Comenté en la crónica anterior algunos de los avatares
seguidos por la ermita de Nuestra Señora de La Paz y San Amaro desde su
construcción en 1591, narrando asimismo el fervor con el que se rendía culto en
élla a la imagen de San Amaro.
En esta nueva crónica, también dedicada a la misma
ermita, desarrollo aspectos relacionados con la festividad de San Amaro, que
tuvo una muy popular y concurrida romería, así como la presencia en la ermita durante
siglos de ermitaños, entendiendo por tales familias que la cuidaban y mostraban
a los fieles que deseaban verla, bien para rendir culto a San Amaro, bien
para depositar sus exvotos o ambas cosas a la vez.
La crónica prosigue con un amplio comentario acerca
de los mayordomos de la ermita y mostrando como en la zona se llegó a cultivar
en el siglo XVII la variedad de uva conocida como malvasía, para terminar con
la compra del terreno aledaño a la ermita por el irlandés Bernardo Valois.
La
festividad y romería de San Amaro
Ya comenté en la anterior crónica que la ermita de
Nuestra Señora de la Paz se hallaba situada hasta bien entrado el siglo XX, en
una zona que podríamos calificar de despoblada, pero las noches inmediatas al
día quince de enero, vísperas de la festividad de San Amaro, recibía en sus
inmediaciones una gran cantidad de romeros, que acudían de diversos puntos del
Valle de la Orotava y de otros pagos de la isla atraídos, probablemente, por el
carácter lúdico y hasta cierto punto libertino de su fiesta. Conviene además tener en cuenta, que casi durante el primer siglo, la única imagen entronizada
en la citada ermita era la de San Amaro, ya que, tal como comenté en mi
anterior crónica, la imagen de la Virgen de la Paz, sólo llegó a la ermita casi
un siglo después, siendo donada por Lope de Mesa y
Llarena, capitán de milicias, regidor y alguacil mayor perpetuo de Tenerife y
biznieto de Juan de Mesa y Lugo.
La imagen del citado santo es muy pequeña y ello
queda claramente reflejado en una anécdota que cuenta Álvarez Rixo en su Floresta Provincial [1] relativa a su tamaño, poniendo en boca de una madre y su hija que
asistían a la procesión de San Amaro el siguiente diálogo no carente de chispa:
-
¿Cuál es San Amaro, madre?
-
Aquel
chiquito hija.
-
¡Jesús!
Si parece una araña! ¿Cómo diantres puede hacer tanto milagro?
-
Pues
esa es la gracia, hija...
A pesar de la aparente
trivialidad de la anécdota narrada por el cronista portuense, el comentario da
un documentado valor a la imagen y a su culto, pues a pesar de su reducido
tamaño, su festividad y la romería que a ella le acompañaba, fueron tan afamadas
en el Valle de la Orotava, que es tradición popular que a la citada fiesta y
romería acudía un numeroso gentío de todos los pueblos del mencionado valle.
Imagen de San Amaro o San
Mauro
|
Como puede colegirse fácilmente del gentío que
acudía a la fiesta, la celebración no estuvo exenta de dificultades e incidentes,
tal como el que ocurrió en 1735, y podemos valorar la importancia de la
festividad en el expediente que se realizó en el citado año, contra Francisco
Álvarez de Ledesma, por entonces Alcalde Mayor de Villa de La Orotava, bajo cuya
jurisdicción se hallaba el territorio de La Paz, por no haber acudido en esas
noches a la fiesta, pese a la expresa obligación que tenía de hacerlo.
En una de esas noches de la romería de ese año
(1735), fue asesinado un hombre en la fiesta, y en el expediente que se levantó
dando cuenta de este incidente, se dice que "siendo
estilo y costumbre que todos los tenientes de La Orotava bajen todos los años
en las noches y vísperas de San Amaro a la ermita de este santo, inmediata al
Puerto, a impedir cualesquiera disensiones y pleitos que pueda ocasionar la
concurrencia de tantas personas a festejarse en dicho sitio .." [2].
La romería que se celebraba la víspera de San Amaro tenía
un enorme arraigo popular y la concurrencia era muy numerosa, pues se caracterizaba
por una cierta licencia que otorgaban los padres a sus hijas para que pudiesen
acudir solas a la romería, es decir, sin la acostumbrada “carabina familiar”. Era ésta una ocasión pintiparada para la
comunicación más estrecha entre los dos sexos, que en los siglos pasados se
hacía siempre bajo la directa supervisión de un familiar de la moza, tanto para
prevenir y controlar que no ocurriese nada que posteriormente hubiera que
lamentar, como sobre todo para evitar las habladurías y maledicencias de la gente vecina.
En la romería de San Amaro, la ocasión para un
encuentro más cercano e íntimo era mucho más fácil, pues se pernoctaba sobre el
suelo, al aire libre, sin separación de sexos, lo que en muchos casos favorecía
las relaciones sexuales entre los jóvenes que concurrían a la fiesta. Este
hecho queda reflejado en una anónima copla festiva alusiva a la romería y
festividad de San Amaro, que a continuación reproduzco:
“Si
fueses a San Amaro,
mira
que el santo es bellaco.
Que
yo mandé mis dos hijas,
Fueron
dos, vinieron cuatro”
Esta copla no sólo se utilizaba para hacer mención a la romería de San Amaro,
sino que también se refería a las arraigadas costumbres de la isla de La Palma,
donde, como ya mencioné en mi crónica anterior, en Puntagorda existe una ermita
de la advocación de San Amaro, en la que también se celebraba una romería
similar a la que tenía lugar en la ermita de La Paz, tal como refiere A. Lemos
Smalley al comentar las costumbres de los aldeanos de la isla de La Palma [3].
La ermita solía permanecer abierta la noche de la víspera de la fiesta y al
correr de los años, quizás por los incidentes que empezaron a tener lugar
durante la víspera de la romería en la que se producía la llegada de los romeros y se acumulaba una importante cantidad de personas, la cofradía empezó a pagar a un hombre para
que se encargase de velar por el orden y las buenas costumbres, evitando con su
presencia cualquier altercado violento, que pudiese tener lugar.
Parece claro que la razón fundamental por la que el pueblo llano acudía a
la romería era la búsqueda de la diversión, pero no conviene dejar
completamente de lado la arraigada devoción que San Amaro tuvo entre el pueblo
como santo sanador de diversas enfermedades óseas, y en la antigüedad, fue muy
frecuente encomendarse a este santo para prevenir y curar este tipo de enfermedades.
Los enfermos se dirigían a él pidiendo su curación, especialmente los
paralíticos, debido a la tradición que situaba a San Mauro como servidor de los
menesterosos y particularmente de los lisiados.
Este comentario, que en el momento actual puede parecer anecdótico, hasta
bien entrado el siglo pasado, tenía su total vigencia y recuerdo que en nuestro
pueblo existieron sanadores,
generalmente mujeres, que actuaban intentando
remediar diferentes males, utilizando para ello rezados encomendados a diversos
santos, en función de cual fuese la dolencia del enfermo. En ocasiones, los
rezos se acompañaban de ciertos rituales, que practicaban las sanadoras sobre
la zona de la que se quejaba el enfermo que acudía a ellos en busca de ayuda.
Ermita de San Amaro.
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En la obra del portuense José Javier Hernández García sobre el ermita de Nuestra
Señora de La Paz, este autor señala que a la fiesta acudían los campesinos
vestidos “con calzón corto de lienzo,
faja y camisa cuya pechera mostraba diminutos pliegues; las mujeres lucían
corpìño y tocaban su cabeza con sombreros de palma” [4].
Resulta interesante señalar que la romería de San Amaro tenía lugar como ya
señalé el día quince de enero y por ello era la primera de las diversas
romerías que se celebraban en nuestra isla. Durante la celebración de la
romería, era costumbre engalanar la entrada de la ermita con
diversos productos del campo, que solían colgar de una estructura recubierta de
hojas y ramas verdes y el arco de la antigua entrada de la ermita solía asimismo cubrirse
con hojas de palmeras entrelazadas, tal como se aprecia en la siguiente
fotografía.
En la ya citada obra de Hernández García, en relación a la fiesta se comenta que
la “ermita en su sencillez, presentaba un
aspecto deslumbrante los días de fiesta. Al enjalbegado habitual efectuado cada
año al llegar estas fechas se unía la confección de un arco levantado ante la
puerta principal, del cual colgaban frutos, brezos y poleos... Con hierbas
olorosas solía cubrirse todo el suelo de la ermita. De este modo el poleo, el
romero, o el arrayán prestaban su perfume reconfortante al caminante cansado
que, al final del viaje, podía descubrir detrás de aquel aroma, el sentido
sacro del lugar que pisaba”.
Ermita de San Amaro y de
Nª Sª de La Paz. Archivo Sánchez García.
Subida a Facebook por Melchor
Hernández Castilla
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La Virgen de Candelaria
y la ermita de San Amaro
El investigador orotavense Manuel Hernández González comenta un párrafo
muy significativo relacionando la ermita de San Amaro con la Virgen de Candelaria, pues el citado autor
afirma “San Amaro, en la Paz, una ermita que hasta en pleno s. XIX, y en
realidad hasta el desarrollo turístico, estaba situada en una zona despoblada
inmediata a lo que es hoy el Jardín Botánico, era un santuario de tal
importancia que en pleno s. XVII y en medio de una fuerte polémica fue elegido
como marco para albergar a la Virgen de Candelaria de forma definitiva, ante los
graves riesgos que presentaba el pueblo costero que lleva su nombre, aunque
finalmente fue desestimado por la abierta oposición de los vecinos del Valle de
Güímar.....”[2].
El comentario anterior da fe de la importancia y
relevancia que el santuario llegó a tener, pues en medio de una ruidosa
polémica, fue elegido como posible lugar para albergar de forma definitiva a la
Virgen de Candelaria, ante los graves riesgos que presentaba su presencia en un
pueblo costero, como el de Candelaria, sometido por una parte a la siempre latente amenaza de ataques piráticos y por la otra a las inclemencias de los temporales marinos. Los riesgos no eran imaginarios, pues es bien
sabido y ya lo narré en una crónica anterior, como la antigua imagen de la
Patrona, desapareció arrastrada por las aguas en el violento temporal desencadenado en
1826.
Antigua
imagen de la Virgen de Candelaria, desaparecida en el aluvión de 1826
|
De cualquier forma, este traslado de la Virgen de
Candelaria desde su santuario en el sur, hasta la ermita de Nuestra Señora de
la Paz y San Amaro, no llegó a materializarse por la fuerte oposición de los
vecinos del Valle de Güimar, que no querían por ningún concepto que la imagen
de Virgen de Candelaria fuese a parar a otro santuario diferente del que tradicionalmente
había ocupado hasta esa fecha y que según la tradición se había aparecido en la
zona citada a unos pastores guanches que transportaban sus rebaños de cabras.
Los ermitaños de Nª Sª
de la Paz
En los siglos pasados era relativamente frecuente
que las ermitas donde se hallaban imágenes de mucha devoción y la de la Virgen
de Nuestra Señora de la Paz, y la más popular imagen de San Amaro sin duda lo
eran, recibiesen a lo largo de todos los años numerosas visitas de fieles
devotos de alguna de las imágenes citadas y ello trajo consigo que en casi
todas ellas, existiese una persona encargada de velar por el cuidado y la
limpieza de la ermita y sus imágenes, así como de mostrar estas últimas, a
todos aquellos visitantes devotos que se acercasen a visitarla.
Tales personas que por devoción vivían en las
ermitas y cuidaban de su aseo, arreglo y las mostraban a los devotos
visitantes, fueron popularmente conocidos como ermitaños y la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro, no
fue una excepción a esta regla como veremos a continuación.
Comenté en la crónica anterior, que en el bautizo de
Juan, un esclavo de Alonso García Calzadilla, celebrado e1 29 de noviembre de
1590, en la Parroquia de la Concepción de La Orotava, actuó como padrino el
Hermano Andrés, que fue descrito como "ermitaño
de Nuestra Señora de la Paz". El hecho de que en 1590, es decir, casi
desde sus orígenes, existiera un ermitaño, prueba que la ermita de Nuestra
Señora de la Paz estaba ya construida en esa fecha y que existía una cierta
demanda por conocerla, lo que es congruente con la presencia de ella de una
imagen de tanta devoción como la de San Amaro y además de un ermitaño que
cuidaba de la ermita y de la citada imagen y la mostraba a los fieles. Conviene
tener en cuenta que durante casi un siglo,
la imagen de San Amaro fue la única existente en la ermita y que Nuestra Señora
de La Paz, solo llegó casi un siglo después, es decir a finales del siglo XVII
o comienzos del XVIII [5].
Ermita de Nª Sª de la Paz y San Amaro. Foto I. Bello Baeza
|
En un codicilo en el que revocaba algunas cláusulas
de su testamento, Francisco Hernández, beneficiado de la Parroquia de La
Concepción de La Orotava, confesó en 1602, haber construido en la parte trasera
de la Ermita de Nuestra Señora de La Paz un edificio de dos plantas, estando
destinada la planta baja a sacristía, con una puerta que la comunicaba con la
ermita, mientras que la parte alta debía ser
la morada de Juliana Gutiérrez, la
ermitaña, a cambio de la cual, tanto élla como sus descendientes estaban
obligados tanto al cuidado de la ermita, como a mostrársela a los devotos que
se acercaban hasta ella en cumplimiento de una promesa.
Por este codicilo, sabemos que Juliana Gutiérrez era hija de Baltasar Rodríguez
y Juana Gutiérrez y estaba casada con Pedro Pinto, con quien vivía en la
ermita, y cuidaban de ella como sus ermitaños [6].
Los mayordomos de la Iglesia
Creo oportuno comenzar este apartado comentando cuáles eran las funciones
y obligaciones de los antiguos mayordomos de las iglesias, figura actualmente
desaparecida. Con carácter general, la
totalidad de los bienes materiales destinados a la reparación, adorno de la
iglesia y al culto divino que en ellas se hace, tenía como administrador nato a
la persona del obispo de la diócesis donde se halla enclavada la iglesia. Para alivio de la pesada carga que suponía
para los obispos de una diócesis el encargase de la administración económica de
las iglesias dependientes de su diócesis, las iglesias fueron dotadas de los
llamados mayordomos de fábrica o
simplemente mayordomos, que tenían
como misión el llevar a cabo el control económico de la iglesia, tanto de los
posibles ingresos, tanto por las rentas de las propiedades rústicas y urbanas
de la citada iglesia, como el de las donaciones, los diezmos y primicias, las
ofrendas de los fieles, las festividades, etc.
De
manera similar, los mayordomos estaban obligados a llevar cuenta detallada de
los gastos, que incluían los sueldos del personal a servicio de la iglesia, los
habituales gastos para el mantenimiento y los gastos periódicos que se hacían
durante las fiestas. Estaban
obligados a rendir cuentas anualmente de los ingresos y gastos de la parroquia,
lo que se hacía habitualmente ante el obispo de la diócesis correspondiente y a
este respecto, conviene recordar que en Canarias, hasta bien entrado el siglo
XIX sólo existía una diócesis conocida como Diócesis Canariensis, que tenía su
sede en Las Palmas de Gran Canaria. A partir de 1819, se creó la nueva diócesis
llamada Diócesis Nivariensis,
encargada de regir todas las parroquias, iglesia y ermitas comprendidas en la
provincia de Santa Cruz de Tenerife.
Como
norma general, los mayordomos no tenían por qué ser eclesiásticos, y de hecho fueron
abundantes los civiles que detentaron este cargo en las diversas iglesias; su
nombramiento solía hacerse por periodos de un año, pero frecuentemente, permanecían
durante periodos más o menos largos en la mayordomía de la iglesia o ermita.
Los
mayordomos estaban asimismo obligados a afianzar su solvencia económica en el cargo con sus bienes
personales, por lo que generalmente los mayordomos solían ser personas de cierto
relieve social y que además poseían un determinado nivel económico, para poder
otorgar garantía sobre los bienes que iban a administrar.
Uno de los primeros mayordomos de la ermita de Nuestra Señora de la Paz y
San Amaro de los que se tiene constancia fue el pintor y presbítero Gaspar de
Quevedo (1616- ¿?) [7], quien en 1966 declaró ante el escribano Domingo Romero
haber recibido del orotavense Juan de Mesa y Ayala “una ropa de raso labrado, plateado y ..., con guarnición de plata y oro
fino, basquiña, capilla, jubón y manto, cuya ropa se mandó a dar a Nuestra
Señora de la Paz por D. Juan de Toledo, obispo que fue de estas islas, en la
visita que hizo a esta Villa y Puerto, que por su testamento mandó a dicha
imagen Dª María de Cabrera” [8].
El
portuense José Javier Hernández García en su libro sobre la Ermita de Nuestra
Señora de la Paz cita una donación hecha por el citado Gaspar de
Quevedo, quien había dado a tributo la casa, la finca y estanque propiedad de
la ermita, que en 1702 fueron vendidos a Bernardo Valois para la construcción
de su hacienda [9]. Juan
de Mesa en su testamento fechado en 1670, cita que se deben arreglar las
cuentas con el escribano orotavense Diego de Paz, que también fue mayordomo de
la ermita tal como narran Alloza Moreno y Rodríguez Mesa [10]
Más
adelante, concretamente en el año 1767, el por entonces mayordomo Ambrosio Estévez Delgado pagó doscientos
cincuenta reales por unas andas para al Santa Imagen de Nuestra Señora” y más
tarde en 1786, veinte reales de vellón por “apuntalar
la capilla mayor de la ermita a dos carpinteros, un oficial de albañil y dos
peones, más cincuenta y siete reales de vellón por treinta y siete esquinas
puestas en la dicha ermita” [11]. Los hermanos Pedro Delgado Ambrosio
Estévez Delgado fueron asimismo mayordomos de la ermita el primero desde 1755
hasta 1760 y el segundo de 1760 a 1789 [12].
En 1841, cuando el Puerto
de la Cruz logra expandir sus límites municipales, los llamados Llanos de la
Paz quedaron a partir de ese momento incluidos en el ámbito municipal portuense,
a pesar de que en lo religioso la Ermita de La Paz siguió dependiendo de la
Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de la Villa de La Orotava.
En 1827, Ángel Seycher, un
vecino del Puerto de la Cruz fue nombrado mayordomo de la ermita, aunque duró
poco tiempo en el cargo. Existe un inventario de los bienes de la ermita de Nª
Sª de la Paz y San Amaro, firmado por Ángel Seycher, y fechado en 1844,
donde se relacionan los diferentes enseres de la ermita, que a continuación
relaciono, pues a pesar de que soy consciente de su prolijidad, pienso que da
una imagen clara de los bienes de la ermita:”Plata:
Un cáliz con su patena cucharilla / Una corona de la Virgen / Una corona del
Niño/ Un báculo del dicho Santi / Una peana forro de plata de dicho Santi / Un
barquito de oro con un hilito de perlas / Un ojo de plata / Una niña de ídem /
Un anillo con piedras falsas de la Virgen / Tres rosetas con ídem de la dicha. Ropa
de la Virgen: Una enaguas y manto que tiene puestas/ Una toca, un cinto de
galón y dos vueltas de encaje / Una camita y una banda del Niño / Dos túnicas
de seda encarnadas para los angelitos. Ropa de San Amaro: Una capita
blanca bordada de oro / Una capa de terciopelo encarnado que tiene puesta / Dos
capas de lampazo algo viejas. Ropa de San Luis: Una túnica de seda con su
mangos / Dos capitas de seda con galón de oro para la garganta, un cordón de oro
con sus borlas para la cintura y una cuerda de lana.
En el mismo inventario, se
hace una relación de los enseres de la ermita, que eran: “Unas andas de palo pintadas para la Virgen / Unas dhas plateadas de
San Amaro con su cajón / Una mesa y una barra para el trono del Sto. / Una urna
de cristal apara cubrir a San Amaro / ... bancos de la ermita / Dos bancos en
la sacristía / Una mesa con gaveta para los vestuarios // Tres mesas de pinsapo
/ Tres sillas / Dos atriles de altar / Do dos de Coro / Un cuadro con un
Crucifijo pintado / Uno dho con Sn. Francisco y St0Domingo / Dos
cruce de altares / Una piedra de ara suelta / Una araña de cristal /Dos bujías
de palo / Una lámpara de pettre / Dos misales / Dos candeleros de metal / / Una
campanilla de ídem / Dos pares de vinagreras, una de pisa y otra de vidrio /
Una cajita de hojalata para las hostias / Doce jarras de palo pintadas para
flores / Ocho jarras doradas para ídem / Dos angelitos pequeños de madera / Una
escalera de mano para el campanario / Nueve ramos para jarras de flores
artificiales / / Noventa y cuatro ramitos para las andas / Dos guirnaldas para
los angelitos” [13].
Tomás Fidel Cólogan y
Bobadilla, al ver que la ermita estaba desatendida por carecer de mayordomo,
solicitó al obispo de la Diócesis Canariensis que le fuese concedido el
nombramiento de mayordomo de la ermita de Nuestra Señora de la Paz y San Amaro,
argumentando que la citada ermita se hallaban situada en terrenos de su propia
hacienda, obteniendo una respuesta positiva
en 1844.
Tomás Fidel Cólogan y
Bobadilla (1815-1888)
|
A. Rixo comenta
en sus Anales en relación al año 1868, que el “el día 19 (de enero) desde la ermita de La Paz, fue traída la Virgen
de este nombre y San Amaro para hacerles su función en esta parroquia del
Puerto a la cual ha quedado subordinada dicha ermita después que se haya
agregado a su jurisdicción eclesiástica, desde cuya parroquia se recondujeron
en procesión ambas imágenes acompañada de numeroso pueblo y romeros
concurrentes a la fiesta. No presidió ningún municipal, pero sí don Tomás Fidel
Cólogan, a quien el Obispo don Luis Folgueras constituyó patrono de la citada
ermita, hace más de 30 años. El día no sólo estuvo despejado, sino caluroso” [14].
El cronista A.
Rixo cita correctamente al patrono de la ermita, pero yerra en el cuanto al
tiempo en que ejercía de mayordomo, pues según los datos anteriores, Tomás
Cólogan llevaba en esos momentos veinte y cuatro años como mayordomo de la
ermita de Nuestra Señora de La Paz.
El
cultivo del malvasía en la zona de La Paz
La zona de La Paz, que durante mucho tiempo fue
conocida con el nombre de Pago de Sancho Caballero, fue muy fértil y estuvo
dedicada al cultivo tanto de cereales como de vid, particularmente de la
variedad malvasía, que tanto demanda tuvo en ese siglo y en los siguientes, en
los que la mayor cantidad de la producción se exportaba hacia el extranjero,
concretamente a Europa, con especial incidencia en Inglaterra y hacia América.
Durante siglos, estuvo vigente entre los católicos el
pagar a la Iglesia los llamados diezmos y primicias, entendiendo por el primero
la décima de los “frutos que provenían de
los campos, prados, viñas, árboles y animales, pagado habitualmente en especie
y no en dinero”. Con el segundo término se hacía alusión a “la primera parte de los frutos y/o ganados
que se ofrecían a Dios”. Centraré mi atención en el primero de estos dos
tributos que los católicos estaban obligados a dar a la iglesia.
Como ya dije al comienzo de este apartado, la zona
de La Paz fue muy fértil en cultivos, primero en el de la caña de azúcar para
extraer ese producto y destinado esencialmente a la exportación. Después al
decaer este comercio por la desigual competencia que ofrecía la producción
azucarera de la América Latina, la zona de La Paz se pobló de numerosas plantaciones de
viñedos, particularmente de la variedad malvasía, de cuyas uvas se extraía el
vino que hizo tan famosa a nuestras islas y particularmente a Tenerife.
Llegado el momento de la recolección de las uvas,
los cosecheros daban cuenta a la Iglesia de la cantidad de uva que le
correspondía recoger por el diezmo de la plantada en su zona y la Iglesia,
habitualmente, llevaba a cabo una subasta pública entre los comerciantes
interesados, habitualmente mercaderes ingleses residentes en Tenerife, que se
desplazaban a La Laguna, para pujar y hacerse con los vinos malvasía de la zona
que le interesaba.
Uno de esto mercaderes fue Guillermo Clerque, un
inglés que se había casado con la portuense María Francisca de Escañuela y que
después de su matrimonio, se afincó definitivamente en el Puerto de Cruz, en el
cual estuvo viviendo un largo tiempo antes de casarse. En 1664, Guillermo
Clerque había comprado a las autoridades eclesiásticas mediante subasta, los
derechos a recoger el mosto del diezmo de la zona de La Paz. Para efectuar la
recogida de este mosto, pactó con Baltasar González, un transportista de la
época que se comprometió a hacerlo con dos caballos que tenía, capaces de
cargar 5 barriles y medio de mosto.
Clerque le dió por adelantado 694 reales,
comprometiéndose a pagarle a razón de 11
reales por cada bota de a l4 barriles, cediéndole, además, otros dos
caballos y un mozo, para facilitar la tarea de recogida y transporte del mosto
de la zona de La Paz. Una vez recogido todo el mosto, Baltasar González debía
transportarlo desde La Paz hasta la bodega que Guillermo Clerque tenía en su
casa situada en el Puerto de la Cruz [15]. Sirva este ejemplo, tanto para poner de relieve que
en la zona de La Paz se llegó a cultivar el malvasía como para servir de
ejemplo del pago del diezmo que los agricultores debían abonar a la Iglesia
Católica.
La
compra del terreno de La Paz por Bernardo Valois
El seis de junio de 1702, Sebastiana Martín, viuda
del inglés Ricardo Antonio, sus cinco hijas, y Mateo Pacheco, marido de una de
ellas llamada Catalina Antonia, herederos con beneficio de inventario de Ricardo
Antonio, vendieron a Bernardo Valois una casa terrera en la que tenían
plantadas parras, con un estanque para agua, con árboles frutales, todo cercado
de paredes, que se hallaba en La Paz.
Sebastiana Martín comentó que ella había obtenido la
casa y el terreno durante su matrimonio, y que se lo había dado a tributo el ya
citado licenciado Gaspar de Quevedo, mayordomo que había sido de la Ermita de
Nuestra Señora de la Paz, con cargo de cierta cantidad que había que pagar a la
ermita y su mayordomo. El tributo era inicialmente de 150 reales anuales, pero
se moderó por una sentencia favorable que obtuvo en un pleito que pusieron por
lo exorbitante de dicho tributo. El pleito se siguió en el tribunal de la
Capitanía General de las islas y la sentencia se publicó en 1674, estipulándose
en ella que sólo debían pagarse 35 reales anuales [15].
Bernardo Valois construyó en esos terrenos la
hermosa mansión que aun hoy perdura en manos de sus herederos, la Familia
Cólogan, que fue visitada por viajeros muy ilustres, entre ellos el barón Von
Humboldt.
La Paz, cerca del Puerto de la Orotava. Dibujo de Alfred Diston
|
La
imagen de Nuestra Señora de La Paz
La última parte de esta crónica la dedico a realizar
diversos comentarios sobre la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Paz,
tanto en lo referente a su llegada como en lo relativo a su nombre. Utilizo como
base fundamental para mi comentario el último capítulo de la obra de José
Javier Hernández García ya citada en varias ocasiones en tanto en la anterior
como en esta misma crónica [16].
El citado autor afirma que muy probablemente la
imagen actual no sea la primitiva donada por el orotavense Juan de Mesa, sino
que en su opinión más bien parece propia del siglo posterior, es decir, del siglo
XVII y que al igual que ocurrió con la talla de San Amaro, la primitiva imagen
de la virgen debió ser de reducidas dimensiones, tal como ocurría frecuente con
la imaginería de aquella época. Esta segunda imagen, siguiendo al autor ya citado, presenta en la actualidad muchos de los rasgos típicos del siglo XVII, como son
su condición de candelero -entendiendo por tal que se trata de imagen que
únicamente presenta talladas su cabeza y sus manos-, el presentar ojos de
cristal, pestañas postizas, tener girada su cabeza y ello parece indicar
posteriores arreglos realizados posteriormente al siglo XVII.
Una muy interesante aportación del ya citado autor
es en mi opinión, el origen del nombre, que durante mucho tiempo ha permanecido
ignorado dando pie a muchas cábalas e hipótesis. Según Hernández García se
trata de una devoción de honda raigambre portuguesa y en este punto, conviene
no olvidar que durante el siglo XVI, Canarias y el Puerto de la Cruz tuvieron
una amplia presencia lusa, motivada probablemente por la puesta en marcha de los
ingenios azucareros, en los que los habitantes de Madeira ya tenían una amplia
experiencia.
El citado autor comenta en el último capítulo de su
libro, que la advocación de la ermita tiene “una
devoción de honda raigambre en Portugal: Nossa Senhora da Lapa” y que este
hecho, unido al descubrimiento de que la denominación portuense de “Nta. Sra de lapas”, que aparece a veces
en la documentación de los siglos XVI y XVII, no era un error, sino la
transcripción de un nombre que ”no pudo
ser castellanizado en un primer momento por el fuerte influjo que mantenía la
colonia (portuguesa) que lo había
engendrado” [17].
La raigambre portuguesa de esta tradición es muy
antigua y Hernández García cita una información que le transmitió desde
Portugal Santiago Ribas, según la cual “hacia
finales del siglo X se sitúa el hallazgo de la Virgen da Lapa en una gruta por
una niña. Al perecer, la pequeña talla había sido depositada allí para
protegerla durante la dominación musulmana. Pronto el lugar comenzó a
convertirse en centro de peregrinaciones debido a los muchos milagros y favores
que la intersección de la Virgen producía, entre ellos la curación de la niña
que la encontró en la cavidad rocosa del norte de Portugal. Su devoción fue tan
grande que el culto rebasó las tierra de origen para llegar a las costas de
Brasil y a los archipiélagos portugueses de Azores, Madeira y Cabo Verde”. Según
el mismo autor, la festividad se celebra en el santuario de la Sierra de Lapa
(Viseu, Portugal) el 15 de agosto, en tanto que como ya comenté la festividad
de San Amaro tenía lugar
Como habitualmente suele ocurrir, la aparición de la
imagen de Nuestra Señora e Lapas en Viseu, está rodeada de una curiosa leyenda,
que hasta cierto punto recuerda la tejida en torno a la Virgen de Lourdes en Francia.
Por su interés la reproduzco, pero haciendo nuevamente constar que no se trata
de datos históricos, sino de una popular leyenda.
Según cuenta la citada leyenda “en 1498, mientras una niña muda estaba cuidando un rebaño de ovejas en
las colinas de Quintela, fuera de la ciudad de Sernancelhe, en el centro norte
de Portugal,se encontró una estatua de la Virgen y el Niño, en la hendidura de una
roca. La joven Joana hizo de la estatua un objeto de devoción personal y la
llevaba de un lado a otro de su casa, donde hizo ropa para élla y la llevó a la
colina, donde la puso sobre una roca, rodeándola de flores, y le razaba
mientras sus ovejas pastaban.
Su
madre empezó a sentirse descontenta porque le parecía que la niña descuidaba
sus tareas para cuidar de su “muñeca” y un día, tomó la imagen y la arrojó al
fuego de la chimenea. Justo en ese momento, Joana, que era muda comenzó a
hablar por primera vez en su vida, diciendo Madre! Esa es la Virgen de la
Gruta! Qué estás haciendo! y sin temor agarró la imagen y la sacó sin que
llegara a quemarse en el fuego. Tanto ella como su madre sufrieron quemaduras,
de las que Joana se recuperó totalmente, mientras que el brazo de su madre
quedó paralizado, aunque se recuperó completamente después de la oración que
ambas hicieron”.
La leyenda afirma que al
saberse el hecho milagroso el párroco tajo la imagen a la iglesia, pero tres
veces fue llevada, y las tres la imagen desapareció de la iglesia volviendo
al lugar donde la habían encontrado la niña. Después de este hecho prodigioso
se construyó una capilla en el lugar donde Joana había encontrado la imagen y
luego el santuario de Nuestra Señora de Lapa.
Santuario da Nossa Senhora da Lapa. Quintela. Portugal
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Termino la crónica mostrando dos excelentes
acuarelas de la ermita de Nuestra Señora de la Paz realizadas por el afamado
acuarelista D. Francisco Bonnín Guerín. En realidad, un examen cuidadoso de
ambas, muestra que en lo sustancial son idénticas, variando única y
exclusivamente en el colorido y la tonalidad que el maestro Bonnín utilizó en
cada una de éllas.
Ermita de San Amaro. Acuarela de F. Bonnín Guerín
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Ermita de San Amaro. Acuarela de F. Bonnín Guerín |
BIBLIOGRAFÍA
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Provincial.
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2. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Manuel
Hernández González. Tenerife, 2006.
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García.
5. Ídem, p. 163
6. Libro 4º de Bautismos. Parroquia de Nª Sª de La Concepción de La Orotava. 29-11-1590.
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7.
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8.
Para un mejor conocimiento de la vida y la obra del
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de Gaspar de Quevedo. Anuario Estudios Atlánticos, nº 27, p. 559-576, 1981”
y el de Carlos Rodríguez Morales “El
pintor Gaspar de Quevedo, su aprendizaje en Sevilla y nuevas obras en Canarias”.
Laboratorio de Arte, 20, p. 131-139, 2007.
9.
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11. Misericordia de la Vera Cruz en el Beneficio de
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13. Cita nº 4, p. 155.
14. APCO. Ermitas y cofradías.... Puerto de la Cruz. Precisiones sobre sus
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Coello. Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Tenerife. 2015.
15. Anales,
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16. AHPSCT. PN 3789. 7-IV-1664, fos153-154.
17. The Marian Times.
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