miércoles, 26 de abril de 2017

La Romería de San Amaro

Comenté en la crónica anterior algunos de los avatares seguidos por la ermita de Nuestra Señora de La Paz y San Amaro desde su construcción en 1591, narrando asimismo el fervor con el que se rendía culto en élla a la imagen de San Amaro.
En esta nueva crónica, también dedicada a la misma ermita, desarrollo aspectos relacionados con la festividad de San Amaro, que tuvo una muy popular y concurrida romería, así como la presencia en la ermita durante siglos de ermitaños, entendiendo por tales familias que la cuidaban y mostraban a los fieles que deseaban verla, bien para rendir culto a San Amaro, bien para depositar sus exvotos o ambas cosas a la vez.
La crónica prosigue con un amplio comentario acerca de los mayordomos de la ermita y mostrando como en la zona se llegó a cultivar en el siglo XVII la variedad de uva conocida como malvasía, para terminar con la compra del terreno aledaño a la ermita por el irlandés Bernardo Valois. 
La festividad y romería de San Amaro
Ya comenté en la anterior crónica que la ermita de Nuestra Señora de la Paz se hallaba situada hasta bien entrado el siglo XX, en una zona que podríamos calificar de despoblada, pero las noches inmediatas al día quince de enero, vísperas de la festividad de San Amaro, recibía en sus inmediaciones una gran cantidad de romeros, que acudían de diversos puntos del Valle de la Orotava y de otros pagos de la isla atraídos, probablemente, por el carácter lúdico y hasta cierto punto libertino de su fiesta. Conviene además tener en cuenta, que casi durante el primer siglo, la única imagen entronizada en la citada ermita era la de San Amaro, ya que, tal como comenté en mi anterior crónica, la imagen de la Virgen de la Paz, sólo llegó a la ermita casi un siglo después, siendo donada por Lope de Mesa y Llarena, capitán de milicias, regidor y alguacil mayor perpetuo de Tenerife y biznieto de Juan de Mesa y Lugo.
La imagen del citado santo es muy pequeña y ello queda claramente reflejado en una anécdota que cuenta Álvarez Rixo en su Floresta Provincial [1] relativa a su tamaño, poniendo en boca de una madre y su hija que asistían a la procesión de San Amaro el siguiente diálogo no carente de chispa:
-           ¿Cuál es San Amaro, madre?
-          Aquel chiquito hija.
-          ¡Jesús! Si parece una araña! ¿Cómo diantres puede hacer tanto milagro?
-          Pues esa es la gracia, hija...
A pesar de la aparente trivialidad de la anécdota narrada por el cronista portuense, el comentario da un documentado valor a la imagen y a su culto, pues a pesar de su reducido tamaño, su festividad y la romería que a ella le acompañaba, fueron tan afamadas en el Valle de la Orotava, que es tradición popular que a la citada fiesta y romería acudía un numeroso gentío de todos los pueblos del mencionado valle.
        Imagen de San Amaro o San Mauro
Como puede colegirse fácilmente del gentío que acudía a la fiesta, la celebración no estuvo exenta de dificultades e incidentes, tal como el que ocurrió en 1735, y podemos valorar la importancia de la festividad en el expediente que se realizó en el citado año, contra Francisco Álvarez de Ledesma, por entonces Alcalde Mayor de Villa de La Orotava, bajo cuya jurisdicción se hallaba el territorio de La Paz, por no haber acudido en esas noches a la fiesta, pese a la expresa obligación que tenía de hacerlo.
En una de esas noches de la romería de ese año (1735), fue asesinado un hombre en la fiesta, y en el expediente que se levantó dando cuenta de este incidente, se dice que "siendo estilo y costumbre que todos los tenientes de La Orotava bajen todos los años en las noches y vísperas de San Amaro a la ermita de este santo, inmediata al Puerto, a impedir cualesquiera disensiones y pleitos que pueda ocasionar la concurrencia de tantas personas a festejarse en dicho sitio .." [2].
La romería que se celebraba la víspera de San Amaro tenía un enorme arraigo popular y la concurrencia era muy numerosa, pues se caracterizaba por una cierta licencia que otorgaban los padres a sus hijas para que pudiesen acudir solas a la romería, es decir, sin la acostumbrada “carabina familiar”. Era ésta una ocasión pintiparada para la comunicación más estrecha entre los dos sexos, que en los siglos pasados se hacía siempre bajo la directa supervisión de un familiar de la moza, tanto para prevenir y controlar que no ocurriese nada que posteriormente hubiera que lamentar, como sobre todo para evitar las habladurías y maledicencias de la gente vecina.
En la romería de San Amaro, la ocasión para un encuentro más cercano e íntimo era mucho más fácil, pues se pernoctaba sobre el suelo, al aire libre, sin separación de sexos, lo que en muchos casos favorecía las relaciones sexuales entre los jóvenes que concurrían a la fiesta. Este hecho queda reflejado en una anónima copla festiva alusiva a la romería y festividad de San Amaro, que a continuación reproduzco:
“Si fueses a San Amaro,
mira que el santo es bellaco.
Que yo mandé mis dos hijas,
Fueron dos, vinieron cuatro”
Esta copla no sólo se utilizaba para hacer mención a la romería de San Amaro, sino que también se refería a las arraigadas costumbres de la isla de La Palma, donde, como ya mencioné en mi crónica anterior, en Puntagorda existe una ermita de la advocación de San Amaro, en la que también se celebraba una romería similar a la que tenía lugar en la ermita de La Paz, tal como refiere A. Lemos Smalley al comentar las costumbres de los aldeanos de la isla de La Palma [3].
La ermita solía permanecer abierta la noche de la víspera de la fiesta y al correr de los años, quizás por los incidentes que empezaron a tener lugar durante la víspera de la romería en la que se producía la llegada de los romeros y se acumulaba una importante cantidad de personas, la cofradía empezó a pagar a un hombre para que se encargase de velar por el orden y las buenas costumbres, evitando con su presencia cualquier altercado violento, que pudiese tener lugar.
Parece claro que la razón fundamental por la que el pueblo llano acudía a la romería era la búsqueda de la diversión, pero no conviene dejar completamente de lado la arraigada devoción que San Amaro tuvo entre el pueblo como santo sanador de diversas enfermedades óseas, y en la antigüedad, fue muy frecuente encomendarse a este santo para prevenir y curar este tipo de enfermedades. Los enfermos se dirigían a él pidiendo su curación, especialmente los paralíticos, debido a la tradición que situaba a San Mauro como servidor de los menesterosos y particularmente de los lisiados.
Este comentario, que en el momento actual puede parecer anecdótico, hasta bien entrado el siglo pasado, tenía su total vigencia y recuerdo que en nuestro pueblo existieron sanadores, generalmente mujeres, que actuaban intentando remediar diferentes males, utilizando para ello rezados encomendados a diversos santos, en función de cual fuese la dolencia del enfermo. En ocasiones, los rezos se acompañaban de ciertos rituales, que practicaban las sanadoras sobre la zona de la que se quejaba el enfermo que acudía a ellos en busca de ayuda. 
Ermita de San Amaro. Archivo Sánchez García. Subida a Facebook por Melchor Hernández Castilla 
En la obra del portuense José Javier Hernández García sobre el ermita de Nuestra Señora de La Paz, este autor señala que a la fiesta acudían los campesinos vestidos “con calzón corto de lienzo, faja y camisa cuya pechera mostraba diminutos pliegues; las mujeres lucían corpìño y tocaban su cabeza con sombreros de palma” [4].  
Resulta interesante señalar que la romería de San Amaro tenía lugar como ya señalé el día quince de enero y por ello era la primera de las diversas romerías que se celebraban en nuestra isla. Durante la celebración de la romería, era costumbre engalanar la entrada de la ermita con diversos productos del campo, que solían colgar de una estructura recubierta de hojas y ramas verdes y el arco de la antigua entrada de la ermita solía asimismo cubrirse con hojas de palmeras entrelazadas, tal como se aprecia en la siguiente fotografía.
En la ya citada obra de Hernández García, en relación a la fiesta se comenta que la “ermita en su sencillez, presentaba un aspecto deslumbrante los días de fiesta. Al enjalbegado habitual efectuado cada año al llegar estas fechas se unía la confección de un arco levantado ante la puerta principal, del cual colgaban frutos, brezos y poleos... Con hierbas olorosas solía cubrirse todo el suelo de la ermita. De este modo el poleo, el romero, o el arrayán prestaban su perfume reconfortante al caminante cansado que, al final del viaje, podía descubrir detrás de aquel aroma, el sentido sacro del lugar que pisaba”.
Ermita de San Amaro y de Nª Sª de La Paz. Archivo Sánchez García. 
Subida a Facebook por Melchor Hernández Castilla
La Virgen de Candelaria y la ermita de San Amaro
El investigador orotavense Manuel Hernández González comenta un párrafo muy significativo relacionando la ermita de San Amaro con la Virgen de Candelaria, pues el citado autor afirma San Amaro, en la Paz, una ermita que hasta en pleno s. XIX, y en realidad hasta el desarrollo turístico, estaba situada en una zona despoblada inmediata a lo que es hoy el Jardín Botánico, era un santuario de tal importancia que en pleno s. XVII y en medio de una fuerte polémica fue elegido como marco para albergar a la Virgen de Candelaria de forma definitiva, ante los graves riesgos que presentaba el pueblo costero que lleva su nombre, aunque finalmente fue desestimado por la abierta oposición de los vecinos del Valle de Güímar.....”[2].
El comentario anterior da fe de la importancia y relevancia que el santuario llegó a tener, pues en medio de una ruidosa polémica, fue elegido como posible lugar para albergar de forma definitiva a la Virgen de Candelaria, ante los graves riesgos que presentaba su presencia en un pueblo costero, como el de Candelaria, sometido por una parte a la siempre latente amenaza de ataques piráticos y por la otra a las inclemencias de los temporales marinos. Los riesgos no eran imaginarios, pues es bien sabido y ya lo narré en una crónica anterior, como la antigua imagen de la Patrona, desapareció arrastrada por las aguas en el violento temporal desencadenado en 1826.
Antigua imagen de la Virgen de Candelaria, desaparecida en el aluvión de 1826 
De cualquier forma, este traslado de la Virgen de Candelaria desde su santuario en el sur, hasta la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro, no llegó a materializarse por la fuerte oposición de los vecinos del Valle de Güimar, que no querían por ningún concepto que la imagen de Virgen de Candelaria fuese a parar a otro santuario diferente del que tradicionalmente había ocupado hasta esa fecha y que según la tradición se había aparecido en la zona citada a unos pastores guanches que transportaban sus rebaños de cabras.
Los ermitaños de Nª Sª de la Paz
En los siglos pasados era relativamente frecuente que las ermitas donde se hallaban imágenes de mucha devoción y la de la Virgen de Nuestra Señora de la Paz, y la más popular imagen de San Amaro sin duda lo eran, recibiesen a lo largo de todos los años numerosas visitas de fieles devotos de alguna de las imágenes citadas y ello trajo consigo que en casi todas ellas, existiese una persona encargada de velar por el cuidado y la limpieza de la ermita y sus imágenes, así como de mostrar estas últimas, a todos aquellos visitantes devotos que se acercasen a visitarla.
Tales personas que por devoción vivían en las ermitas y cuidaban de su aseo, arreglo y las mostraban a los devotos visitantes, fueron popularmente conocidos como ermitaños y la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro, no fue una excepción a esta regla como veremos a continuación.
Comenté en la crónica anterior, que en el bautizo de Juan, un esclavo de Alonso García Calzadilla, celebrado e1 29 de noviembre de 1590, en la Parroquia de la Concepción de La Orotava, actuó como padrino el Hermano Andrés, que fue descrito como "ermitaño de Nuestra Señora de la Paz". El hecho de que en 1590, es decir, casi desde sus orígenes, existiera un ermitaño, prueba que la ermita de Nuestra Señora de la Paz estaba ya construida en esa fecha y que existía una cierta demanda por conocerla, lo que es congruente con la presencia de ella de una imagen de tanta devoción como la de San Amaro y además de un ermitaño que cuidaba de la ermita y de la citada imagen y la mostraba a los fieles. Conviene tener en cuenta que durante  casi un siglo, la imagen de San Amaro fue la única existente en la ermita y que Nuestra Señora de La Paz, solo llegó casi un siglo después, es decir a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII [5].
Ermita de Nª Sª de la Paz y San Amaro. Foto I. Bello Baeza
En un codicilo en el que revocaba algunas cláusulas de su testamento, Francisco Hernández, beneficiado de la Parroquia de La Concepción de La Orotava, confesó en 1602, haber construido en la parte trasera de la Ermita de Nuestra Señora de La Paz un edificio de dos plantas, estando destinada la planta baja a sacristía, con una puerta que la comunicaba con la ermita, mientras que la parte alta debía ser la morada de Juliana Gutiérrez, la ermitaña, a cambio de la cual, tanto élla como sus descendientes estaban obligados tanto al cuidado de la ermita, como a mostrársela a los devotos que se acercaban hasta ella en cumplimiento de una promesa. Por este codicilo, sabemos que Juliana Gutiérrez era hija de Baltasar Rodríguez y Juana Gutiérrez y estaba casada con Pedro Pinto, con quien vivía en la ermita, y cuidaban de ella como sus ermitaños [6].
Los mayordomos de la Iglesia
          Creo oportuno comenzar este apartado comentando cuáles eran las funciones y obligaciones de los antiguos mayordomos de las iglesias, figura actualmente desaparecida.  Con carácter general, la totalidad de los bienes materiales destinados a la reparación, adorno de la iglesia y al culto divino que en ellas se hace, tenía como administrador nato a la persona del obispo de la diócesis donde se halla enclavada la iglesia.  Para alivio de la pesada carga que suponía para los obispos de una diócesis el encargase de la administración económica de las iglesias dependientes de su diócesis, las iglesias fueron dotadas de los llamados mayordomos de fábrica o simplemente mayordomos, que tenían como misión el llevar a cabo el control económico de la iglesia, tanto de los posibles ingresos, tanto por las rentas de las propiedades rústicas y urbanas de la citada iglesia, como el de las donaciones, los diezmos y primicias, las ofrendas de los fieles, las festividades, etc.
           De manera similar, los mayordomos estaban obligados a llevar cuenta detallada de los gastos, que incluían los sueldos del personal a servicio de la iglesia, los habituales gastos para el mantenimiento y los gastos periódicos que se hacían durante las fiestas. Estaban obligados a rendir cuentas anualmente de los ingresos y gastos de la parroquia, lo que se hacía habitualmente ante el obispo de la diócesis correspondiente y a este respecto, conviene recordar que en Canarias, hasta bien entrado el siglo XIX sólo existía una diócesis conocida como Diócesis Canariensis, que tenía su sede en Las Palmas de Gran Canaria. A partir de 1819, se creó la nueva diócesis llamada Diócesis Nivariensis, encargada de regir todas las parroquias, iglesia y ermitas comprendidas en la provincia de Santa Cruz de Tenerife.
          Como norma general, los mayordomos no tenían por qué ser eclesiásticos, y de hecho fueron abundantes los civiles que detentaron este cargo en las diversas iglesias; su nombramiento solía hacerse por periodos de un año, pero frecuentemente, permanecían durante periodos más o menos largos en la mayordomía de la iglesia o ermita.
          Los mayordomos estaban asimismo obligados a afianzar su solvencia económica en el cargo con sus bienes personales, por lo que generalmente los mayordomos solían ser personas de cierto relieve social y que además poseían un determinado nivel económico, para poder otorgar garantía sobre los bienes que iban a administrar.
          Uno de los primeros mayordomos de la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro de los que se tiene constancia fue el pintor y presbítero Gaspar de Quevedo (1616- ¿?) [7], quien en 1966 declaró ante el escribano Domingo Romero haber recibido del orotavense Juan de Mesa y Ayala “una ropa de raso labrado, plateado y ..., con guarnición de plata y oro fino, basquiña, capilla, jubón y manto, cuya ropa se mandó a dar a Nuestra Señora de la Paz por D. Juan de Toledo, obispo que fue de estas islas, en la visita que hizo a esta Villa y Puerto, que por su testamento mandó a dicha imagen Dª María de Cabrera” [8].
             El portuense José Javier Hernández García en su libro sobre la Ermita de Nuestra Señora de la Paz cita una donación hecha por el citado Gaspar de Quevedo, quien había dado a tributo la casa, la finca y estanque propiedad de la ermita, que en 1702 fueron vendidos a Bernardo Valois para la construcción de su hacienda [9]Juan de Mesa en su testamento fechado en 1670, cita que se deben arreglar las cuentas con el escribano orotavense Diego de Paz, que también fue mayordomo de la ermita tal como narran Alloza Moreno y Rodríguez Mesa [10]
            Más adelante, concretamente en el año 1767, el por entonces mayordomo Ambrosio Estévez Delgado pagó doscientos cincuenta reales por unas andas para al Santa Imagen de Nuestra Señora” y más tarde en 1786, veinte reales de vellón por “apuntalar la capilla mayor de la ermita a dos carpinteros, un oficial de albañil y dos peones, más cincuenta y siete reales de vellón por treinta y siete esquinas puestas en la dicha ermita” [11]. Los hermanos  Pedro Delgado Ambrosio Estévez Delgado fueron asimismo mayordomos de la ermita el primero desde 1755 hasta 1760 y el segundo de 1760 a 1789 [12].
 En 1841, cuando el Puerto de la Cruz logra expandir sus límites municipales, los llamados Llanos de la Paz quedaron a partir de ese momento incluidos en el ámbito municipal portuense, a pesar de que en lo religioso la Ermita de La Paz siguió dependiendo de la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de la Villa de La Orotava.
En 1827, Ángel Seycher, un vecino del Puerto de la Cruz fue nombrado mayordomo de la ermita, aunque duró poco tiempo en el cargo. Existe un inventario de los bienes de la ermita de Nª Sª de la Paz y San Amaro, firmado por Ángel Seycher, fechado en 1844, donde se relacionan los diferentes enseres de la ermita, que a continuación relaciono, pues a pesar de que soy consciente de su prolijidad, pienso que da una imagen clara de los bienes de la ermita:Plata: Un cáliz con su patena cucharilla / Una corona de la Virgen / Una corona del Niño/ Un báculo del dicho Santi / Una peana forro de plata de dicho Santi / Un barquito de oro con un hilito de perlas / Un ojo de plata / Una niña de ídem / Un anillo con piedras falsas de la Virgen / Tres rosetas con ídem de la dicha. Ropa de la Virgen: Una enaguas y manto que tiene puestas/ Una toca, un cinto de galón y dos vueltas de encaje / Una camita y una banda del Niño / Dos túnicas de seda encarnadas para los angelitos. Ropa de San Amaro: Una capita blanca bordada de oro / Una capa de terciopelo encarnado que tiene puesta / Dos capas de lampazo algo viejas. Ropa de San Luis: Una túnica de seda con su mangos / Dos capitas de seda con galón de oro para la garganta, un cordón de oro con sus borlas para la cintura y una cuerda de lana. 
En el mismo inventario, se hace una relación de los enseres de la ermita, que eran: “Unas andas de palo pintadas para la Virgen / Unas dhas plateadas de San Amaro con su cajón / Una mesa y una barra para el trono del Sto. / Una urna de cristal apara cubrir a San Amaro / ... bancos de la ermita / Dos bancos en la sacristía / Una mesa con gaveta para los vestuarios // Tres mesas de pinsapo / Tres sillas / Dos atriles de altar / Do dos de Coro / Un cuadro con un Crucifijo pintado / Uno dho con Sn. Francisco y St0Domingo / Dos cruce de altares / Una piedra de ara suelta / Una araña de cristal /Dos bujías de palo / Una lámpara de pettre / Dos misales / Dos candeleros de metal / / Una campanilla de ídem / Dos pares de vinagreras, una de pisa y otra de vidrio / Una cajita de hojalata para las hostias / Doce jarras de palo pintadas para flores / Ocho jarras doradas para ídem / Dos angelitos pequeños de madera / Una escalera de mano para el campanario / Nueve ramos para jarras de flores artificiales / / Noventa y cuatro ramitos para las andas / Dos guirnaldas para los angelitos” [13].
Tomás Fidel Cólogan y Bobadilla, al ver que la ermita estaba desatendida por carecer de mayordomo, solicitó al obispo de la Diócesis Canariensis que le fuese concedido el nombramiento de mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro, argumentando que la citada ermita se hallaban situada en terrenos de su propia hacienda, obteniendo una respuesta positiva en 1844. 
Tomás Fidel Cólogan y Bobadilla (1815-1888)
A. Rixo comenta en sus Anales en relación al año 1868, que el “el día 19 (de enero) desde la ermita de La Paz, fue traída la Virgen de este nombre y San Amaro para hacerles su función en esta parroquia del Puerto a la cual ha quedado subordinada dicha ermita después que se haya agregado a su jurisdicción eclesiástica, desde cuya parroquia se recondujeron en procesión ambas imágenes acompañada de numeroso pueblo y romeros concurrentes a la fiesta. No presidió ningún municipal, pero sí don Tomás Fidel Cólogan, a quien el Obispo don Luis Folgueras constituyó patrono de la citada ermita, hace más de 30 años. El día no sólo estuvo despejado, sino caluroso” [14]. 
El cronista A. Rixo cita correctamente al patrono de la ermita, pero yerra en el cuanto al tiempo en que ejercía de mayordomo, pues según los datos anteriores, Tomás Cólogan llevaba en esos momentos veinte y cuatro años como mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de La Paz.
El cultivo del malvasía en la zona de La Paz
La zona de La Paz, que durante mucho tiempo fue conocida con el nombre de Pago de Sancho Caballero, fue muy fértil y estuvo dedicada al cultivo tanto de cereales como de vid, particularmente de la variedad malvasía, que tanto demanda tuvo en ese siglo y en los siguientes, en los que la mayor cantidad de la producción se exportaba hacia el extranjero, concretamente a Europa, con especial incidencia en Inglaterra y hacia América.
Durante siglos, estuvo vigente entre los católicos el pagar a la Iglesia los llamados diezmos y primicias, entendiendo por el primero la décima de los “frutos que provenían de los campos, prados, viñas, árboles y animales, pagado habitualmente en especie y no en dinero”. Con el segundo término se hacía alusión a “la primera parte de los frutos y/o ganados que se ofrecían a Dios”. Centraré mi atención en el primero de estos dos tributos que los católicos estaban obligados a dar a la iglesia.
Como ya dije al comienzo de este apartado, la zona de La Paz fue muy fértil en cultivos, primero en el de la caña de azúcar para extraer ese producto y destinado esencialmente a la exportación. Después al decaer este comercio por la desigual competencia que ofrecía la producción azucarera de la América Latina, la zona de La Paz se pobló de numerosas plantaciones de viñedos, particularmente de la variedad malvasía, de cuyas uvas se extraía el vino que hizo tan famosa a nuestras islas y particularmente a Tenerife.  
Llegado el momento de la recolección de las uvas, los cosecheros daban cuenta a la Iglesia de la cantidad de uva que le correspondía recoger por el diezmo de la plantada en su zona y la Iglesia, habitualmente, llevaba a cabo una subasta pública entre los comerciantes interesados, habitualmente mercaderes ingleses residentes en Tenerife, que se desplazaban a La Laguna, para pujar y hacerse con los vinos malvasía de la zona que le interesaba.
Uno de esto mercaderes fue Guillermo Clerque, un inglés que se había casado con la portuense María Francisca de Escañuela y que después de su matrimonio, se afincó definitivamente en el Puerto de Cruz, en el cual estuvo viviendo un largo tiempo antes de casarse. En 1664, Guillermo Clerque había comprado a las autoridades eclesiásticas mediante subasta, los derechos a recoger el mosto del diezmo de la zona de La Paz. Para efectuar la recogida de este mosto, pactó con Baltasar González, un transportista de la época que se comprometió a hacerlo con dos caballos que tenía, capaces de cargar 5 barriles y medio de mosto.
Clerque le dió por adelantado 694 reales, comprometiéndose a pagarle a razón de 11 reales por cada bota de a l4 barriles, cediéndole, además, otros dos caballos y un mozo, para facilitar la tarea de recogida y transporte del mosto de la zona de La Paz. Una vez recogido todo el mosto, Baltasar González debía transportarlo desde La Paz hasta la bodega que Guillermo Clerque tenía en su casa situada en el Puerto de la Cruz [15]. Sirva este ejemplo, tanto para poner de relieve que en la zona de La Paz se llegó a cultivar el malvasía como para servir de ejemplo del pago del diezmo que los agricultores debían abonar a la Iglesia Católica.
La compra del terreno de La Paz por Bernardo Valois
El seis de junio de 1702, Sebastiana Martín, viuda del inglés Ricardo Antonio, sus cinco hijas, y Mateo Pacheco, marido de una de ellas llamada Catalina Antonia, herederos con beneficio de inventario de Ricardo Antonio, vendieron a Bernardo Valois una casa terrera en la que tenían plantadas parras, con un estanque para agua, con árboles frutales, todo cercado de paredes, que se hallaba en La Paz.
Sebastiana Martín comentó que ella había obtenido la casa y el terreno durante su matrimonio, y que se lo había dado a tributo el ya citado licenciado Gaspar de Quevedo, mayordomo que había sido de la Ermita de Nuestra Señora de la Paz, con cargo de cierta cantidad que había que pagar a la ermita y su mayordomo. El tributo era inicialmente de 150 reales anuales, pero se moderó por una sentencia favorable que obtuvo en un pleito que pusieron por lo exorbitante de dicho tributo. El pleito se siguió en el tribunal de la Capitanía General de las islas y la sentencia se publicó en 1674, estipulándose en ella que sólo debían pagarse 35 reales anuales [15].
Bernardo Valois construyó en esos terrenos la hermosa mansión que aun hoy perdura en manos de sus herederos, la Familia Cólogan, que fue visitada por viajeros muy ilustres, entre ellos el barón Von Humboldt.
     La Paz, cerca del Puerto de la Orotava. Dibujo de Alfred Diston
La imagen de Nuestra Señora de La Paz
La última parte de esta crónica la dedico a realizar diversos comentarios sobre la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Paz, tanto en lo referente a su llegada como en lo relativo a su nombre. Utilizo como base fundamental para mi comentario el último capítulo de la obra de José Javier Hernández García ya citada en varias ocasiones en tanto en la anterior como en esta misma crónica [16].
El citado autor afirma que muy probablemente la imagen actual no sea la primitiva donada por el orotavense Juan de Mesa, sino que en su opinión más bien parece propia del siglo posterior, es decir, del siglo XVII y que al igual que ocurrió con la talla de San Amaro, la primitiva imagen de la virgen debió ser de reducidas dimensiones, tal como ocurría frecuente con la imaginería de aquella época. Esta segunda imagen, siguiendo al autor ya citado, presenta en la actualidad muchos de los rasgos típicos del siglo XVII, como son su condición de candelero -entendiendo por tal que se trata de imagen que únicamente presenta talladas su cabeza y sus manos-, el presentar ojos de cristal, pestañas postizas, tener girada su cabeza y ello parece indicar posteriores arreglos realizados posteriormente al siglo XVII.
Una muy interesante aportación del ya citado autor es en mi opinión, el origen del nombre, que durante mucho tiempo ha permanecido ignorado dando pie a muchas cábalas e hipótesis. Según Hernández García se trata de una devoción de honda raigambre portuguesa y en este punto, conviene no olvidar que durante el siglo XVI, Canarias y el Puerto de la Cruz tuvieron una amplia presencia lusa, motivada probablemente por la puesta en marcha de los ingenios azucareros, en los que los habitantes de Madeira ya tenían una amplia experiencia.
El citado autor comenta en el último capítulo de su libro, que la advocación de la ermita tiene “una devoción de honda raigambre en Portugal: Nossa Senhora da Lapa” y que este hecho, unido al descubrimiento de que la denominación portuense de “Nta. Sra de lapas”, que aparece a veces en la documentación de los siglos XVI y XVII, no era un error, sino la transcripción de un nombre que ”no pudo ser castellanizado en un primer momento por el fuerte influjo que mantenía la colonia (portuguesa) que lo había engendrado” [17].
La raigambre portuguesa de esta tradición es muy antigua y Hernández García cita una información que le transmitió desde Portugal Santiago Ribas, según la cual “hacia finales del siglo X se sitúa el hallazgo de la Virgen da Lapa en una gruta por una niña. Al perecer, la pequeña talla había sido depositada allí para protegerla durante la dominación musulmana. Pronto el lugar comenzó a convertirse en centro de peregrinaciones debido a los muchos milagros y favores que la intersección de la Virgen producía, entre ellos la curación de la niña que la encontró en la cavidad rocosa del norte de Portugal. Su devoción fue tan grande que el culto rebasó las tierra de origen para llegar a las costas de Brasil y a los archipiélagos portugueses de Azores, Madeira y Cabo Verde”. Según el mismo autor, la festividad se celebra en el santuario de la Sierra de Lapa (Viseu, Portugal) el 15 de agosto, en tanto que como ya comenté la festividad de San Amaro tenía lugar     
Como habitualmente suele ocurrir, la aparición de la imagen de Nuestra Señora e Lapas en Viseu, está rodeada de una curiosa leyenda, que hasta cierto punto recuerda la tejida en torno a la Virgen de Lourdes en Francia. Por su interés la reproduzco, pero haciendo nuevamente constar que no se trata de datos históricos, sino de una popular leyenda.
Según cuenta la citada leyenda “en 1498, mientras una niña muda estaba cuidando un rebaño de ovejas en las colinas de Quintela, fuera de la ciudad de Sernancelhe, en el centro norte de Portugal,se encontró una estatua de la Virgen y el Niño, en la hendidura de una roca. La joven Joana hizo de la estatua un objeto de devoción personal y la llevaba de un lado a otro de su casa, donde hizo ropa para élla y la llevó a la colina, donde la puso sobre una roca, rodeándola de flores, y le razaba mientras sus ovejas pastaban.
Su madre empezó a sentirse descontenta porque le parecía que la niña descuidaba sus tareas para cuidar de su “muñeca” y un día, tomó la imagen y la arrojó al fuego de la chimenea. Justo en ese momento, Joana, que era muda comenzó a hablar por primera vez en su vida, diciendo Madre! Esa es la Virgen de la Gruta! Qué estás haciendo! y sin temor agarró la imagen y la sacó sin que llegara a quemarse en el fuego. Tanto ella como su madre sufrieron quemaduras, de las que Joana se recuperó totalmente, mientras que el brazo de su madre quedó paralizado, aunque se recuperó completamente después de la oración que ambas hicieron”.
La leyenda afirma que al saberse el hecho milagroso el párroco tajo la imagen a la iglesia, pero tres veces fue llevada, y las tres la imagen desapareció de la iglesia volviendo al lugar donde la habían encontrado la niña. Después de este hecho prodigioso se construyó una capilla en el lugar donde Joana había encontrado la imagen y luego el santuario de Nuestra Señora de Lapa. 
                Santuario da Nossa Senhora da Lapa. Quintela. Portugal
Termino la crónica mostrando dos excelentes acuarelas de la ermita de Nuestra Señora de la Paz realizadas por el afamado acuarelista D. Francisco Bonnín Guerín. En realidad, un examen cuidadoso de ambas, muestra que en lo sustancial son idénticas, variando única y exclusivamente en el colorido y la tonalidad que el maestro Bonnín utilizó en cada una de éllas.
                 Ermita de San Amaro. Acuarela de F. Bonnín Guerín

  Ermita de San Amaro. Acuarela de F. Bonnín Guerín
BIBLIOGRAFÍA
1.      Floresta Provincial. Archivo Álvarez Rixo. Universidad de La Laguna.    
2.      Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Manuel Hernández   González. Tenerife, 2006.
3.      Usos y costumbres de los aldeanos de la isla de La Palma. Antonio Lemos Smalley. Archivo Álvarez Rixo. Universidad de La Laguna.    
4.      El Llano de La Paz y su Ermita. Dirección General de Cooperación y Patrimonio Cultural. 2016.  José Javier Hernández García. 
5.      Ídem, p. 163
6.       Libro 4º de Bautismos. Parroquia de Nª Sª de La Concepción de La Orotava. 29-11-1590.
7.      AHPSCT. PN 2804. Roque Suárez. 24-VII-1602. Folios 402-408.
8.      Para un mejor conocimiento de la vida y la obra del pintor orotavense Gaspar de Quevedo véanse los artículos de  Carmen Fraga “Nuevos datos sobre  la vida y la obra de Gaspar de Quevedo. Anuario Estudios Atlánticos, nº 27, p. 559-576, 1981” y el de Carlos Rodríguez Morales “El pintor Gaspar de Quevedo, su aprendizaje en Sevilla y nuevas obras en Canarias”. Laboratorio de Arte, 20, p. 131-139, 2007.
9.      AHPSCT. PN 3134.12-II-1966, fº 32.
10.      AHPSCT, PN 3806, 1702, fos 137-140v.
11.  Misericordia de la Vera Cruz en el Beneficio de Taoro, desde el siglo XVI. Santa Cruz de Tenerife. 1984.
12.   Archivo Parroquia de la Concepción. La Orotava. Legajo Ermitas y cofradías, recibos s.c.
13.   Cita nº 4, p. 155.
14.   APCO. Ermitas y cofradías.... Puerto de la Cruz. Precisiones sobre sus orígenes y evolución. M. Rodríguez Mesa Fundación Telesforo Bravo y Juan Coello. Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Tenerife. 2015.
15.  Anales, p. 478.
16.  AHPSCT. PN 3789. 7-IV-1664, fos153-154.
17.  The Marian Times.

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