Narro
en esta nueva crónica las antiguas costumbres con las que se celebraba el día
de San Juan y una de ellas era comer en la Playa de Martiánez con la familia e
incluso amigos. Aprovecho la ocasión para explicar por qué en agua salada las
papas tardan más en guisarse y comento muy de pasada las antiguas costumbres de
poner en papeles bien doblados, los nombres de varios de los chicos o chicas que le gustaban a cada cual y dejarlos toda la noche de la víspera de San Juan en un recipiente con agua, con la
creencia de que aquel que se abría podría ser el elegido o elegida, según el
sexo de quien metía los papeles.
Comento seguidamente, un proyecto de
acuario a establecer en la Playa de Martiánez, presentado por Ruperto Armas Fernández, portuense ya citado en la
crónica anterior en relación con la construcción de la caseta de la playa. A pesar de
obtener un informe favorable, la construcción no se llevó a cabo, porque el
pleno municipal, con buen criterio, le pidió que los planos que había hecho por
su propia mano, era necesario que fuesen elaborados por un técnico cualificado, para poder dar el permiso
solicitado, pero hasta donde yo he podido averiguar, nunca presentó los nuevos planos.
Dedico un breve comentario a la
llamada trinchera de Martiánez, explicando sus funciones y su desaparición,
terminando con una amplia reseña dedicada al uso de una parte de la Playa de
Martiánez como improvisado campo de fútbol, señalando que de aquí surgió una
buena cantera de futbolistas que años más tarde, dieron tardes de gloria a los
aficionados al fútbol de nuestro pueblo.
La
fiesta de San Juan y la playa
A
pesar de las escasas comodidades que ofrecía la Playa de Martiánez, yo recuerdo en mi niñez como en determinados días del año, tales como San Juan y San
Pedro, esta playa se veía casi llena de improvisadas casetas hecha con maña y
pocos medios, pues en la mayor parte de los casos sólo se empleaban sábanas
usadas para confeccionarlas, pero eso si muy limpias, y unas cuantas cañas como soportes verticales
sobre los cuales se situaban las sábanas.
Las tres fotografías siguientes muestran lo que digo, y se aprecia que se ocupaba tanto la zona este, es decir, la más cercana al Acantilado de Martiánez, como la oeste, que a pesar de ser más rocosa también era ampliamente utilizada en un día tan señalado, pues la zona de la mejor arena, es decir, la parte frente a la terraza, era la más rápidamente ocupada.
Zona oeste de la Playa de Martiánez, un día de San Juan. Años 60. Foto de
autor desconocido.
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Zona este de la Playa de Martiánez, un día de San Juan. Foto de autor
desconocido.
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Los
más mañosos eran capaces, con tres o cuatro cañas más y varias sábanas, de aumentar
la superficie cubierta, para así poder dar sombra a casi toda la familia a la
hora de comer, pues la inmensa mayoría de la gente tenía por costumbre comer en
la playa los días señalados.
A
este respecto me parece curioso comentar que mucha gente cocinaba la comida en
la playa a la lumbre de una hoguera que se hacía sobre la misma arena,
colocando unas maderas y ramas sobre varias piedras, sobre las que se ponían
los calderos con la comida. Las papas solían guisarse usando el agua salada de
la playa y recuerdo al respecto el comentario de que la cocción de las
papas era mucho más lenta al usar agua del mar, que cuando se hacía en agua
corriente.
Casetas en la Playa de Martiánez, por San Juan. Foto Zinsel
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Era un asunto de índole
general que todo el mundo conocía y comentaba, pero al que yo sólo logré dar
una explicación sensata cuando empecé a estudiar la carrera de Ciencias
Químicas. En primer curso nos comentaban con cierta extensión, las propiedades
de las disoluciones y entre éllas estaba el aumento del punto de ebullición del
líquido cuando se añadía al agua sales disueltas y este era el caso del uso del
agua del mar usada para hervir las papas, pues la sal ya estaba incluida en el
agua y además, habitualmente se le añadía una cierta cantidad extra, para darle
un cierto sabor salado a las papas.
Casetas en la Playa de
Martiánez, por San Juan. Foto de autor anónimo.
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En
ese momento comprendí el fenómeno popular que para mí era un misterio, la
dificultad de cocinar papas en agua salada. La explicación estriba en que al
añadir sal al agua del mar que ya contiene una cierta proporción, se aumenta el
punto de ebullición del líquido en una cantidad directamente proporcional a la
masa de sal añadida y disuelta, y ello provoca una ralentización de la cocción,
pues se tarda más en alcanzar el punto de ebullición del agua salada que el
del agua dulce, algo menor.
No
recuerdo yo que en aquella época se hiciesen hogueras en la Playa de Martiánez
en los días de San Juan, tal como se hacen actualmente en Playa Jardín, hacia donde, desde hace años, se ha trasladado la fiesta de San Juan, pues, aparte de
las hogueras tradicionales que se siguen haciendo por los diferentes barrios,
se queman grandes figuras de madera que una vez expuestas varias semanas en la
calle, al final terminan en el fuego de las hogueras de San Juan.
Figura diablesca que se quemó en Playa Jardín. 2016. Foto de autor
anónimo.
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Noche de San Juan en Playa Jardín, atestada de público. 2016. Foto de autor anónimo
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Hoguera en Playa Jardín por la víspera de San Juan. Foto de autor anónimo.
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Como recordatorio de un
pasado relativamente lejano, me parece curioso señalar que en el día de San
Juan se acostumbraba a poner en un vaso con agua, papeles bien doblados con los
nombres de chicas o chicos, en la creencia de que la persona que jugaba esta
suerte, se casaría con aquella cuyo nombre figuraba en uno de los papeles que a
la mañana siguiente aparecieran abiertos. En caso de que no se abriesen, era
opinión generalizada que no se casaría y que por tanto se quedaría soltero o
soltera.
El proyecto de Acuario
en la Playa de Martiánez
El diez de
diciembre de 1956, Ruperto Armas Fernández-Trujillo presentó una instancia en
el ayuntamiento del Puerto de la Cruz, solicitando una concesión administrativa
para la construcción y explotación de un acuario en la Playa de Martiánez. En
su instancia daba las características técnicas del edificio a construir,
señalando que tendría una superficie de alrededor de 160 metros cuadrados y que en
la parte norte llevaría dos pequeños departamentos de 2,50 metros de largo por 2 metros de ancho. Uno de ellos se usaría como taquilla para la venta de entradas al
público, mientras que en el otro se quería colocar una bomba para la extracción
del agua salada, que debía ser renovada continuamente de los depósitos del
acuario.
En
el plano que presentó, hecho de su puño y letra, se aprecian los cuatro
depósitos para el agua del mar, y en la memoria se señalaba que quizás fuesen
necesarios algunos más, debido a la dificultad que entrañaba la convivencia de
diferentes especies en un espacio muy reducido.
Depósitos para los peces
y frontispicio con el nombre ACUARIO MARÍTIMO. Proyecto presentado por Ruperto Armas Fernández. 1956. Archivo Ayuntamiento Puerto de la Cruz. |
Entre los departamentos anteriormente citados, se
encontraba la puerta de entrada al acuario, que debería de tener de dimensiones 2,50 metros de altura por 2 metros de ancho; al lado de esta puerta irían dos ventanas de 1 metro cuadrado de superficie y sobre la puerta de entrada se colocaría una visera para dar luz
indirecta al conjunto. En la parte sur del edificio, estaba la puerta de salida de 2 x 2,50 metros, y en el techo se preveía que iría colocada una claraboya de 4 x 2
metros, con persianas y techos de cristal, que tenía como misión fundamental dar luz y
ventilación al habitáculo, lo cual era imprescindible para la subsistencia de
los peces. A poniente del edificio, iría un letrero luminoso con el nombre
ACUARIO MARÍTIMO, tal como se aprecia en el dibujo anterior.
En el proyecto que se presentó en el ayuntamiento, se
indicaba que el presupuesto de la obra, que según el peticionario había sido
establecido por peritos, ascendería a 300.000 pesetas, tanto por la carestía de
los materiales necesarios, como por el elevado valor que tenían los cristales
especiales necesarios para los depósitos, así como por el coste de la bomba de
aspiración de agua y aire y la decoración del edificio.
Plano conjunto de la instalación según proyecto presentado por Ruperto Armas Fernández. 1956
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En el pleno municipal que se celebró el 19 de diciembre de
1956, los concejales por unanimidad acordaron que, si bien la idea le parecía buena e
interesante, creían imprescindible que para su
aprobación se presentase un proyecto suscrito por un técnico competente en
la materia, para que después de un estudio detallado se llegase a una resolución
favorable. Carezco de noticias de si se llegó a presentar un nuevo proyecto
realizado por un técnico titulado, como le exigió el ayuntamiento, pues como
podemos ver en las imágenes adjuntadas anteriormente, el presentado fue realizado por el propio
Ruperto Armas Fernández-Trujillo, pero si sabemos con certeza que el susodicho
acuario no llegó nunca a construirse en Martiánez.
El bunker o
trinchera de Martiánez
Después de la Guerra Civil española y la
alineación de España al lado de los alemanes e italianos en la Segunda Guerra
Mundial, ya que si bien no participó como nación en ella, si envió un
contingente de voluntarios englobados en la llamada División Azul, España
estuvo en el punto de mira de los aliados y se llegó a pensar incluso, en una
posible invasión de las islas que afortunadamente, nunca llegó a producirse, aunque
parece
que estaba prevista en 1941 en el Informe Pilgrin, que jamás se llegó a efectuar por parte del ejército británico.
Se temía por parte británica, que si España se alineaba con
Alemania e Italia, pudiera llevarse a cabo la reconquista de Gibraltar, que
como es bien sabido permanece bajo dominio británico desde la firma del Tratado
de Utrecht, que se celebró en la ciudad holandesa del mismo nombre, en 1713 y que puso fin a la llamada Guerra de Sucesión entre Inglaterra y
España. Si este
hecho se hubiera producido, Inglaterra hubiese perdido una importante baza en
la guerra, pues la base militar de Gibraltar le servía como lugar de
avituallamiento y punto para repostar su flote de submarinos que actuaba a lo
largo del Océano Atlántico.
Facsímil del Tratado de Paz ajustado entre las Coronas de España e
Inglaterra en Utrecht en 1713.
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Algunos
autores han indicado que el objetivo prioritario de la Operación Pilgrin era la
isla de Gran Canaria, llegando a establecer incluso, que el lugar previsto para
el desembarco era la Bahía de Gando, punto estratégico elegido, pues se pensaba
que con esa zona en manos inglesas, era factible bloquear la refinería existente
en la isla de Gran Canaria y de paso, controlar asimismo el aeródromo cercano que por entonces se hallaba en Gando.
Esta situación provocó que en las poblaciones costeras de las
islas se estableciesen puntos de vigilancia para alertar de una posible
invasión aliada y en consecuencia, a lo largo de la mayor parte de las costas
de las islas, se construyeron después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial,
pequeños refugios para vigilancia y defensa tipo bunquer, término que es la voz
castellanizada de la palabra alemana bunker,
que se usaba para designar un fortín o casamata que albergaba una o más
ametralladoras o cañones.
En
nuestro pueblo más que llamarlos bunquer,
fueron conocidos con el nombre de trincheras y existieron varias que fueron repartidas a lo largo de nuestras costas. La que
interesa para nuestro relato, es la que se estableció en la Playa de Martiánez, en
la zona relativamente cercana al Charco de La Coronela, charco cuya situación ya describí en
una crónica anterior.
Estas
trincheras eran de perfil bajo, pues no sobresalían mucho más de un metro sobre
la arena de la playa, si bien el suelo interior era más bajo, para que pudieran
situarse de manera cómoda una a varias personas, que en nuestro caso, creo que sólo
ejercerían labores de vigilancia, para controlar la llegada y posible
desembarco de tropas en la playa. La vigilancia se hacía a través de una
estrecha tronera abierta hacia el mar, de poca altura, pero de mucha mayor
longitud, para poder abarcar así un mayor campo de visión. Se suponía que su misión principal era sólo alertar del posible
desembarco, pues se me antoja difícil o
casi imposible controlar un desembarco con una sola trinchera.
Muestro
a continuación, dos imágenes de la trinchera de Martiánez, relativamente
recientes, pues la primera de ellas es de la década de los años 60 del pasado
siglo y la otra, es incluso posterior.
La trinchera de
Martiánez, situada en la cercanía del Charco de la Coronela. Detalle de foto
subida a Facebook por Rafael Llanos Penedo.
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Al centro y ligeramente a
la izquierda se ve la trinchera de Martiánez, situada en las cercanías del
Charco de la Coronela. Detalle de foto de autor anónimo, coloreada por Rafael
Afonso Carrillo.
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Esta trinchera permaneció en Martiánez hasta que
las obras de remodelación de la playa la hicieron desaparecer en torno a la
década de 1970. En las fotos anteriores, puede verse claramente la
trinchera de Martiánez, que aproximadamente venía a quedar situada a la altura
del desaparecido Charco de la Coronela o usando una terminología más moderna, casi frente
a la zona en la que actualmente se halla situado el hotel Tenerife Playa.
A
día de hoy, hasta donde yo conozco, me parece que sólo queda en pie en las
costas de nuestro pueblo una de estas construcciones, que justamente recibe el
nombre de La Trinchera y que está
situada en la zona de San Telmo, cercana a las rocas del Penitente. Esta
plataforma, desde la segunda mitad del siglo XX, ha servido como test de
valentía para los chicos y chicas que acuden a San Telmo, puesto que treparse a
ella escalando por las rocas y lanzarse después al mar, estaba reputado como
una especia de credencial de valentía.
Debajo de la balconada del antiguo convento dominico se ve la trinchera
de San Telmo. Foto de autor anónimo. Años 60
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Fútbol en la playa y explanada
de Martiánez y en la vieja cancha de tenis
La
Playa de Martiánez y particularmente la zona cercana a la desembocadura del
barranco fue ampliamente utilizada como campo de fútbol, no tanto para jugar
partidos como para hacer ronditos con pelotas de goma entre varios jugadores.
Luego, una vez desentumecidos los músculos y sudado convenientemente, venía el
baño en la playa, que refrescaba el cuerpo y eliminaba el sudor.
Las fotos siguientes dan clara muestra de ello,
pues se aprecia en la primera nueve personas, de las que parecen jugadores
ocho, pues Léster González, está vestido de calle y no parece que así
participara. Los participantes eran (de izquierda a derecha) Léster González, un joven no identificado,
Pascual Encinoso, Celestino Padrón con el balón en la mano, otra persona no
identificada, Matías Suárez y Miguel Oramas. Delante está Eustaquio Encinoso y tendido
en la arena, vemos a Jesús Hernández Martín, más conocido como el Maestro, que
prácticamente todos los días, le robaba un poco de tiempo al mediodía para
darse un baño en Martiánez y pelotear un rato.
Después del entrenamiento, posado para la foto y baño en el mar. Foto cedida por Luis Padrón. |
Esta otra foto permite ver que la zona en que se
solía jugar, estaba más allá de la caseta de Antonio Castro Díaz, con el objeto
de no crear molestias a los bañistas, que en general preferían la zona central
de la playa. En la imagen se ve,
de pie, de izquierda a derecha, un joven no identificado, Juan José González,
Germán Espinosa Córdoba, otro joven no identificado, Delfín Padrón (agachado), alguien
con una especie de cereta en la mano y Francisco Martín, popular y cariñosamente llamado Pancho
el Cubano. En cuclillas, de izquierda a derecha, una persona no identificada, Francisco Jiménez, Eustaquio Encinoso, conocido
como Taquín, Miguel Oramas y otra persona que no he podido identificar.
Playeros jugadores de fútbol, en la parte este de la Playa de Martiánez. Foto cedida
por Luis Padrón.
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No sólo la zona de la playa fue empleada como
improvisada cancha de fútbol, sino también se utilizó para ello la parte de la
explanada de Martiánez que se encontraba al este de la terraza, entre la caseta
de D. Antonio Castro Díaz y el Barranco de Martiánez. Se solía jugar descalzo y esto al comienzo, traía consigo la inevitable aparición de molestas llagas en
la planta de los pies, que con tiempo dejaron de aparecer, pues la piel se
endurecía formando una costra protectora, que evitaba la aparición de las
incómodas llagas. En la foto siguiente, apreciamos de pie a Pascual
Encinoso, Celestino Padrón Molina, Jesús Hernández Martín, y delante, en cuclillas, a Miguel Oramas y
Eustaquio Encinoso.
Jugadores de fútbol en Martiánez, después de un partido. Foto cedida por
Luis Padrón.
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Con la utilización de la casa construida por la
familia formada por D. Francisco García Gutiérrez y Dª. Antonia Sanz de la
Dehesa, como hotel por la empresa Hoteles y Sanatorium de Puerto de la Cruz de
la Orotava, pareció oportuno a los arrendatarios del hotel, construir un campo
de tenis en las proximidades del hotel, para que sus clientes pudieran
solazarse practicando este deporte. Luego, al correr de los años, el espacio
referido dejó de utilizarse como cancha de tenis y se estableció en la zona un
taller de mecánica general regentado por la familia Melián, pero la antigua
cancha de tenis, siguió sin utilizarse durante años y ello proporcionó a los
aficionados al fútbol, un improvisado campo, donde todos los fines de semana se
jugaban muchos partidos entre dos equipos de entusiastas jóvenes
aficionados, que se escogían sobre la marcha entre los futboleros
presentes.
Los partidos se solían disputar preferentemente
los sábados por la tarde y las mañanas de los domingos y el paso previo para
poder jugar era confeccionar artesanalmente una pelota, que se hacía con
papeles de periódicos viejos, aunque las mejores eran las que realizaban usando
como materia prima el fuerte papel en que venían envasadas las bolsas de
cemento, pues era mucho más resistente que el papel de los periódicos y por
consiguiente, mucho más duradero. Una vez hecha la pelota con las bolsas, se
solía recubrir externamente, colocando lo que en el argot
futbolero llamábamos el guarda hilo, que no era otra cosa que una serie de
hilos de acarreto, muy resistentes, cuya misión principal era evitar que las
bolsas se expandieran arruinando así la pelota. Los hilos se trazaban siguiendo el clásico
esquema de las bolas de mundo o mapamundi con las que estudiábamos geografía,
es decir, trazando de arriba abajo, varios “meridianos” y posteriormente una
serie más o menos simétrica de hilos horizontales alrededor, trabados sobre los verticales, que equivaldrían a los
“paralelos”. En ocasiones, el conjunto se recubría con un calcetín viejo o una
media de mujer desechada, que amortiguaba los golpes cuando había que jugar la
pelota con la cabeza.
En la imagen siguiente, se puede ver con mucha claridad, el
desarrollo de uno de los muchos partidos, y en la parte superior de la imagen, se
ve a la izquierda, el Hotel Las Vegas, ya en funcionamiento y el Hotel Valle Mar, todavía en
construcción, lo que permite datar aproximadamente la fecha en torno a los años
1960-62. La improvisada cancha de fútbol subsistió hasta al llevarse a cabo la
urbanización total de la zona de Martiánez fue desparecida.
Improvisada cancha de fútbol, en el antiguo tenis de Martiánez. Al fondo
asoman los hoteles Las Vegas, a la izquierda y el Valle Mar en construcción.
1960-62. Imagen cedida por Jesús González.
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También Pedro Fernández, conocido
coloquialmente por Piqui, prestaba una zona dentro de la casa
familiar, que anteriormente fue la sede del Hotel Martiánez, para que jugásemos
al fútbol los fines de semana. En la foto siguiente se ve la zona en cuestión,
que también fue utilizada en numerosas ocasiones para acoger las celebraciones
dedicadas a los ancianos del asilo de La Laguna, que por la festividad de San
Cristóbal, eran traslados gratuitamente por las taxistas laguneros hasta
nuestro pueblo, donde solían ser agasajados con una merienda y bailes
folklóricos canarios.
Cancha de fútbol situada en los jardines del viejo Hotel Martiánez. Foto
cedida por Luis Padrón.
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A continuación, muestro otra imagen de los equipos contendientes en el jardín señalado anteriormente, y entre los jugadores que se hallan en pie, y de izquierda a derecha, reconozco a José Francisco Hernández Rodríguez (Quico), José Manuel Pérez Hernández (Catano), Jesús Hernández Martín, Luis Toste Osorio (dep), José Hernández Martín (Pepe), y José Miguel Abreu. Sentados, y también en el mismo sentido, Alberto Hernández Illada, Sebastián Pérez Hernández (Chano), Antonio Ortiz Hernández, Antonio Galindo Brito y Celestino Padrón Molina.
Partido en el campo de San Carlos entre Betis y Estrella. En torno a 1957. Foto cedida por Luis Padrón |
Dos lugares muy frecuentados por todos los
amantes del fútbol de nuestra ciudad para hablar, cambiar impresiones y en
ocasiones para discutir más o menos acaloradamente, fueron los carritos que
regentaba el ya citado Juan Pacheco, situado, uno en el comienzo del
posteriormente llamado Canal de Suez, a la altura de su cruce con la calle de
San Juan y el otro, situado en la esquina noroeste de la Plaza del Charco,
cercano al desaparecido Cinema Olympia.
Carrito de Juan Pacheco, situado en el cruce de las calles Quintana y San Juan. Foto de auto anónimo. |
Juan
Pacheco, que siempre se comportó caballerosamente en su diario quehacer y muy particularmente en el mundo del deporte, me contó una anécdota que pone de
relieve el entusiasmo y la pasión con que se llegó a vivir, y se sigue
viviendo, el mundo fútbol. Me comentaba que en una ocasión en que estaba viendo
un partido del Portuense en el campo de El Peñón, que por los años 60 del
pasado siglo no tenía valla que separara la cancha de fútbol de la zona de los
espectadores, se hallaba tan entusiasmado dando instrucciones y ánimos a sus
jugadores, que inadvertidamente se introdujo unos cuantos metros dentro de la
cancha, lo que provocó que el árbitro del encuentro, el portuense Lorenzo Pérez
Carballo (dep), le expulsara justamente
por invadir el terreno de juego.
Sirvan
estas pinceladas, para dar una imagen de lo que significó el pequeño e improvisado
campo de la Playa de Martiánez en el posterior desarrollo del fútbol de nuestra
ciudad.
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