimo.
He encontrado información adicional de que al menos durante algunas épocas, el citado bar lo cedió D. Antonio Castro Díaz a otras personas  para su explotación y así encontramos en 1931 a D. Enrique Trenkel, que por entonces dirigía el Hotel Martiánez, regentando el kiosko bar citado y en junio de 1932 se abonó a D. Hermann Swieteck, concesionario del bar caseta, la cantidad de 15,15 pesetas, por el concepto de un refresco ofrecido en la Playa de Martiánez por orden de la alcaldía portuense, para festejar a los maestros y niños de Guía de Isora, que visitaron esta población. Se dio asimismo las gracias a D. Antonio Topham Suárez, por haberles ofrecido a los niños una sesión gratuita de cinematógrafo en el Teatro Topham, sufragando de su peculio todos los gastos.

En el citado año 1932, el mismo Hermann Swieteck, mencionado como dueño del bar de la Playa de Martiánez, término que probalmente englobaría el de concesionario, cobró al ayuntamiento portuense, la cantidad de 78,05 pesetas, importe del refresco servido a los ancianos desamparados de la ciudad de La Laguna y a sus acompañantes y finalmente, el 26 de junio de 1933, se abona al mismo concesionario 245 pesetas, en concepto del importe de la comida servida en el Bar de la Playa de Martiánez, como obsequio de la alcaldía presidida en ese momento por el socialista Florencio Sosa Acevedo a la comisión examinadora, constituida por el claustro profesores del Colegio de Segunda Enseñanza de esta localidad y los profesores del Instituto de La Laguna, desplazados a esta localidad para examinar a los alumnos del citado colegio.      
En octubre de 1930, ya con el Thermal Palace retirado de la Playa de Martiánez, Adolfo Wildpret solicitó permiso al ayuntamiento portuense para llevar a cabo los trabajos destinados a levantar la tubería de su propiedad, que habían tendido por la playa a lo largo de este edificio. su padre y su tío, Gustavo y Guillermo Wildpret, respectivamente, durante la construcción del Thermal Palace  El ayuntamiento le concedió el permiso solicitado, haciendo constar que debía dejar el terreno en la misma situación en que se encontraba antes de empezar la obra, obligándole como garantía, a depositar una fianza.
Las casetas vestuarios construidas a la par que la caseta bar, poco tiempo después fueron trasladadas de lugar y situadas a la derecha del edificio, ampliándose así la terraza hacia el este, es decir hacia el Barranco de Martiánez, tal como se aprecia en la fotografía siguiente. 

En  los años 30 se amplió la terraza hacia el lado del Barranco de Martiánez y se desplazaron 
  las casetas vestuarios a esa zona, pero la terraza seguía incompleta. Foto de autor anónimo
En marzo de 1956, es decir 28 años después de la construcción del citado bar, el ayuntamiento comunicó a D. Antonio Castro Díaz como concesionario del bar y de su terraza, que una vez vencido el plazo de los veinte de años establecido en la concesión, daba por terminada ésta y que por tanto debía derribarla, tal como se establecía en el contrato, pues entre los planes del ayuntamiento estaba llevar a cabo la remodelación total de la zona y en este nuevo proyecto no tenía cabida la citada construcción. 
La carretera, la terraza con luz, los antiguos bancos de piedra y parte de la caseta 
                     de Antonio Castro Díaz. Foto de autor anónimo. Años 40-45.
Antonio Castro Díaz presentó posteriormente un recurso en contra de la resolución del ayuntamiento y el pleno municipal, después del consabido debate, acordó por unanimidad dar por terminada la concesión del bar terraza objeto del litigo y conceder un plazo de un mes para que una vez sustanciado el litigio, Antonio Castro Díaz, conjuntamente con Ruperto Armas Fernández Trujillo, hiciesen la obras pertinentes para hacer desaparecer la citada caseta bar de la terraza de la Playa de Martiánez.
 Esta resolución fue recurrida por Antonio Castro Díaz y después de diversas alternativas, el Tribunal Provincial Contencioso-Administrativo dictó una sentencia definitiva el 29 de mayo de 1957 por la que desestimaba la demanda del recurrente y absolvía al Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, dando así validez a la decisión de eliminar de la terraza la caseta objeto del litigio. La sentencia fue finalmente cumplida y la singular caseta de la explanada de Martiánez desapareció pocos tiempo después, aunque no he podido averiguar la fecha exacta, pero dado lo perentorio del plazo dado por el ayuntamiento es de suponer que antes de finales de 1957, tuvo lugar su demolición.                                                                                                                                                     
A pesar de la escasa calidad de la fotografía, se aprecia que en los años 60 ya no estaba en la                                                         terraza la caseta de D. Antonio Castro Díaz. Foto de autor anónimo.                                                                                                                                                                               Los Charcos del Molino, la Coronela y La Soga
Recuerdo que en la antigua Playa de Martiánez, los llamados charcos eran unas zonas de baño muy solicitadas, pues eran los lugares donde solían bañarse los niños que no sabían nadar, ya que, en general, eran pequeñas zonas de mar de escasa profundidad, rodeadas casi totalmente por rocas, que a pleamar quedaban cubiertas, pero que cuando la mar vaciaba, quedaban al descubierto.
Uno de estos llamados charcos era el conocido como Charco del Molino, que según la tradición, debe su nombre a que en el siglo XVIII el irlandés Bernardo Walsh o Valois, construyó un molino de gofio por la zona. En el plano del deseado Muelle de Martiánez, que puse en la crónica anterior, en su parte baja puede verse el dibujo del Molino de Valois donde parece que se hallaba situado en una relativamente zona cercana a donde se estableció mucho tiempo el Thermal Palace. Expongo a continuación un fragmento ampliado del citado plano donde se aprecia claramente el citado molino.
Era tradición que en más de una ocasión aparecieron por la zona marítima cercana, las clásicas piedras talladas groseramente que se usaban antiguamente para moler los cereales, probablemente caídas de los barcos que las descargaban periódicamente, para reponer piedras las rotas o inutilizadas.

En la parte superior, en el centro, se aprecia el dibujo del Molino de Valois y abajo a la izquierda,
                  la Ermita de San Telmo. Detalle de plano, expuesto en la crónica anterior. AHN
Otra de las bien conocidas zonas de baño era el llamado Charco de la Coronela, que según  la tradición popular, debía su nombre a que en él se bañaban la esposa y las hijas del coronel inglés Cecil Hubbard a finales del siglo XIX.  Presento a continuación dos fotos de la playa antigua en la que se muestra el citado Charco de La Coronela, en las que se aprecia claramente en la segunda, que se hallaba situado en la zona de playa situada relativamente cercana a donde posteriormente se situó el Hotel Tenerife Playa.

Imagen del desaparecido Charco de la Coronela de la Playa de Martiánez. Foto de autor anónimo
Imagen del desaparecido Charco de la Coronela. Al fondo a la derecha, se observan los faroles de 
                             la Avenida de Colón y el hotel Tenerife Playa. Años 60. Foto de autor anónimo.
La primera de las fotos siguientes muestra al coronel Hubbard y a su esposa y la segunda, a la Coronela (llamada así, sin duda, por el cargo militar que ostentaba su esposo) bañando a sus niñas en el citado charco. En realidad, las niñas no estaban bañándose sino remojando sus pies en el mar, y hay que comentar que a finales del siglo XIX, los baños de mar no estaban popularizados y la toma de sol en la cara se consideraba poco adecuada para las señoras de cierta posición social, pues las asemejaba hasta cierto punto a las trabajadoras, que por exponerse al sol mientras faenajaban, solían estar más morenas. Incluso, para aquellas mujeres que por naturaleza fueran de tez morena, se solía disimular este color, utilizando para ello adecuados cosméticos que situados sobre la cara, le daban un aspecto menos moreno.

                  El Coronel Cecil Hubbard y su esposa. Fotos de autor anónimo.
La esposa e hijas del Coronel Cecil Hubbard en el Charco de la Coronela. Foto de autor anónimo
Me parece interesante mencionar, que ya en el extremo cercano a la Plaza de San Telmo, estaba el llamado Charco de los Piojos, cuyo nombre claramente se debe a que en las épocas de verano, el mar arrojaba a la playa, una especie de sargazos que tenían unas pequeñas bolas, que los chicos y mayores de aquella época, acostumbraban a reventar apretándolos con los dedos o las uñas, de modo similar a como las madres mataban antiguamente a los piojos que molestaban las cabezas de sus hijos y se supone que de ahí deriva el nombre popular del citado charco. 
En las fotos siguientes, muestro la zona donde se encontraba el mencionado Charco de los Piojos y los sargazos que se supone dieron origen a su nombre.

El Charco de los Piojos, situado cerca de la Plazoleta de San Telmo. Foto de autor 
                                   anónimo coloreada por Rafael Afonso Carrillo.

          Sargassum flavifolium, o sargazo de fondo. Foto cedida por Fernando Viale Acosta.
En los charcos mencionados era posible pescar en épocas veraniegas romeros, pejeverdes, salemas, sargos, etc., que venían hasta estas zonas atraídos por el abundante comida que encontraban, pues eran ricas tanto en alimento vegetal como animal, ya que en ellos existía una notable cantidad de algas y pequeños camarones que pululaban por las aguas del charco y servían de alimento a los peces, que cuando la marea estaba subiendo, entraban en manadas en el charco.
También la zona era propicia para coger morenas y pulpos, capturándose las primeras por el llamado método del lazo, consistente en usar una vara larga en cuyo extremo estaba fijado con alambre metálico un anzuelo, que se ocultaba uniendo trozos de pescado o desechos de pulpo. El sistema estaba dotado de un lazo que envolvía ampliamente el anzuelo con la carnada y al tratar la morena de comerse el cebo introducía su cabeza en el lazo, y al tirar tiraba de la lazada quedaba atrapada. Antes de liberarla del anzuelo había que matarla dándole golpes contra las rocas, pues las morenas poseen unos dientes muy agudos cuyo mordisco puede hacer mucho dado y probablemente de este hecho deriva la antigua expresión popular "le dieron más palos que a una morena".
Los pulpos se cogían usando las llamadas poteras, que hasta cierto punto era un sistema similar al anteriormente descrito, pues se hurgaba con la vara provisto del anzuelo, en los escondrijos donde se suponía que podían estar agazapados. Había que sacarlos de su escondrijo y esto se hacía fácilmente usando trozos de pescado, preferiblemente morenas, que se fijaban al anzuelo de la potera. 
Ya en los rocas situados más hacia mar adentro pero en la misma zona anteriormente descrita, recuerdo la llamado Piedra del Diablo, donde se pescaban fácilmente viejas de tamaño mediano y grande, con pequeños cangrejos y erizos, cogidos los primeros debajo de las rocas de los charcos citados, y los segundos incrustados en las rocas que habían por doquier en el bajío. Las bocas de los erizos coloreados, llamadas científicamente linterna de Aristóteles, eran un bocado exquisito muy apreciado por este pescado y también por los naturales del país. Existía y existe, otro tipo de erizos llamados vulgarmente “cacheros” de color negro, que no solían ser comidos, pues su interior era lechoso, sin huevas y además poseían unas largas púas que si se clavaban eran muy dolorosas.  
Las viejas eran atraídas al pesquero engodando, es decir, lanzando al mar erizos machacados, con sus sabrosas huevas, algunas de las cuales no llegaban al mar porque antes de machacarlas, nos las comíamos y en muchos casos trabando en los anzuelos como cebo, bocas de erizo o pequeños cangrejos cogidos con anterioridad en los charcos citados.

                    Erizo de mar con sus huevas (gónadas) de color naranja comestibles. Fotos de autor anónimo.                        
La zona de baño de Martiánez y el Charco de la Soga
La playa comenzó a ser un atractivo turístico en las décadas de los años  40-50, en las que un incipiente turismo ya comenzaba a disfrutar con plenitud tanto de los baños de mar como de la toma de sol, aunque por esa época los bañadores utilizados escasamente permitían que la piel pudiese broncearse, pues poca porción de ella quedaba al descubierto.
En la foto siguiente se puede apreciar la zona central de la Playa de Martiánez, y en élla ya podemos ver, primero la concurrencia de hombres, algunos provistos de bañadores antiguos, algún bañista en albornoz e incluso un acompañante vestido de chaqueta y pantalón largo, junto con algunos que se me antojan nativos ya con bañadores tipo meyba, que para la época era todo un avance notable de modernidad.   

Bañistas en la Playa de Martiánez en la zona del Charco de la Soga. Década de los 40-50. Autor anónimo
Más adelante, ya rondando los años 50 del pasado siglo, el ayuntamiento portuense al frente del cual estaba el alcalde D. Isidoro Luz Cárpenter, decidió construir un muro que dividiese en dos la zona este de la playa, más utilizada para el baño que la oeste, que estaba mucha más erizada de rocas, con el objeto de que el baño en la época de invierno no fuese tan peligroso, pues el mar por esta época era y es más fuerte y las olas provocaban caídas y algunos apuros a los bañistas.

          Construcción del muro del Charco de la Soga. Década de los 40-50. Se reconocen
    a Isidoro Luz, Inocencio Hernández y a Basilio Herrera, albañil municipal. Autoa nónimo
Andando el tiempo, se añadió una gruesa cuerda que iba desde la roca más cercana al muro hasta la playa, lo que permitía a los bañistas en época de invierno, que era y sigue siendo la época en que más turistas extranjeros llegaban a nuestro pueblo, resguardarse de las fuertes mareas que azotaban de vez en cuando la Playa de Martiánez. A partir de ese momento, la zona de la playa más cercana al citado muro, fue conocida como Charco de la Soga, por razones obvias.

           El Charco de la Soga, a mar vacía. Foto de autor anónimo.

Bañistas en el Charco de la Soga. 1928-31. Fotos de autores anónimos coloreadas 
                                             por Rafael Afonso Carrillo.
Otra importante novedad fue el colocar en medio de la playa unas duchas con la que los bañistas, podían al terminar de tomar los baños de mar, quitarse la sal que quedaba adherida al cuerpo después del baño de mar, y que a la larga resultaba incómoda.

La terraza, la ducha de la playa y el Charco de la Soga. Foto de autor anónimo.
Espero que con estos comentarios se hayan podido hacer una idea los más jóvenes de como era nuestra Playa de Martiánez, en la segunda mitad del pasado siglo XX. 

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