miércoles, 16 de noviembre de 2016

La fiesta de San Juan, el proyecto de acuario, la trinchera y el fútbol en la Playa de Martiánez

            Narro en esta nueva crónica las antiguas costumbres con las que se celebraba el día de San Juan y una de ellas era comer en la Playa de Martiánez con la familia e incluso amigos. Aprovecho la ocasión para explicar por qué en agua salada las papas tardan más en guisarse y comento muy de pasada las antiguas costumbres de poner en papeles bien doblados, los nombres de varios de los chicos o chicas que le gustaban a cada cual y dejarlos toda la noche de la víspera de San Juan en un recipiente con agua, con la creencia de que aquel que se abría podría ser el elegido o elegida, según el sexo de quien metía los papeles.
        Comento seguidamente, un proyecto de acuario a establecer en la Playa de Martiánez, presentado por  Ruperto Armas Fernández, portuense ya citado en la crónica anterior en relación con la construcción de la caseta de la playa. A pesar de obtener un informe favorable, la construcción no se llevó a cabo, porque el pleno municipal, con buen criterio, le pidió que los planos que había hecho por su propia mano, era necesario que fuesen elaborados por un técnico cualificado, para poder dar el permiso solicitado, pero hasta donde yo he podido averiguar, nunca presentó los nuevos planos.
             Dedico un breve comentario a la llamada trinchera de Martiánez, explicando sus funciones y su desaparición, terminando con una amplia reseña dedicada al uso de una parte de la Playa de Martiánez como improvisado campo de fútbol, señalando que de aquí surgió una buena cantera de futbolistas que años más tarde, dieron tardes de gloria a los aficionados al fútbol de nuestro pueblo.
La fiesta de San Juan y la playa
A pesar de las escasas comodidades que ofrecía la Playa de Martiánez, yo recuerdo en mi niñez como en determinados días del año, tales como San Juan y San Pedro, esta playa se veía casi llena de improvisadas casetas hecha con maña y pocos medios, pues en la mayor parte de los casos sólo se empleaban sábanas usadas para confeccionarlas, pero eso si muy limpias, y unas cuantas cañas como soportes verticales sobre los cuales se situaban las sábanas.
Las tres fotografías siguientes muestran lo que digo, y se aprecia que se ocupaba tanto la zona este, es decir, la más cercana al Acantilado de Martiánez, como la oeste, que a pesar de ser más rocosa también era ampliamente utilizada en un día tan señalado, pues la zona de la mejor arena, es decir, la parte frente a la terraza, era la más rápidamente ocupada. 
Zona oeste de la Playa de Martiánez, un día de San Juan. Años 60. Foto de autor desconocido.
Zona este de la Playa de Martiánez, un día de San Juan. Foto de autor desconocido.
Los más mañosos eran capaces, con tres o cuatro cañas más y varias sábanas, de aumentar la superficie cubierta, para así poder dar sombra a casi toda la familia a la hora de comer, pues la inmensa mayoría de la gente tenía por costumbre comer en la playa los días señalados.
A este respecto me parece curioso comentar que mucha gente cocinaba la comida en la playa a la lumbre de una hoguera que se hacía sobre la misma arena, colocando unas maderas y ramas sobre varias piedras, sobre las que se ponían los calderos con la comida. Las papas solían guisarse usando el agua salada de la playa y recuerdo al respecto el comentario de que la cocción de las papas era mucho más lenta al usar agua del mar, que cuando se hacía en agua corriente. 
Casetas en la Playa de Martiánez, por San Juan. Foto Zinsel
Era un asunto de índole general que todo el mundo conocía y comentaba, pero al que yo sólo logré dar una explicación sensata cuando empecé a estudiar la carrera de Ciencias Químicas. En primer curso nos comentaban con cierta extensión, las propiedades de las disoluciones y entre éllas estaba el aumento del punto de ebullición del líquido cuando se añadía al agua sales disueltas y este era el caso del uso del agua del mar usada para hervir las papas, pues la sal ya estaba incluida en el agua y además, habitualmente se le añadía una cierta cantidad extra, para darle un cierto sabor salado a las papas.
Casetas en la Playa de Martiánez, por San Juan. Foto de autor anónimo. 
En ese momento comprendí el fenómeno popular que para mí era un misterio, la dificultad de cocinar papas en agua salada. La explicación estriba en que al añadir sal al agua del mar que ya contiene una cierta proporción, se aumenta el punto de ebullición del líquido en una cantidad directamente proporcional a la masa de sal añadida y disuelta, y ello provoca una ralentización de la cocción, pues se tarda más en alcanzar el punto de ebullición del agua salada que el del agua dulce, algo menor.
No recuerdo yo que en aquella época se hiciesen hogueras en la Playa de Martiánez en los días de San Juan, tal como se hacen actualmente en Playa Jardín, hacia donde, desde hace años, se ha trasladado la fiesta de San Juan, pues, aparte de las hogueras tradicionales que se siguen haciendo por los diferentes barrios, se queman grandes figuras de madera que una vez expuestas varias semanas en la calle, al final terminan en el fuego de las hogueras de San Juan.
Figura diablesca que se quemó en Playa Jardín. 2016. Foto de autor anónimo.
     Noche de San Juan en Playa Jardín, atestada de público. 2016. Foto de autor anónimo
          Hoguera en Playa Jardín por la víspera de San Juan. Foto de autor anónimo.
Como recordatorio de un pasado relativamente lejano, me parece curioso señalar que en el día de San Juan se acostumbraba a poner en un vaso con agua, papeles bien doblados con los nombres de chicas o chicos, en la creencia de que la persona que jugaba esta suerte, se casaría con aquella cuyo nombre figuraba en uno de los papeles que a la mañana siguiente aparecieran abiertos. En caso de que no se abriesen, era opinión generalizada que no se casaría y que por tanto se quedaría soltero o soltera. 
El proyecto de Acuario en la Playa de Martiánez
           El diez de diciembre de 1956, Ruperto Armas Fernández-Trujillo presentó una instancia en el ayuntamiento del Puerto de la Cruz, solicitando una concesión administrativa para la construcción y explotación de un acuario en la Playa de Martiánez. En su instancia daba las características técnicas del edificio a construir, señalando que tendría una superficie de alrededor de 160 metros cuadrados y que en la parte norte llevaría dos pequeños departamentos de 2,50 metros de largo por 2 metros de ancho. Uno de ellos se usaría como taquilla para la venta de entradas al público, mientras que en el otro se quería colocar una bomba para la extracción del agua salada, que debía ser renovada continuamente de los depósitos del acuario.
          En el plano que presentó, hecho de su puño y letra, se aprecian los cuatro depósitos para el agua del mar, y en la memoria se señalaba que quizás fuesen necesarios algunos más, debido a la dificultad que entrañaba la convivencia de diferentes especies en un espacio muy reducido.
Depósitos para los peces y frontispicio con el nombre ACUARIO MARÍTIMO. Proyecto presentado
por Ruperto Armas Fernández. 1956. Archivo Ayuntamiento Puerto de la Cruz.
Entre los departamentos anteriormente citados, se encontraba la puerta de entrada al acuario, que debería de tener de dimensiones 2,50 metros de altura por 2 metros de ancho; al lado de esta puerta irían dos ventanas de 1 metro cuadrado de superficie y sobre la puerta de entrada se colocaría una visera para dar luz indirecta al conjunto. En la parte sur del edificio, estaba la puerta de salida de 2 x 2,50 metros, y en el techo se preveía que iría colocada una claraboya de 4 x 2 metros, con persianas y techos de cristal,  que tenía como misión fundamental dar luz y ventilación al habitáculo, lo cual era imprescindible para la subsistencia de los peces. A poniente del edificio, iría un letrero luminoso con el nombre ACUARIO MARÍTIMO, tal como se aprecia en el dibujo anterior.
En el proyecto que se presentó en  el ayuntamiento, se indicaba que el presupuesto de la obra, que según el peticionario había sido establecido por peritos, ascendería a 300.000 pesetas, tanto por la carestía de los materiales necesarios, como por el elevado valor que tenían los cristales especiales necesarios para los depósitos, así como por el coste de la bomba de aspiración de agua y aire y la decoración del edificio.
Plano conjunto de la instalación según proyecto presentado por Ruperto Armas Fernández. 1956
         En el pleno municipal que se celebró el 19 de diciembre de 1956, los concejales por unanimidad acordaron que, si bien la idea le parecía buena e interesante, creían imprescindible que para su aprobación se presentase un proyecto suscrito por un técnico competente en la materia, para que después de un estudio detallado se llegase a una resolución favorable. Carezco de noticias de si se llegó a presentar un nuevo proyecto realizado por un técnico titulado, como le exigió el ayuntamiento, pues como podemos ver en las imágenes adjuntadas anteriormente, el presentado fue realizado por el propio Ruperto Armas Fernández-Trujillo, pero si sabemos con certeza que el susodicho acuario no llegó nunca a construirse en Martiánez.
El bunker o trinchera de Martiánez
Después de la Guerra Civil española y la alineación de España al lado de los alemanes e italianos en la Segunda Guerra Mundial, ya que si bien no participó como nación en ella, si envió un contingente de voluntarios englobados en la llamada División Azul, España estuvo en el punto de mira de los aliados y se llegó a pensar incluso, en una posible invasión de las islas que afortunadamente, nunca llegó a producirse, aunque parece que estaba prevista en 1941 en el Informe Pilgrin, que  jamás se llegó a efectuar por parte del ejército británico.
Se temía por parte británica, que si España se alineaba con Alemania e Italia, pudiera llevarse a cabo la reconquista de Gibraltar, que como es bien sabido permanece bajo dominio británico desde la firma del Tratado de Utrecht, que se celebró en la ciudad holandesa del mismo nombre, en 1713 y que puso fin a la llamada Guerra de Sucesión entre Inglaterra y España. Si este hecho se hubiera producido, Inglaterra hubiese perdido una importante baza en la guerra, pues la base militar de Gibraltar le servía como lugar de avituallamiento y punto para repostar su flote de submarinos que actuaba a lo largo del Océano  Atlántico.
Facsímil del Tratado de Paz ajustado entre las Coronas de España e Inglaterra en Utrecht en 1713.
Algunos autores han indicado que el objetivo prioritario de la Operación Pilgrin era la isla de Gran Canaria, llegando a establecer incluso, que el lugar previsto para el desembarco era la Bahía de Gando, punto estratégico elegido, pues se pensaba que con esa zona en manos inglesas, era factible bloquear la refinería existente en la isla de Gran Canaria y de paso, controlar asimismo el aeródromo cercano que por entonces se hallaba en Gando.
Esta situación provocó que en las poblaciones costeras de las islas se estableciesen puntos de vigilancia para alertar de una posible invasión aliada y en consecuencia, a lo largo de la mayor parte de las costas de las islas, se construyeron después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, pequeños refugios para vigilancia y defensa tipo bunquer, término que es la voz castellanizada de la palabra alemana bunker, que se usaba para designar un fortín o casamata que albergaba una o más ametralladoras o cañones.
En nuestro pueblo más que llamarlos bunquer, fueron conocidos con el nombre de trincheras y existieron varias que fueron repartidas a lo largo de nuestras costas. La que interesa para nuestro relato, es la que se estableció en la Playa de Martiánez, en la zona relativamente cercana al Charco de La Coronela, charco cuya situación ya describí en una crónica anterior.
Estas trincheras eran de perfil bajo, pues no sobresalían mucho más de un metro sobre la arena de la playa, si bien el suelo interior era más bajo, para que pudieran situarse de manera cómoda una a varias personas, que en nuestro caso, creo que sólo ejercerían labores de vigilancia, para controlar la llegada y posible desembarco de tropas en la playa. La vigilancia se hacía a través de una estrecha tronera abierta hacia el mar, de poca altura, pero de mucha mayor longitud, para poder abarcar así un mayor campo de visión. Se suponía que su misión principal era sólo alertar del posible desembarco,  pues se me antoja difícil o casi imposible controlar un desembarco con una sola trinchera.
Muestro a continuación, dos imágenes de la trinchera de Martiánez, relativamente recientes, pues la primera de ellas es de la década de los años 60 del pasado siglo y la otra, es incluso posterior.
                   La trinchera de Martiánez, situada en la cercanía del Charco de la Coronela. Detalle de                                                              foto subida a Facebook por Rafael Llanos Penedo.
Al centro y ligeramente a la izquierda se ve la trinchera de Martiánez, situada en las cercanías del Charco de                        la Coronela. Detalle de foto de autor anónimo, coloreada por Rafael Afonso Carrillo.
Esta trinchera permaneció en Martiánez hasta que las obras de remodelación de la playa la hicieron desaparecer en torno a la década de  1970. En las fotos anteriores, puede verse claramente la trinchera de Martiánez, que aproximadamente venía a quedar situada a la altura del desaparecido Charco de la Coronela o usando una terminología más moderna, casi frente a la zona en la que actualmente se halla situado el hotel Tenerife Playa.
A día de hoy, hasta donde yo conozco, me parece que sólo queda en pie en las costas de nuestro pueblo una de estas construcciones, que justamente recibe el nombre de La Trinchera y que está situada en la zona de San Telmo, cercana a las rocas del Penitente. Esta plataforma, desde la segunda mitad del siglo XX, ha servido como test de valentía para los chicos y chicas que acuden a San Telmo, puesto que treparse a ella escalando por las rocas y lanzarse después al mar, estaba reputado como una especia de credencial de valentía.
Debajo de la balconada del antiguo convento dominico se ve la trinchera 
                  de San Telmo. Foto de autor anónimo. Años 60
Fútbol en la playa y explanada de Martiánez y en la vieja cancha de tenis
           La Playa de Martiánez y particularmente la zona cercana a la desembocadura del barranco fue ampliamente utilizada como campo de fútbol, no tanto para jugar partidos como para hacer ronditos con pelotas de goma entre varios jugadores. Luego, una vez desentumecidos los músculos y sudado convenientemente, venía el baño en la playa, que refrescaba el cuerpo y eliminaba el sudor.
Las fotos siguientes dan clara muestra de ello, pues se aprecia en la primera nueve personas, de las que parecen jugadores ocho, pues Léster González, está vestido de calle y no parece que así participara. Los participantes eran (de izquierda a derecha) Léster González, un joven no identificado, Pascual Encinoso, Celestino Padrón con el balón en la mano, otra persona no identificada, Matías Suárez y Miguel Oramas. Delante está Eustaquio Encinoso y tendido en la arena, vemos a Jesús Hernández Martín, más conocido como el Maestro, que prácticamente todos los días, le robaba un poco de tiempo al mediodía para darse un baño en Martiánez y pelotear un rato.
Después del entrenamiento, posado para la foto y baño en el mar. Foto cedida por Luis Padrón.
Esta otra foto permite ver que la zona en que se solía jugar, estaba más allá de la caseta de Antonio Castro Díaz, con el objeto de no crear molestias a los bañistas, que en general preferían la zona central de la playa. En la imagen se ve, de pie, de izquierda a derecha, un joven no identificado, Juan José González, Germán Espinosa Córdoba, otro joven no identificado, Delfín Padrón (agachado), alguien con una especie de cereta en la mano y Francisco Martín, popular y cariñosamente llamado Pancho el Cubano. En cuclillas, de izquierda a derecha, una persona no identificada, Francisco Jiménez, Eustaquio Encinoso, conocido como Taquín, Miguel Oramas y otra persona que no he podido identificar.
Playeros jugadores de fútbol, en la parte este de la Playa de Martiánez. Foto cedida por Luis Padrón.
No sólo la zona de la playa fue empleada como improvisada cancha de fútbol, sino también se utilizó para ello la parte de la explanada de Martiánez que se encontraba al este de la terraza, entre la caseta de D. Antonio Castro Díaz y el Barranco de Martiánez. Se solía jugar descalzo y esto al comienzo, traía consigo la inevitable aparición de molestas llagas en la planta de los pies, que con tiempo dejaron de aparecer, pues la piel se endurecía formando una costra protectora, que evitaba la aparición de las incómodas llagas. En la foto siguiente, apreciamos de pie a Pascual Encinoso, Celestino Padrón Molina, Jesús Hernández Martín, y delante, en cuclillas, a Miguel Oramas y Eustaquio Encinoso.
Jugadores de fútbol en Martiánez, después de un partido. Foto cedida por Luis Padrón.
Con la utilización de la casa construida por la familia formada por D. Francisco García Gutiérrez y Dª. Antonia Sanz de la Dehesa, como hotel por la empresa Hoteles y Sanatorium de Puerto de la Cruz de la Orotava, pareció oportuno a los arrendatarios del hotel, construir un campo de tenis en las proximidades del hotel, para que sus clientes pudieran solazarse practicando este deporte. Luego, al correr de los años, el espacio referido dejó de utilizarse como cancha de tenis y se estableció en la zona un taller de mecánica general regentado por la familia Melián, pero la antigua cancha de tenis, siguió sin utilizarse durante años y ello proporcionó a los aficionados al fútbol, un improvisado campo, donde todos los fines de semana se jugaban muchos partidos entre dos equipos de entusiastas jóvenes aficionados, que se escogían sobre la marcha entre los futboleros presentes.
Los partidos se solían disputar preferentemente los sábados por la tarde y las mañanas de los domingos y el paso previo para poder jugar era confeccionar artesanalmente una pelota, que se hacía con papeles de periódicos viejos, aunque las mejores eran las que realizaban usando como materia prima el fuerte papel en que venían envasadas las bolsas de cemento, pues era mucho más resistente que el papel de los periódicos y por consiguiente, mucho más duradero. Una vez hecha la pelota con las bolsas, se solía recubrir externamente, colocando lo que en el argot futbolero llamábamos el guarda hilo, que no era otra cosa que una serie de hilos de acarreto, muy resistentes, cuya misión principal era evitar que las bolsas se expandieran arruinando así la pelota. Los hilos se trazaban siguiendo el clásico esquema de las bolas de mundo o mapamundi con las que estudiábamos geografía, es decir, trazando de arriba abajo, varios “meridianos” y posteriormente una serie más o menos simétrica de hilos horizontales alrededor, trabados sobre los verticales, que equivaldrían a los “paralelos”. En ocasiones, el conjunto se recubría con un calcetín viejo o una media de mujer desechada, que amortiguaba los golpes cuando había que jugar la pelota con la cabeza.
         En la imagen siguiente, se puede ver con mucha claridad, el desarrollo de uno de los muchos partidos, y en la parte superior de la imagen, se ve a la izquierda, el Hotel Las Vegas, ya en funcionamiento y el Hotel Valle Mar, todavía en construcción, lo que permite datar aproximadamente la fecha en torno a los años 1960-62. La improvisada cancha de fútbol subsistió hasta al llevarse a cabo la urbanización total de la zona de Martiánez fue desparecida. 
                    Improvisada cancha de fútbol, en el antiguo tenis de Martiánez. Al fondo asoman los                           hoteles Las Vegas, a la izquierda y el Valle Mar en construcción. 1960-62. Imagen cedida por Jesús González.
         También Pedro Fernández, conocido coloquialmente por Piqui, prestaba una zona dentro de la casa familiar, que anteriormente fue la sede del Hotel Martiánez, para que jugásemos al fútbol los fines de semana. En la foto siguiente se ve la zona en cuestión, que también fue utilizada en numerosas ocasiones para acoger las celebraciones dedicadas a los ancianos del asilo de La Laguna, que por la festividad de San Cristóbal, eran traslados gratuitamente por las taxistas laguneros hasta nuestro pueblo, donde solían ser agasajados con una merienda y bailes folklóricos canarios.

Cancha de fútbol situada en los jardines del viejo Hotel Martiánez. Foto cedida por Luis Padrón.
       A continuación, muestro otra imagen de los equipos contendientes en el jardín señalado anteriormente, y entre los jugadores que se hallan en pie, y de izquierda a derecha, reconozco a José Francisco Hernández Rodríguez (Quico), José Manuel Pérez Hernández (Catano), Jesús Hernández Martín, Luis Toste Osorio (dep), José Hernández Martín (Pepe), y José Miguel Abreu. Sentados, y también en el mismo sentido, Alberto Hernández Illada, Sebastián Pérez Hernández (Chano), Antonio Ortiz Hernández, Antonio Galindo Brito y Celestino Padrón Molina.   
                              Jardín del antiguo Hotel Martiánez, convertido en un improvisado campo de                                                                               fútbol. Foto cedida por Luis Padrón.


Campo de fútbol de San Carlos
          Inmediato a la Ermita de San Carlos existió un improvisado campo de fútbol que a la larga constituyó una excelente escuela de futbolistas, pues de allí surgió una generación de jugadores que llegaron a militar en el primer equipo de nuestro pueblo, el C. D. Puerto Cruz al que dieron muchas tardes de gloria.
          Los límites del campo de juego, que era de tierra arenosa, se señalaban situando piedras en sus márgenes que luego eran manchadas con agua de cal, para que resultasen más claramente visibles. Las porterías se fijaban señalando los márgenes con un pequeño montoncito de piedras y eso era todo lo que se ponía, pues lo demás, las ganas, el entusiasmo y las ilusiones las ponían los jugadores.
         Las personas que movieron este cotarro fueron Juan Pacheco García y Roberto Hernández Illada, que altruístamente dedicaron una parte importante de su tiempo al entrenamiento y formación física de los jóvenes de aquella época. Recuerdo que entre los equipos que jugaban estaban el Betis y el Estrella, respectivamente patrocinados, por los ya citados Juan Pacheco y Roberto Hernández.  
       Aprovechando la excelente memoria que aún conserva Juan Pacheco García, he podido reconstruir parte de la historia del fútbol que se desarrolló en el improvisado campo cercano a la Ermita de San Carlos. El me ha contado que incluso el Once Piratas, equipo fundado por el ya citado Roberto Hernández Illada, entrenaba durante la semana en este campo, donde habitualmente los sábados por la tarde jugaban el Betis y el Estrella.
           Los dos equipos contaron con madrinas y así, la del Betis fue Aurora Sanz, una joven hija de un empleado del Banco Exterior de España del Puerto de la Cruz, cuyo hermano Aurelio Sanz también fue un buen jugador de fútbol de aquella época. La madrina del Betis fue Candelaria Martín, hija del conocido empresario portuense Andrés Martín García.
           Los encuentros se celebraban con un cierto ritual y por ello tenían un árbitro, que aunque no fuese titulado por la Federación Tinerfeña, si estaba revestido de una notable autoridad moral, para que sus decisiones siempre fuesen aceptadas. Entre los árbitros,  recuerdo ver pitar a Celestino Padrón Molina (dep),  y Luis Saavedra Mora (dep), que fue un excelente jugador de fútbol.
          No me es posible, ni creo que sea de gran interés, citar la nómina de jugadores que pasaron por los equipos citados durante las temporadas 1957-58 y 1958-59, pero si me parece de justicia y además interesante, comentar que tanto el Estrella como el Betis, fueron un semillero de futbolistas, de cuya fusión para formar la U. D. Portuense, salieron conocidos deportistas que luego militaron en el C. D. Puerto Cruz, el club representativo de nuestra ciudad en la categoría de primera regional.
Así, y a riesgo de olvidarnos de alguno, entre Juan Pacheco y el que suscribe, hemos recordado entre los jugadores del Betis que luego pasaron al C.,D. Puerto Cruz a Gutiliano González Álvarez (conocido popularmente como Pineo) y entre los del Estrella a Elfidio García Alonso, los hermanos Carlos y Germán Espinosa Córdoba, Arturo Lorenzo Real, Segismundo del Pino, más conocido por Tito, Vicente Torres León, popularmente llamado el Mudo y Vicente Ravelo Hernández, conocido como el Chato.

La foto siguiente muestra un encuentro en la campo de la Playa de Martiánez entre los equipos Betis y Estrella. En la foto a la izquierda se aprecia a Juan Pacheco, mentor como hemos comentado del Betis, en el centro a Celestino Padrón Molina (dep), que actuó como árbitro y a la derecha a Luis Saavedra (dep) que lo hizo como linier. A la izquierda se encontraban los jugadores del Betis y a la derecha los del Estrella.
Partido en el campo de San Carlos entre Betis y Estrella. En torno a 1957. Foto cedida por Luis Padrón
           Dos lugares muy frecuentados por todos los amantes del fútbol de nuestra ciudad para hablar, cambiar impresiones y en ocasiones para discutir más o menos acaloradamente, fueron los carritos que regentaba el ya citado Juan Pacheco, situado, uno en el comienzo del posteriormente llamado Canal de Suez, a la altura de su cruce con la calle de San Juan y el otro, situado en la esquina noroeste de la Plaza del Charco, cercano al desaparecido Cinema Olympia.
Carrito de Juan Pacheco, situado en el cruce de las calles Quintana y San Juan. Foto de auto anónimo.
      Juan Pacheco, que siempre se comportó caballerosamente en su diario quehacer y muy particularmente en el mundo del deporte, me contó una anécdota que pone de relieve el entusiasmo y la pasión con que se llegó a vivir, y se sigue viviendo, el mundo fútbol. Me comentaba que en una ocasión en que estaba viendo un partido del Portuense en el campo de El Peñón, que por los años 60 del pasado siglo no tenía valla que separara la cancha de fútbol de la zona de los espectadores, se hallaba tan entusiasmado dando instrucciones y ánimos a sus jugadores, que inadvertidamente se introdujo unos cuantos metros dentro de la cancha, lo que provocó que el árbitro del encuentro, el portuense Lorenzo Pérez Carballo (dep),  le expulsara justamente por invadir el terreno de juego.

         Sirvan estas pinceladas, para dar una imagen de lo que significó el pequeño e improvisado campo de la Playa de Martiánez en el posterior desarrollo del fútbol de nuestra ciudad.



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