miércoles, 27 de abril de 2016

El Acantilado y el topónimo Martiánez

El Acantilado de Martiánez

En el costado este del Puerto de la Cruz teniendo a sus pies la desembocadura del Barranco de Martiánez, se levanta el Acantilado de Martiánez, de agreste e imponente belleza, la cual persistió hasta bien entrado el pasado siglo, donde por una mal entendida política urbanística, fue destrozado hasta quedar reducido a lo que es actualmente, un muñón deforme, remedo del antiguo acantilado donde vivieron nuestro antepasados aborígenes, los guanches, muchos de los cuales fueron vendidos como esclavos. Los restos de los antiguos pobladores de las islas fueron saqueados y dispersos por los conquistadores y sus descendientes, desde comienzos del siglo XVI hasta bien avanzado el siglo XX. 
Acantilado de Martiánez, visto desde la Playa del mismo nombre. Foto Marcos Baeza Carrillo
La Ladera y el Acantilado de Martiánez, constituyen el accidente geográfico más significativo de la costa oriental del Puerto de la Cruz, cuya formación geológica tuvo lugar durante las erupciones que dieron lugar a la construcción del edificio insular, hace aproximadamente, unos 300.000 años. Su origen por lo tanto, es muy anterior a la formación del suelo donde posteriormente se asentaría el núcleo urbano de la ciudad.
El acantilado se conformó en un periodo de intensa actividad volcánica, que según los estudiosos, se manifestó sobre todo, en el centro de la isla, y por lo tanto, según sus opiniones, el origen del Acantilado y Ladera de Martiánez está relacionado con la formación de la llamada Dorsal de Acentejo, concretamente, con las erupciones ocurridas en Izaña o Montaña, situadas en las proximidades del Teide.
Cueva del Acantilado de Martiánez. Autor anónimo 
Este acantilado costero de Martiánez, sobre el que se asienta el mirador y toda la urbanización de La Paz fue, antes de la conquista de la isla, una auténtica necrópolis guanche. En sus cuevas naturales, unas utilizadas como cuevas de habitación y otros para enterramientos, se han encontrado abundantes vestigios y yacimientos aborígenes. Además, la Ladera destaca por la importante flora autóctona que atesora, especialmente las palmeras canarias y tabaibas. 
Playa y Acantilado de Martiánez. Foto Marcos Baeza Carrillo
Antiguamente existía un sendero peatonal muy frecuentado a lo largo de los siglos XVIII, XVIII, XIX y parte de XX, por los antiguos vecinos del viejo lugar del Puerto de la Cruz de la Orotava, para ir en busca de las aguas de la Fuente de Martiánez. Ya en época más cercanas a la actual, a lo largo del pasado siglo, se transitaba por esta vereda del Acantilado de Martiánez, en busca de las zonas de buena pesca que existían en el litoral, tales como La Laja de la Sal y la llamada Casa del Barco, esta última, mucho más lejana.  
Abajo la zona de rocas conocida como La Laja de la Sal. Autor anónimo
Este sendero está actualmente cerrado al público, por ser dominio del Hotel Semíramis, que construyó un acceso directo desde su hotel hasta una pequeña piscina que existe entre las rocas de la Laja de la Sal. El sendero que permitía transitar desde la playa hasta el acantilado fue ampliamente utilizado en el siglo pasado para acceder directamente desde la Playa de Martiánez hasta la zona de La Paz, como una alternativa al otro que partía desde el Barranco de Martiánez y atravesaba El Tope. En épocas todavía recientes, se veía transitar por el primer camino a numerosos  turistas, que ascendían por la estrecha y empinada senda hasta el mirador de La Paz, teniendo ante sus pies a medida que se ascendía, la espléndida vista que ofrecía la Playa de Martiánez y el caserío del pueblo, pero el riesgo que entrañaban los desprendimientos de rocas provocó el cierre del sendero al tránsito del público.
Flora autóctona en la Ladera de Martiánez. Autor anónimo
El topónimo Martiánez
    El topónimo Martiánez que se aplica a esta zona, al barranco y a la playa aledaña, deriva del nombre de uno de los primeros españoles que tuvieron propiedades en la zona y que se llamaba Martín Yanes, portugués dedicado en 1522, junto a los esclavos Juan Ferrero Martín y Francisco Basaguero, a atender una plantación de cañas [1]. Andando el tiempo, con la unión del nombre y apellido se originó el término Martinyanes, que se convirtió en Martinianes y finalmente terminó en Martiánez. Este tipo de cambios fue  una derivación bastante utilizada y así, se puede citar que de manera similar Alonso Yanes se convirtió en Alonsianes y Gonzalo Yanes en Gonzalianes.
  La doctora Ana Viñas Brito al hablar de la organización social del trabajo en los ingenios azucareros en el siglo XVI, concretamente de la profesión de cañavero cita [2] que “una vez que se había procedido a la plantación encontramos a uno de los principales trabajadores de las plantaciones de caña como era el cañavero. Sus funciones estaban estrictamente reguladas por el ordenamiento local y el pago a su trabajo se abonaba con una parte de la cosecha, abundando los contratos a partido. La contratación del cañavero podía durar varios años debido a la mayor duración del ciclo productivo, y se ocupaba de todo el proceso de “cura del cañaveral”. Las labores de cura de cañas generalmente se especifican en cada contrato, así en el firmado entre Andrés Suárez Gallinato y Martín Yanes se establecía que correspondía por estas labores: “escardar, desgusanar, cavar, regar, bien labrar, armar a los ratones y hacer todas las bienhechorías que el buen cañavero debe hacer, envarar las madres si fuere necesario y hacer los otros beneficios que convengan”. 
    La misma autora en el trabajo anteriormente comentado afirma que, “cuando los esclavos eran propiedad del dueño de la plantación, éstos se empleaban en las labores de la misma, pero en ocasiones eran entregados por sus propietarios como parte integrante de los contratos a partido, como se observa por ejemplo en el año 1522 en La Orotava (Tenerife”). En este caso el propietario del ingenio entregó tres de sus esclavos negros, Juan Ferrero, Martín y Francisco Bagacero, a quien ejecutaba el contrato con él, siendo este último responsable de los mismos, obligándose a suplirlos por otros en caso de muerte o enfermedad y no pudiendo abandonar la hacienda sin permiso de su dueño o del mayordomo de la hacienda. Además, el dueño de los esclavos debía vestirlos durante el tiempo del trabajo y a cambio, daría 40 fanegas de trigo al año para los esclavos y para el trabajador. Es decir, los propietarios ponían a trabajar a sus esclavos en propiedades ajenas, obteniendo con ello mayores beneficios, pues la mano de obra era costosa.
   Lamentablemente, no me ha sido podido localizar el nombre que los guanches utilizaban para designar a la zona que actualmente nombramos como Martiánez, detalle que si bien no considero imprescindible, si me parecía interesante, pero hasta el momento no he encontrado nada que aporte alguna luz sobre este aspecto.  
Las cuevas de los guanches en el Acantilado de Martiánez
         En el pregón de las Fiestas de Julio correspondiente a 1993 [3], en honor al Gran Poder de Dios y la Virgen del Carmen, el ilustre geólogo portuense D. Telesforo Bravo nos ofreció unas interesantes notas acerca de las cuevas del Acantilado de Martiánez, que por su interés, a continuación reproduzco literalmente:”Los guanches nos dejaron en herencia una necrópolis con una galería de cuevas, con restos arqueológicos en el Acantilado de Martiánez. Casi todas eran de difícil acceso, pues las vías para alcanzar las bocas que se abrían hacia el vacío, se modificaron naturalmente en el proceso erosivo a lo largo de los siglos… De las reiteradas visitas que hice a estas cuevas, llegué a convencerme de que algunas de ellas estaban ya en desuso en la época de los guanches, sobre todo por el deterioro sufrido por la acción erosiva y desprendimientos de los techos, entrando la lluvia, llenando de tierra y mojando las momias.  
Otras eran secas y bien resguardadas, pero su contenido fue explotado durante los siglos XVIII y XIX y comienzos del XX. En el siglo XIX era práctica común, cuando no había abono para los cultivos, recoger el “polvo” de las cuevas de los guanches. Por otro lado, se estableció un lucrativo comercio de momias con destino a coleccionistas particulares y museos europeos [4].
Fotos de Telesforo Bravo en el Acantilado de Martiánez 
El prestigioso geólogo portuense continúa su relato afirmando:“Al menos existían seis grandes cuevas, de las que sólo dos tenían fácil acceso. Todas tenían restos humanos y una de ellas había sido utilizada como refugio de ganado cabrío, pero las demás, de difícil acceso, no se salvaron de la extracción de los objetos más valiosos. Tengo infinidad de datos de estas cuevas, esto sería un relato, a veces anecdótico, que nos llevaría mucho tiempo. Sólo diré de una que me dio idea del esplendor que debieron tener estas cuevas en la época que le dedicaban a sus muertos los ritos que desconocemos. Solía ir a una cueva llamada de “falso techo”, ya que gran parte se había caído y sólo quedaban unos delgados puentes de escoria. En el suelo crecían las plantas con una frondosidad extraordinaria. En el extremo, la cueva era firme y tenía una boca que se abría hacia el acantilado. El mar se veía por esta ventana y como era un lugar agradable, me iba allí a leer o estudiar, mala costumbre que he podido corregir. La zona resguardada tenía algunos rincones de poca profundidad y techo bajo, con un suelo llano, quedando fuera un posible tránsito. Un lunes me fui con mis libros a la cueva y encontré huellas de perros en el polvo. El domingo había sido día de caza y no me llamó la atención Por alguna razón, el perro escarbó en el suelo y puso al descubierto más de 100 cuentas con una extraordinaria variedad. Algunas de ellas tenían huellas dactilares muy señaladas. En un hueco lleno de tierra depositada por el agua había una cuenta de vidrio, tan antigua, que tenía la llamada “lepra del vidrio” cuando se llega a hidratar”.
En un interesante trabajo publicado por el ya citado geólogo Telesforo Bravo [5], titulado El Acantilado de Martiánez, se insertan dos dibujos de su propia autoría, en los que se muestra comparativamente, lo que a su juicio debió ser la Ladera de Martiánez en la época en la que los guanches la habitaban y la situación actual, referida a 2006, en la que ya se aprecian la significativas variaciones provocada por la mano del hombre.


         Creo que a través de estos relatos, realizados por una persona como D. Telesforo Bravo, que fue un profundo conocedor de la zona, podemos tomar conciencia de cómo era el Acantilado de Martiánez y como algunas de las cuevas de esta zona llegaron a estar habitadas por nuestros antepasados guanches. 
El Acantilado de Martiánez visto por Olivia Stone
      Olivia Stone, la viajera inglesa tantas veces citada en estas crónicas que conoció y describió nuestro pueblo en 1885, nos ha dejado una excelente descripción del Acantilado de Martiánez en su libro Tenerife y sus seis satélites. La autora dice:”Hay una vista magnífica de la ciudad que hemos dejado atrás; el sol matutino resalta con toda nitidez las paredes enjalbegadas, los postigos verdes, las tejas rojas y las azoteas. Continuando nuestro paseo, después de beber un poco de agua fresca [6] y comprobar su frescor y su pureza, llegamos, poco después, a una cueva que penetra una corta distancia en el risco, pero que posee un techo alto y una entrada ancha. Está formada del mismo conglomerado suelto. El piso se ha hundido en una parte y hay un agujero casi circular, de unos cuatro pies [7], a través del cual vemos una luz que penetra desde el mar, probando que esta cueva inferior tiene una abertura en esa dirección. Un poco más lejos tenemos que inclinarnos en algunos 
puntos para evitar golpearnos con las rocas que sobresalen y continuamente tocamos con los codos, masas de preciosos culantrillos y asustamos numerosas palomas, que giran y se alejan volando. Este paseo requiere una cabeza firme ya que el mar ruge a unos cien pies por debajo de nosotros y la bajada hacia la costa es bastante empinada. Hay varios agujeros pequeños en el risco, llenos de tierra roja fina, aunque quizás “escarlata” describiría mejor el color. Sobre nuestras cabezas los estratos están muy retorcidos y algunos trozos sobresalientes parecen, con el azul claro del cielo de fondo, serpientes de tierra asomando sus cuellos sobre el mar desde sus madrigueras subterráneas.  Ahora tenemos que dejar el sendero, porque ha habido un deslizamiento de tierra y es imposible avanzar en esa dirección. Como los acantilados aquí son menos escarpados, aprovechamos una pendiente poco inclinada y alcanzamos la parte superior. En la cima descubrimos que la tierra es más o menos plana y cultivada, aunque se ha dejado una meseta yerma de considerable anchura en su estado original, cubierta de rocas y con escasa vegetación.  En esta zona vemos varias cabras alimentándose que constituyen una imagen de lo más pintoresca. Un cabrero está sentado en una roca que sobresale por encima del precipicio, con su larga pértiga en una mano y la barbilla descansando sobre sus rodillas, mientras mira con ensoñación hacia el mar. 
Probablemente algún guanche mirase así muchas veces antes de la llegada de los crueles invasores. Lleva pantalones cortos y camisa, con un fajín escarlata alrededor de la cintura y un sombrero de fieltro negro. Las cabras vagan a su alrededor y por la ladera del risco, en puntos donde el sólo hecho de verlas saltar de un sitio a otro te marea. Hay a nuestro alrededor cardones gigantescos, con sus múltiples columnas rígidas apuntando hacia el cielo, y algunos pequeños grupos de una florecilla morada”.
 A la izquierda, D. Leopoldo Cólogan Zulueta y su esposa al borde del Acantilado. Autor anónimo
             A la derecha, zona final del Paseo de los Cipreses, hoy Paseo de Agatha Christie. Autor anónimo
         Quiero llegado a este punto, invitar al lector que conoció el antiguo Acantilado de Martiánez, para que vague con su imaginación por aquel hermoso paisaje que durante gran parte del siglo XIX se mantuvo muy similar a como lo describe O. Stone con sus líricas y soñadoras imágenes y que hoy lamentablemente, es casi una auténtica ruina.
Vista panorámica del Puerto de la Cruz desde La Paz. Foto Marcos Baeza Carrillo
En julio de 1981 un desprendimiento ocurrido en la Ladera de Martiánez, sobre la zona en la que se sitúa la carretera del este, hizo caer sobre la carretera un considerable número de rocas, que afectaron a algunos vehículos, sin causar daños a las personas, lo que provocó la construcción del actual túnel que existe en la zona, para la protección del tráfico rodado.
Caída de rocas del Acantilado de Martiánez sobre la vía. Autor anónimo
Aspecto lateral del túnel de la carretera del este de Martiánez. Autor anónimo

[1]       Puerto de la Cruz. Precisiones sobre su origen. M. Rodríguez Mesa. Litografía Romero, p. 29, 2015.
[2]       La organización social del trabajo en los ingenios azucareros canarios (siglos XV-XVI). Ana Viña Brito.
[3]       La referencia al citado pregón se encuentra en mi primera crónica.
[4]  En el Musée de L’Homme de la ciudad de París, existe una momia guanche muy bien conservada, que yo pude ver durante mi estancia postdoctoral en esta ciudad durante los años 1975-1977.

[5]  Revista La Ladera de Martiánez, editada por el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, nº   .

[6]  Se refiere al agua de la Fuente de Martiánez, de la que hablaré con más detalle en otra crónica.

[7] Un pie equivale 0,2786 m, luego 4 pies son aproximadamente,  1,15 m. de diámetro.


El Peñón, un símbolo del Puerto de la Cruz



En la crónica anterior comenté como el tonelero icodense Juan Díaz, más conocido por Fray Juan de Jesús, hizo del Peñón su refugio espiritual, donde dedicado a la oración, se sometía a las duras inclemencias del ayuno, de los azotes y del tiempo. Narro en esta nueva crónica, la evolución de este lugar, comenzando por afirmar que hasta el siglo XIX la zona que rodeaba al Peñón, es decir, el tramo comprendido desde la actual roca hasta el cementerio y desde ahí hasta el Calvario, era un inmenso pedregal de difícil tránsito y que fue un comerciante genovés, llamado Luis Carlos Lavaggi, afincado en el Puerto de la Cruz, quien a su costa mandó hermosear el lugar. 
Carlos Lavaggi y el Peñón
Luis Carlos Lavaggi (1768-1828) llegó al Puerto de la Cruz procedente de Cádiz en torno a 1790, empezando a trabajar como escribiente de la Casa Cólogan, cuyas oficinas por aquel entonces, estaban situadas en la parte baja de la casa familiar de la calle Quintana, donde actualmente se halla el Hotel Marquesa. Luis Lavaggi se casó en Cádiz en 1786 con María Teresa Toscana, con quien tuvo un hijo, pero a Tenerife llegó sólo, sin familia, y se cuenta que fue a causa de haber matado a un hombre en un duelo a espada, a consecuencia de lo cual tuvo que huir de Cádiz. 
Al cabo de un cierto tiempo de su llegada, había prosperado tanto en sus negocios relacionados con la exportación de vino, que abandonó su oficio de escribiente de la Casa Cólogan, para dedicarse íntegramente a sus negocios. 
El Peñón del Fraile a finales del  XIX. Autor anónimo. Coloreada por Rafael Afonso Carrillo
Lavaggi fue famoso, tanto por su contribución al ornato de determinadas zonas del Puerto de la Cruz, como por las espléndidas fiestas de carnaval que dio en 1802 en su primera casa, situada en la calle de Venus -la actual Iriarte- esquina a la calle de La Oposición -la actual Agustín de Bethencourt-. Así, A. Rixo comenta en sus Anales [1] al hablar de 1802: “Fue lucido el Carnaval, en cuya última noche hubo espléndida fiesta y cena en casa de don Luis Lavaggi, calle hoy de Venus, esquina a la Oposición, donde a la sazón vivía. Ascendía la concurrencia a más de 300 personas, quienes quedaron gustosamente desafiadas para sobresalir en el año siguiente de 1803”. La casa citada se conserva actualmente en muy buen estado.
A la izquierda, con una balconada en su fachada, se ve la casa donde vivió D. Luis Lavaggi

Calle Iriarte, a la derecha, en segundo plano se ve la casa de D. Luis Lavaggi, al comienzo de la Calzada del Conchos
Después de vivir en la casa comentada, Luis Lavaggi tuvo como vivienda principal una casa que construyó derribando la antigua donde nació Álvarez Rixo, tal como el cronista portuense cita [2] en sus Anales:“Con mejor gusto e inteligencia se construyeron este año varias casas, entre ellas una de don José Francisco Páez, en  la calle de Santo Domingo de alto y bajo; y otra de dos sobrados por don Luis Lavaggi, genovés rico, escribiente de Cólogan, en la calle de Las Cabezas, esquina a la calle de Cupìdo, por dirección del maestro de carpintería don José Acosta Acevedo, a quien nombramos por ser la habitación más cómoda, costosa y elegante, que en este pueblo se ha hecho. Y porque antes de su metamorfosis perteneció la casa a don Manuel José Álvarez, padre del que escribe y nació en ella”.
La casa se hallaba -y se halla, pero bastante deteriorada- situada en la calle de Blanco, esquina a la calle de Cupido, donde, hace ya muchos años, estuvo establecida la sede de la compañía de Transportes Hernández Hermanos y la vivienda familiar de D. Domingo Hernández Hernández.

Casa construida por D. Luis C.  Lavaggi, sobre la casita natal de D. José A. Álvarez Rixo

Otra casa de gran porte que construyó Luis Lavaggi fue la llamada El Casino, que tenía entrada por las calles Valois e Iriarte.

Casa Casino, construida por D. Luis Lavaggi en la calle Iriarte

 Citaré finalmente  otra casa, sita en la calle Cólogan, que posteriormente fue destinada a hotel con el nombre de Hotel Buenavista y que andando el tiempo, sería convertida en el actual Hospital de la Inmaculada del Puerto de la Cruz.
A la derecha, casi en primer plano, el Hospital de la Inmaculada, que antes fue Hotel Buenavista
Construcción del Paseo Luis Lavaggi
La memoria de D. Luis Lavaggi se perpetuó dándole el nombre de Paseo Lavaggi, al camino que conduce desde el Peñón hasta el cementerio de San Carlos, por haber costeado de su propio peculio su arreglo. A. Rixo nos da una vez más cuenta detallada en sus Anales, de este arreglo llevado a cabo en 1812 [3]:”Todavía ocurrió otro motivo asaz desagradable y fue la llegada de varios barcos cargados de majoreros, huyendo de la escasez que en este verano se experimentaba en sus islas, tanto que este alcalde [4], tomó la providencia de oficiar al General a fin de que no se les permitiese desembarcar aquí, por cuanto gravitaban sobre este pueblo únicamente, bastante fatigado ya en cuanto había sufrido por la epidemia y acordonamientos. Don Luis Lavaggi empleó muchos de dichos majoreros en sus fábricas de casas, bodegas y en el paseo que comenzó en el Peñón del Fraile, para evitar que el hambre les excitase a cometer algún exceso”.
Paseo de Luis Lavaggi, con las palmeras recién plantadas.  Autor anónimo

Más adelante, en el resumen del año 1815, A. Rixo añade [5]:”Don Luis Lavaggi tuvo el capricho dos años antes de empezar a construir un paseo en el Peñón del Fraile, hermoseando dicho peñón con subida, escalones de piedra, y un terraplencito en su cúspide, adornado con una gran cruz verde y sus perillas de bronce dorado, desde cuya cúspide se disfruta de una de las vistas más deliciosas que puede ofrecer las Islas Canarias. Gastó en la citada obra, extensiva a murar con asientos y baldosas aquel ingrato vahío (bajío) hasta su extremo, cosa de tres mil pesos de su caudal, y el Ayuntamiento reconocido a esta pública magnificencia, en la base del Peñón hacia el NO, hizo esculpir sobre un entablado de losetas la inscripción siguiente: El Ayuntamiento de este año da las gracias a don Luis Lavaggi por haber hecho a su costa estos Paseos para uso del público”.

El Peñón del Fraile, con sus escaleras. Al fondo el Teide nevado. Foto Miguel Bravo

A. Rixo añade que a la mitad de la escalera estaba otro entablado de piedras con una cuarteta escrita, dicen por don Bartolomé Miguel de Arroyo:
“Es todo lo que vemos excelente,
 al inventor resulta mucha gloria,
este Peñón conserve eternamente
 de Luis Carlos Lavaggi la memoria”
A la punta extrema, hacia el norte, todavía se puso otra poesía en alabanza de Lavaggi, parece que hecha por don Juan Bautista Bethencourt, un estudiante del Puerto.  
“Si Colón el industrioso
 a España dio un Nuevo Mundo,
a un genovés sin segundo 
se debe este sitio hermoso”
  Asimismo, el citado estudiante Juan Bautista Bethencourt escribió otra cuarteta, la cual no llegó el caso de grabarse en aquel local, aunque muy verdadera, por estar en el paso para los cementerios; decía así:
                                          “Para Lavaggi estaba reservado
                                         el paso del Sepulcro embellecer
y que de Polo a Polo celebrando
el Sitio de la Muerte venga a ser.”
             En su casa conocida como Casino, construida en 1815, Carlos Luis Lavaggi enarbolaba las insignias de Liguria y Génova, pues ostentaba la representación en Canarias de estos dos estados-ciudad de Italia, en calidad de Cónsul General. Según comenta el memorialista Melecio Hernández Pérez, Luis Lavaggi cobró de la Empresa Cólogan e Hijos 6.000 reales en concepto de su empleo como tenedor de libros, es decir, contable, desde agosto de 1798 a diciembre de 1799 [6].
          Dedicó gran parte de su actividad empresarial al comercio de vinos y otras actividades, llegando a amasar una importante fortuna, hasta el punto ser considerada como una de las 10 casas comerciantes al por mayor del Puerto de la Cruz, entre las que figuraban Cólogan, Pasley Little y Cia, Hijos de Barry, Stuart Bruce, Power, Ventoso, Cullen Grauman y Mac-Daniel, Nieves y Lavaggi [7].  
               Ya comenté que Luis Lavaggi, a pesar de estar casado y tener un hijo, vino sólo al Puerto de la Cruz y aquí, según narra A. Rixo, tuvo sus devaneos amorosos en septiembre de 1790. Comenta el cronista portuense en sus Anales [8]: "don Francisco Benítez de Lugo y Viña, padre de la señorita María Rosa, supo que a ésta la obsequiaba don Luis Lavaggi, joven genovés, escribiente de la casa de Cólogan. Su clase de dependiente del comercio, además de que vendiéndose por soltero, era casado en Cádiz, alarmó al padre y a su parentela, percibiendo la mala fe del seductor". El padre, para evitar males mayores obligó a su hija a embarcarse para la isla de La Palma, a pesar de sus suplicas para que no lo hiciese.  
El Peñón del Fraile según Olivia Stone
              La escritora inglesa, en su ya citado libro “Tenerife y su seis satélites”, después de hablar del cementerio portuense, hace el siguiente comentario [9] respecto al Peñón: “Un poco más cerca de la ciudad, a la izquierda y cerca del mar, se alza una cúpula circular abovedada, con seis columnas lisas, erigida sobre una roca escarpada y solitaria. Se han construido unos escalones hasta la parte alta de la roca por el lado que da a la ciudad. Alrededor del final del siglo pasado (se refiere al siglo XVIII) o comienzos de éste (se refiere al siglo XIX), los habitantes de Lanzarote estaban muy agobiados por la falta de agua que provocó una hambruna en la isla. Muchos de ellos vivieron a La Orotava (entiéndase Puerto de la Cruz) buscando trabajar para los, por aquel entonces, prósperos orotavenses (entiéndase portuenses). En lugar de ponerlos a hacer algo útil –no había ni una sola carretera en la isla en aquel momento- construyeron esta monstruosidad, fea y completamente inútil. Las seis columnas y la cruz que aparece en la parte más alta fueron añadidas después, además de una inscripción en verso para inmortalizar al imbécil, aunque humanitario, proyectista de la obra”.
Dibujo de O. Stone, que ella titula "Monumento en la orilla", tomado del libro “Tenerife y sus seis satélites
         Evidentemente, no puedo estar de acuerdo con la opinión de O. Stone, quien no valoraba el aspecto sentimental que el Peñón significaba y sigue significando para los portuenses, porque es un símbolo y un recuerdo del tempestuoso pasado volcánico que dio origen a nuestro pueblo y prácticamente, junto al ya comentado Calvario, los casi únicos vestigios que han permanecido casi incólumes a los largo de milenios de años.
La reedificación del Peñón del Fraile y su uso como atalaya 
           En enero de 1850, con D. Luis Lavaggi ya fallecido, se reedificó el Peñón del Fraile por su hijo D. Juan Bautista Lavaggi, en recuerdo y homenaje a que había sido su padre el primero que lo había hermoseado [10]. Al fallecer su padre en 1828, Juan Bautista Lavaggi se había trasladado al Puerto de la Cruz,  en compañía de su madre María Teresa Toscana, para hacerse cargo de su herencia y de los negocios familiares. 
  El Peñón también sirvió como atalaya para vigilar los movimientos de las personas que entraban y salían de nuestro pueblo, pues por aquel entonces no existía la salida por el lado este, es decir por Martiánez. Esta vigilancia era importante, tanto para controlar el posible contrabando, como para prevenir la llegada de visitantes con enfermedades contagiosas que pudieran infectar a los habitantes de nuestro pueblo. Así, en julio de 1851, para evitar la entrada de enfermos del cólera, con el posible riego de que se extendiese esta enfermedad entre la población, se apostaron guardias en todos los posibles desembarcaderos del Puerto, a saber, el Cardón, la Laja de la Sal, San Telmo, Lazareto y Peñón del Fraile [11]. 
Cinco años más tarde, concretamente en 1855, don Antonio Perera, Primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, dirigió y costeó una obra encaminada a modificar la cúspide del Peñón del Fraile, pues donde siempre había estado una Cruz embutida en un poyata, se empezó a erigir, a su costa, un templete de seis columnas, el cual adornaba el conjunto. La obra fue terminada en marzo de 1860, cinco años después, cuando se techó el templete [12].
Añadiré finalmente, que recientemente, entre los años 2002-2003, se ejecutaron por el ayuntamiento portuense, obras de remodelación en el Peñón, colocando una cúpula de bronce y restaurando las desgastadas escaleras.
Remodelación de la cúpula del Peñón. Autor anónimo
Como ultimo comentario, me parece oportuno señalar que en las primeras décadas del pasado siglo, se adecuó el espacio inmediatamente al Peñón, comprendido entre el Paseo Lavaggi y el mar, para dedicarlo a la práctica del fútbol, dándose a este campo de deportes el nombre de Estadio Peñón. Se construyó asimismo, una pequeña taquilla inmediata al Peñón para el despacho de entrada a los aficionados, en cuya techo estaba un rudimentario marcador, en que manualmente se iba señalando el tanteo del partido, con láminas metálicas colocadas en un soporte. A lo largo de los años, este modesto campo de fútbol ha sido el lugar donde los aficionados a este deporte han visto jugar a diferentes equipos representativos de nuestro pueblo, los más viejos  como el Norte, el Once Piratas, Portuense y más recientemente, el Puerto Cruz, entre otros muchos, que no cito para no alargar excesivamente esta crónica.
Estadio Peñón, visto desde el Peñón de Fraile (1914-1924). Autor anónimo, coloreada por Rafael Afonso Carrillo
[1] Anales, p. 176-177.

[2] Anales, p. 183.

[3] Anales, p. 247-248.

[4]  El alcalde de esa época era D. Domingo de las Nieves Ravelo.

[5]  Anales, p. 256.

[6]  Melecio Hernández Pérez. 15-IV-2012. Puerto de la Cruz. com

[7]  Anales, p. 273.

[8]   Anales, p. 126.

[9]   Olivia Stone. Tenerife y sus seis satélites.  Cabildo Insular de Gran Canaria. Las Palmas de Gran Canaria.                     1955, p. 445.  

[10] Anales, p. 380.

[11] Anales, p. 396.


[12] Anales, p. 412 y 429.

miércoles, 20 de abril de 2016

El Peñón del Fraile y Fray Juan de Jesús

           La última de las rocas llamadas peñones que nos queda por comentar, es justamente la que se halla situado en el extremo occidental del pueblo. Es el más grande de los tres peñones y prácticamente el único que ha permanecido en lo esencial idéntico a lo largo de los milenios, sometido indudablemente a la erosión implacable del tiempo, pero ha sido fiel testigo del nacimiento y desarrollo de nuestro pueblo, particularmente de su importante papel en el comercio marítimo tanto de la isla de Tenerife, como de las Islas Canarias en general.
Fue este peñón el que en su recorrido terminó más cercano al mar, pues los más antiguos del lugar recuerdan como la roca estaba prácticamente pegada a la costa, aunque actualmente queda un poco alejado de ella, por haberse ido rellenando y construyendo la zona más cercana al mar.


El Peñón de Fraile. Dibujo de Olivia Stone 
Fray Juan de Jesús y el Peñón del Fraile
            En torno a la mitad del siglo XVI, el auge comercial experimentado por el comercio de vinos de Tenerife con Europa y América, provocó el establecimiento en muchos lugares de la isla y muy particularmente en el Puerto de la Cruz, de un gran número de toneleros, que usaban la madera que se traía de Europa y América hasta el Puerto de la Cruz de la Orotava, para elaborar los indispensables toneles, donde guardar el malvasía durante su fermentación y posteriormente, para llevar a cabo su transporte marítimo en adecuadas condiciones.
            Atraído por el auge de esta actividad llegó a nuestro pueblo en 1641, un vecino de Icod llamado por aquel entonces Juan Díaz, que había nacido en Icod de los Vinos en 1615 y que por tanto, a su llegada a nuestro pueblo tenía 26 años. Era hijo del matrimonio formado por Miguel Hernández y Ana Delgado; por parte de madre, Juan Díaz descendía de la estirpe guanche de Diego de Ibaute y Beatriz Díaz, que al decir de los genealogistas provenía de Romén, rey guanche de Daute.
Juan Díaz vivió en Icod hasta 1625, pasando luego a Garachico donde empezó a aprender el oficio de tonelero desde los diez años. En esta etapa pasó muchos sufrimientos, pues su aprendizaje del oficio con un maestro que además era pariente suyo no fue nada fácil, sufriendo el carácter colérico del maestro en cuya casa se alojaba. En esta etapa perdió la visión de un ojo, pues según se cuenta, su maestro le lanzó en un ataque de ira dentro de una hoguera callejera de San Juan, que se había encendido delante del taller.
Posteriormente, Juan Díaz se trasladó al Puerto de la Cruz, ilusionado con encontrar un mejor porvenir ejerciendo el oficio de tonelero, pues en esta época nuestro pueblo era uno de los lugares por donde salía la mayor cantidad de vino malvasía que se cultivaba en la isla y por esta razón, el oficio de tonelero era muy demandado.
Después de un cierto tiempo de estancia, volvió a Icod y Garachico, para regresar finalmente a nuestro pueblo impulsado por motivos religiosos, dedicando parte de su tiempo a hacer penitencia sobre el risco del Peñón, castigando su cuerpo con azotes y disciplinas. Muchas veces, rendido de cansancio, se quedaba dormido a cielo abierto, sobre el risco, azotado por el viento frío y sólo la lluvia le hacía regresar a su casa.
El Peñón del Fraile. Comienzos del siglo XX. Autor anónimo
Su biógrafo, el orotavense fray Andrés de Abreu (1647-1725), cuenta que en la cuaresma de 1641, estando en nuestro pueblo, Juan Díaz oyó predicar al Padre Juan de Medina, que por aquel tiempo era lector jubilado de la Compañía de San Diego. El impacto que sufrió el joven icodense al escucharle fue enorme, y sus historiadores consideran clave este encuentro en la evolución de la vida espiritual de Juan Díaz, pues desde este momento ardía en deseos de ingresar en la Orden de San Francisco.
Fray Juan de Jesús con el hábito franciscano
Juan Díaz ingresó el 22 de julio de 1646 en la orden franciscana, quedando como fraile en el convento de San Francisco del Puerto de la Cruz, de modo que después de su toma de hábitos fue conocido como Fray Juan de Jesús. Citaré a modo de aclaración, que el edificio donde se hallaba el convento francisco portuense fue destruido en un incendio en 1963, y se situaba en el espacio que actualmente ocupa el Parque San Francisco. 


Puertas de entrada a la Iglesia y al antiguo Convento de San Francisco. Autor anónimo
Milagros de Fray Juan de Jesús
La vida de Fray Juan de Jesús está llena de narraciones de hechos prodigiosos poco creíbles, tales como los que narro a continuación, algunos de los cuales adquieren la categoría de milagros. Así, se cuenta que realizó un vuelo por las calles del Puerto de la Cruz, recorriendo un buen trecho, pues llegó desde la Plaza de la Iglesia hasta la Playa de Martiánez, hecho que, según cuenta su biógrafo, fue visto y confirmado por numerosos testigos.  
Fray Juan de Jesús
Otro hecho prodigioso ocurrió cuando le mandaron subir a La Orotava con un jumento para moler una fanega de trigo. En su camino, el jumento fue arrollado por una pesada carreta tirada por bueyes que le pasó una rueda por encima, lo que hizo temer al carretero que el animal estaba herido de muerte. Al ver al jumento herido, Fray Juan de Jesús se acercó y le dijo:“Ea, hermano. Vamos a cumplir la obediencia” y según cuenta la leyenda, el jumento se levantó al instante sin daño alguno.
          
Fray Juan de Jesús con su jumento
       Citaré finalmente, que Fray Juan de Jesús, durante su retiro en el Peñón, colocó una cruz hecha toscamente con dos verodes secos, con la intención de que le sirviese como escudo de defensa y protección contra las tentaciones del maligno, mientras se encontraba sólo, en meditación y oración sobre el Peñón. Se cuenta que al cabo de cierto tiempo, el tronco enraizó y se fundió con el que formaba los brazos, llenándose de verodes toda la cruz.
Traslado al convento de San Diego del Monte
Años después de su ingreso en la orden franciscana, Fray Juan de Jesús fue trasladado al convento de San Diego del Monte en La Laguna, según dice su biógrafo el Padre Abreu, "para que se consolidase en la virtud y contagiase a los otros con su ejemplo". En el convento lagunero su estancia no fue tampoco muy fácil, pues su vida de oración, penitencia y frecuentes éxtasis y visiones celestiales, llegaron a irritar a los otros frailes del convento, que le molestaban con sus celos e intrigas. A pesar de ello, permaneció en el citado convento hasta su muerte, acaecida el 6 de febrero de 1687.
Antiguo convento franciscano de San Diego del Monte
Su recuerdo se fue perdiendo en el tiempo, aunque recientemente en su ciudad natal de Icod de los Vinos, se ha creado la Asociación Cultural de Fray Juan de Jesús, cuyo objetivo principal es estudiar y, sobre todo difundir, la obra de Fray Juan de Jesús.
Festividad por fuera de la ermita de San Diego del Monte.
Como detalle anecdótico, contaré que durante muchos años los estudiantes de la Universidad de La Laguna han celebrado la festividad de San Diego del Monte, con una fuga general, casi siempre vista con buenos ojos por el profesorado. Se iba caminando a la ermita, se veía la iglesia, se cantaba, bailaba y sobre todo, se bebía mucho, demasiado diría yo. Por este último motivo la fiesta fue degenerando, pues eran muy frecuentes los altercados y peleas durante el baile con que terminaba la fiesta. Estos hechos provocaron que los dueños de la finca, terminaran por impedir el acceso de los estudiantes, pues a la suciedad conque quedaba la zona después de la fiesta, había que añadir el escándalo y las molestias que ocasionaban los altercados citados.  
Para terminar con la vida de Fray Juan de Jesús, añadiré que tuvo mucho que ver en el comienzo de la vida religiosa de la monja dominica María de León Bello y  Delgado, natural de la población tinerfeña de El Sauzal, pues fue su asesor espiritual. Después de su profesión, la por entonces joven monja, fue denominada Sor María de Jesús (1643-1731), aunque en la actualidad es popularmente conocida como La Siervita de Dios”, cuyo cuerpo, incorrupto, se conserva en el monasterio de las Madres Catalinas de la ciudad de La Laguna. Todos los años, la  comunidad dominica de monjas de Santa Catalina de La Laguna abre sus puertas al público los días 15 de febrero, para que los fieles puedan rendir un homenaje de devoción a La Siervita de Dios, cuyo cuerpo incorrupto se expone ese día.
Sor María de Jesús, la monja de El Sauzal 
Cuerpo incorrupto de la "Siervita de Dios". 
Colas alrededor del Convento de Monjas Catalinas. la Laguna. Foto La Opinión. 15-02-2016
Fray Juan de Jesús falleció en el convento de San Diego el 6 de febrero de 1687, a los 71 años de edad, gozando de una gran reputación de santidad y conviene decir que su proceso de beatificación se halla en los largos trámites que impone la Iglesia.
Comentaré finalmente, que en honor y recuerdo a Fray Juan de Jesús y su estrecha relación con el Peñón, éste, durante mucho tiempo, fue conocido como el Peñón del Fraile, en clara alusión al fraile franciscano que tanto tiempo pasó en oración y penitencia sobre nuestro Peñón.
           Recientemente, en 2014, el Cabildo tinerfeño ha publicado la segunda edición de la obra “Vida del Venerable Siervo de Dios, fray Juan de Jesús" del ya citado prosista y poeta orotavense, Fray Andrés de Abreu, que como ya comenté fue su biógrafo y hagiógrafo. Esta obra contiene un estudio introductorio realizado por Domingo Martínez de la Peña, María Laura Izquierdo y Miguel Ángel Hernández, que está dedicado a que los lectores puedan situarse fácilmente en la época en que vivió Fray Juan Jesús y a las circunstancias que rodearon tanto al autor, Fray Andrés de Abreu, como al protagonista fray Juan de Jesús.