Comienzo
con esta nueva crónica, una serie dedicada a narrar las diversas vicisitudes que
ha ido experimentando la zona de la Playa de Martiánez a lo largo del tiempo.
En esta primera, comenzaré narrando la llegada a la isla de Matías Gálvez
Gallardo, que se estableció en la Hacienda de la Gorvorana, a la que dedico
algún comentario, a pesar de no encontrarse en nuestro municipio.
Narro luego el establecimiento de la llamada
Batería de San Carlos en la Playa de Martiánez, cuya instalación fue costeada
por el citado Matías Gálvez Gallardo, para terminar la crónica comentando el
aluvión de 1826, que destrozó completamente esta batería y ocasionó importantes
daños humanos y materiales de gran consideración en casi todos los municipios
de la zona norte de nuestra isla, y particularmente en el nuestro, donde
perecieron treinta y dos personas y se destruyeron varias decenas de casas.
Comento finalmente, la desaparición de la Virgen de Candelaria, que desapareció arrastrada por el mar embravecido en este mismo temporal.
Comento finalmente, la desaparición de la Virgen de Candelaria, que desapareció arrastrada por el mar embravecido en este mismo temporal.
La Hacienda de la Gorvorana
Matías Gálvez Gallardo (1717-1784), fue un militar de carrera que llegó
a Tenerife en 1757 acompañado de su segunda esposa, Ana de Zayas y Ramos,
instalándose en el Municipio de Los Realejos, como administrador de la Hacienda
de la Gorvorana y de las llamadas Aguas del Burgado. Me parece oportuno dedicar
un comentario a la Hacienda de la Gorvorana, pues de las llamadas Aguas del
Burgado, ya me ocuparé en otra ocasión.
Por su importancia estimo que la citada hacienda es digna de una
pequeña descripción, porque aunque no entronca directamente con el contenido
fundamental de esta crónica, veremos que tiene una cierta conexión, pues uno de
sus administradores, el citado Matías Gálvez Gallardo, jugó un papel
significativo en algunas de las temas de nuestro pueblo que comentaré posteriormente.
La Hacienda de la Gorvorana se encontraba y se encuentra, pero en
estado de casi ruina total, en la zona llamada de Toscal-Longuera,
perteneciente al antiguo lugar del Realejo de Abajo. El historiador tinerfeño
José de Viera y Clavijo [1] describe este lugar como sigue:” Dista
una legua de La Orotava y 6 de La Laguna. Tiene buenas casas arruadas en calles
muy pendientes. Temperie sana, cielo puro, aguas abundantes y buenas, grandes
viñas, haciendas, sitios y pagos deliciosos. Hacia Poniente, el alto cerro de
Tigayga, con ermita al pie, y en la eminencia, la llanura alegre de Icod el
Alto. Al Mediodía, la famosa hacienda del Adelantado, llamada de los Príncipes.
Al Oriente, la de la Gorvorana del
marquesado de la Breña, y el jardín de Zamora. Al Norte, la Rambla, el
Burgado, etc., todos terrenos amenísimos. Tiene una hermosa iglesia parroquial de
3 naves, con dos curas beneficiados provisión del rey; un convento de padres
agustinos y otro de monjas recoletas de la misma orden; (...); 5 ermitas.
Compónese la feligresía de 2.151 personas, de ellas algunas en los pagos de
Icod el Alto, Tigayga, la Azadilla, Hoya y La Rambla”.
Esta hacienda data del siglo XVI y tomando como base los datos
aportados por el historiador realejero Manuel Jesús Hernández González, existen
evidencias de que en el citado siglo, el conquistador de Tenerife Alonso Fernández
de Lugo repartió esta gran finca a
Francisco de Gorvalán, conquistador que acompañó al Adelantado en la conquista
de la isla de Tenerife, quien las puso en cultivo de caña de azúcar y de su apellido
(Gorvalán), deriva por transformación popular, el nombre de la Hacienda, La
Gorvorana.
En 1699, Juan de Grimón, señor de la Gorvorana, la convierte la
propiedad en Mayorazgo, que fue heredado por su hija María López de Vergara y
Grimón, quedando bajo la administración de su hermano Baltasar de Vergara y
Grimón, Marqués de Acialcázar, que construyó el edificio que aún perdura, aunque
en estado casi ruinoso. La casa pasó luego por herencia a la Marquesa de Breña
y posteriormente, por matrimonio al Marqués de Mejorada del Campo.
En sus comienzos la finca estuvo dedicada al cultivo de la caña de
azúcar y frutales, para posteriormente dedicarla al cultivo de la vid, particularmente, de la variedad malvasía. Según el ya citado Manuel Jesús
Hernández, existen datos que permiten aseverar que desde esta finca se exportó vino
malvasía a Europa y América y que en el archivo familiar de los propietarios
existe una carta de 1757, en la que George Washington solicitó que le enviarían
una cierta cantidad de este vino malvasía.
La finca estaba dotada con abundante agua para el riego y algunos
autores consideran que fue la propiedad más rentable del por aquel entonces
Realejo de Arriba. En su interior existe una Ermita dedicada a Nuestra Señora
de Guadalupe, erigida en 1733, bajo el patronato de los Marqueses de la Breña.
A la caída del comercio de vinos con Europa y América, la finca estuvo
dedicada al cultivo de plátanos. A esta finca, cuya casa actualmente en ruinas,
que conoció un notable esplendor en los siglos XVII y XVIII, vino Matías Gálvez
Gallardo en 1757, como administrador de la propiedad que por aquel entonces
pertenecía al Marqués de Acialcázar.
Matías Gálvez Gallardo y la Batería de San
Carlos
Como ya mencioné anteriormente Matías Gálvez Gallardo llegó a Tenerife
en 1757, instalándose en el actual Municipio de Los Realejos, como
administrador de la Hacienda de la Gorvorana.
En 1767 siendo Alcalde Real Cayetano Domingo Monteverde, Matías Gálvez fue
designado como Personero de la Junta Local de nuestro ayuntamiento [2] y lo
encontramos en el Puerto de la Cruz, al que se trasladó como
administrador que era de la Real Aduana del Puerto de la Orotava, viviendo en el
inmueble que está situado en la Calle de las Lonjas, permaneciendo como
Almojarife de nuestra aduana desde 1743 hasta 1774.
En 1773 el Puerto de la Cruz tomó en arriendo la fuente de agua que
tenía el Marqués de la Mejorada en el Burgado, a razón de 26 pesos anuales, en
lo que entraba una huerta, cuyo ajuste era por nueve años, con el administrador
de esta casa, que no era otro que Matías Gálvez. Ese mismo año este mismo señor
tuvo una seria disputa con los frailes franciscanos por razón de su cargo del Alcalde de
Agua y recurrió en queja al Comandante General D. Miguel López de Heredia, el
cual haciéndose juez y parte, tomó a su cargo la administración del agua, de lo
cual según comenta A. Rixo en sus Anales “resultó mucho daño público” [3].
En 1774, A. Rixo hace en sus Anales un comentario relativo a Matías
Gálvez Gallardo:“Este señor se ausentó ahora para la Península, de donde era
natural, y con el tiempo llegó a servir grandes cargos a la monarquía [4],
según queda ya indicado, siendo lástima que en Tenerife no se hubiesen sabido
aprovechar del buen afecto que conservó a la isla, principalmente al Puerto de
la Cruz, donde tantos años vivió en pública estimación” [5].
La Batería de San
Carlos
A. Rixo comenta
en sus ya citados Anales, que
en 1768, siendo alcalde de nuestro pueblo el ya citado Cayetano Domingo
Monteverde y Personero, nuestro personaje, Matías Gálvez Gallardo queriendo
congraciarse con S. M. Carlos III, fundó el Castillo o Batería que nominó de
San Carlos, que se hallaba a la desembocadura del Barranco de Martiánez, obra
que según Rixo: “le sirvió de mérito para sus posteriores pretensiones”
[3].
En
el libro “Antiguas fortificaciones de
Canarias” [6], al hablar de las fortificaciones del Puerto de la Cruz de la
Orotava, se dedica un pequeño comentario a la Batería de San Carlos, que
reproduzco literalmente:“Su emplazamiento
se ve en el plano del Puerto de la Cruz y la forma y dimensiones en el de esta
obra que se acompaña, que fue construida para defender la Ensenada de Martiánez
en 1770 por D. Matías Galves Gallardo, Administrado de la Real Aduana del
Puerto. Tenía un almacén o alojamiento para guardar los pertrechos de guerra y
una cabria para suspender los cañones y proyectiles.
En 1795 fue nombrado
Gobernador de esta fortificación D. Juan Primo de la Guerra y del
Hoyo-Solorzano, tercer Vizconde de Buen Paso, que más tarde fue destinado a
Santa Cruz de Tenerife”.
En
la páginas 608-609 del libro citado, existe un plano en el que señalan las fortificaciones existentes en el Puerto de la Cruz de
1876, que reproduzco parcialmente a continuación. En este plano a la izquierda, se ve el lugar que ocupaba la desaparecida Batería de San Carlos señalado con su nombre.
En
el plano levantado por Luis Marqueli en 1792 que se reproduce a continuación,
se aprecia el “Plano y perfil de la
Batería de San Carlos, construida en la Playa de Martiánez del Puerto de la
Cruz, en el año de 1771”. En este plano, en su parte alta, aparece el “Perfil que pasa por la línea FG” y en
su parte baja un plano de la estructura, en el que se señalan con las letras A,
B, C, D y E diferentes partes, cuya explicación es la siguiente: A, es el cuerpo de Guardia, B es el almacén para útiles de artillería,
C, la cocina de la batería, D, es el tinglado para poner a cubierto la
batería y E, es la propia batería,
cuyo frente mira a la mar” [7] .
En
la figura siguiente se aprecia una perspectiva de la Batería de San Carlos [7;
p. 618]:
Perspectiva de la Batería de San Carlos, en Martiánez. Construida en
1770. Apuntes para la Historia
de las Antiguas Fortificaciones de Canarias. José María Pinto de la Rosa,
pg. 619, 1996 .
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Alfred
Diston Román (1783-1861) [8] fue un súbdito inglés nacido en Lowestoft, en el
sur de Inglaterra, que llegó al Puerto de la Cruz en 1774, contratado por
Archibald Little, para hacerse cargo de los negocios que él y su hermano
poseían en este lugar. Casó en 1836 con María de la Soledad Orea y Luna, con
quien procreó cuatro hijos, María Soledad (1847), Plácida (1840), Alfredo
(1843) y Francisco de Paula (1844).
La
Batería de San Carlos no duró excesivo tiempo en la Playa de Martiánez, pues
un aluvión desatado en 1826 la destruyó por completo, pereciendo dos de los soldados
de su guarnición, tal como narramos a continuación. Años después, concretamente
en 1866, en los tantas veces mencionados Anales de A. Rixo, encontramos una cita
alusiva a la desaparecida batería, pues nuestro cronista dice literalmente:”y el 7 de enero, con recio viento del norte
y noreste lloviendo cayendo mucha nieve en el Pico y cumbres, repitiendo la
lluvia el nueve, en el que el mar de leva descubrió un cañón de hierro en la
Playa de Martiánez, que hubo de ser uno de los dos que tuvo la batería de San
Carlos, antes de arrasarla el aluvión del año 1826” [9].
El aluvión de 1826
El
año de 1826 pasó a la historia isleña a causa de un tremendo aluvión que
ocurrió en diversas partes del norte de la isla de Tenerife, ocasionando
grandes pérdidas económicas y en torno a 243 fallecidos, repartidos entre los
municipios de Puerto de la Cruz, Villa de la Orotava, Realejo Alto, Realejo
Bajo, La Guancha, San Juan de la Rambla, Icod y Santa Úrsula. El aluvión
destruyó en total 311 casas y dejó arruinadas 112 más de los citados municipios
y siguiendo a Álvarez Rixo, el valor de los daños causados se puede estimar en
6.343.668 pesetas, es decir, una fortuna para la época.
Utilizaremos
para obtener una idea clara de lo ocurrido, la narración que hace A. Rixo en sus
Anales [10]. “La oscurísima noche del
siete al ocho de noviembre e incesante lluvias con viento fuerte del N.O. que
hubo en toda ella, será para siempre memorable por el espantoso aluvión que
ocasionaron, destruyendo los alrededores de este pueblo y de otros de esta
isla, saliendo los barrancos de madre llenaron de agua y escombros, plantas y
animales muertos a la Plaza Real [11], siendo
un milagro que toda la población no hubiese ido deshecha al mar, como sucedió
con la Batería de San Carlos, almacén de pertrechos de guerra que estaba en
ella, y el paseo y huertas contiguas de aquella parte de Martiánez, en cuya
batería perecieron dos soldados; otro escapó sobre una cureñas y dos habían
huido algunos momentos antes hacia San Telmo, al extremo del naciente, de cuyo
último fuerte también alcanzó y derribó un derrame del barranco.
Algunas casas de la
salida de la calle de La Hoya, otras en el Tejal, Toscal, Cabezas y San Antonio
fueron arrebatas por los extraordinarios derrames de ambos barrancos. Fue necesario transitar con un barquito en la
Plaza Real en las primeras horas de la mañana. En la parte superior de la calle de las Cabezas [12],
subió el agua en su curso a la altura de
una vara contra las aceras de las
casas, las cuales entulló e inundó. Perdióse también una fragata que iba muy
interesada para Francia, y que sin saber su paradero a causa del temporal, la arrojó el mar junto a
nuestra carnicería [13], de cuyo
barco perecieron 15 hombre y se salvaron 4, que arrojados por una grande ola se
encontraron en seco sobre el montullo de aquel punto.
La salvación de estos
hombres fue ciertamente prodigiosa. Uno de los marineros franceses que he
nombrado, fue arrojado por el mar al pie del montullo; subió por el muro de la
casa de Pascual Pau, quien tenía dos luces encendidas, una para servicio de la
casa, otra por promesa a una imagen del señor, anduvo por encima del tejado
clamoreando ¡ay, ay!, y se arrojó sobre de él adentro del patio. Pascual y su
familia oyeron aquel ruido y creyeron ser algún vecino necesitado de algo;
abrieron la puerta y se encontraron con un hombre escurriendo, a quien no
conocían ni entendían palabra”.
El capitán, luego que
sintió su barco empezar a estrellarse contra las peñas sin distinguir la
tierra, tuvo su muerte por inevitable y la de su tripulación; y les dijo que
para no sufrir mucho bajasen todos a la cámara y lograrían morir de un golpe.
Efectivamente, todos los que siguieron tan desesperado consejo se ahogaron y
despedazaron. Pero de los cinco marineros que no le quisieron imitar, escaparon
cuatro. Si la demás gente hubiese hecho lo que éstos, algunos más habrían
evitado fin tan desdichado y simultáneo.
Y formado por la
policía el estado del desastre, resultó que en este pueblo murieron 32
personas, incluso los 15 franceses, 31 casa destruidas, 6 dichas arruinadas y
23 animales. El valor de los terrenos que se fueron al mar importó muchos miles de pesos. El entullo de árboles, tierra
y riscos fue tanto, que el mar se retiró de la orilla de cada desemboque de
ambos barrancos, cosa de 200 varas, es decir, alrededor de 167 metros. Y hasta
el fondo del Limpio Grande sufrió por éstas perjudiciales alteraciones.
Mucha fue la zozobra en
los días 8 y 9, cada vez que se repetían los aguaceros, recelosa la gente de
que continuase la catástrofe; y excesivo el trabajo que hubo en sepultar
cadáveres de hombres, mujeres y niños, así del pueblo como de los que arrojaron
las aguas a nuestras riberas, pertenecientes a otros lugares más perdidos que
nosotros; quemar los animales, purificar el pueblo del aire infecto que se
notaba causado por la putrefacción de cuerpos y plantas.
En
la misma relación pero con letra pequeña, A. Rixo da cuenta exacta de los
estragos causados por el citado temporal, estimando los daños en los pueblos de
Puerto de la Cruz, La Orotava, Realejo Alto y Bajo, La Guancha, San Juan de la
Rambla, Icod y Santa Úrsula, con un total de 243 personas muertas, repartidas
entre los municipios anteriores como sigue: 32, 104, 25, 14, 52, 10, 5 y 1,
respectivamente. El total de animales muertos entre los municipios citados fue
de 1.009, y el número de casas destruidas y arruinadas fue de 311, repartidas
como sigue 37 en nuestro pueblo, 735 en La Orotava, 416 en La Guancha, 27 en San
Juan de la Rambla y 38 en Santa Úrsula.
La
estimación de daños (en pesetas) fue la siguiente, por pérdida de terrenos
5.625.000, por las 311 casas destruidas entre los municipios citados 699.750
pesetas y por el valor de los 1.009 animales muertos 18.918, 75 pesetas, con un
saldo total de daños de 6.343. 668, 75 pesetas.
Este
aluvión causó un enorme daño en muchos pueblos del norte de la isla de
Tenerife, entre ellos el Puerto de la Cruz, donde murieron varias personas,
concretamente, dos soldados que estaban en la Batería de San Carlos. Hubo otro
que escapó sobre unas cureñas y también lo hicieron dos más porque habían huido
momentos antes hacia San Telmo. Después de este incidente, el ayuntamiento del
Puerto de la Cruz fue consciente de que mantener los Llanos y el Paseo de
Martiánez sin amurallar, era un serio peligro, pues tanto uno como otro
quedaron totalmente destrozados, ya que el agua penetró por ellos y llegó hasta
San Telmo a través de las Huertas de Martiánez y por la calle de La Hoya.
Un
siglo después, es decir, el 7 de noviembre de 1926, el periódico santacrucero La
Prensa en una sección titulada Efemérides Canarias, publicó un artículo [14] sobre
este temporal titulándolo “El terrible
aluvión que hace cien años arrasó la isla de Tenerife”. De este artículo,
por no prolongar excesivamente esta crónica sólo voy a hacer mención de los
daños reseñados en los apartado relacionados con el Puerto de le Cruz,
reproduciendo literalmente los comentarios del periódico.
“En el Puerto de la
Cruz, treinta y dos personas desaparecidas, treinta casas destruidas, seis
casas ruinosas. Entre las treinta y dos víctimas, quince lo fueron en el
naufragio de la fragata francesa “Joven Gabriela”, de la que se salvaron
solamente cuatro marineros. Los dos barrancos que rodean a aquel pueblo,
Martiánez y San Felipe, arrastraron tantos materiales, que el mar se retiró 250
varas, el de poniente (San Felipe) y 200 el de naciente (Martiánez).
Los Castillos de San
Carlos y San Telmo, desaparecieron; el de San Carlos con su guarnición,
salvándose únicamente el Cabo, y ambos con su artillería, valorada en 36. 846
reales de vellón. A las dos de la madrugada del día ocho rompió el Barranco de
San Felipe sus límites, a un cuarto de legua del pueblo, en la Cruz del Rayo, destruyendo la calle de Las Cabezas (actual
Blanco) y llenándola de ruinas, piedras y
arenas. El Salto a la salida de Las
Cabezas, que medía veinticinco a treinta varas de profundidad y hoy sirve de
camino para Los Realejos, rompió por los sitios de D. Juan de la Nieves Ravelo
y D. Narciso Baeza, siguiendo al mar. El otro brazo siguió por la calle de Las
Cabezas, donde perecieron catorce individuos en medio de las ruinas de sus
casas, llevándose cuanto encontraba a su paso, empezando por el sitio de Joaquín
de Iturraeta, el de María Estévez, la capellanía de D. Enrique Hernández, sitio
de D. Carlos Ball, etc., continuando arrasando más de veinte y cinco
propiedades más, todas con casas, lagares, árboles, viñas y estanques, pues la mayoría
eran casas de recreo. El sitio de Marcial Pérez fue arrasado, salvándose D.
Francisco Álvarez con un niño y pereciendo el resto de su familia.
En la Plaza del Charco,
como en la calle de San Felipe y Perdomo, era tanta el agua, que se hacía el
salvamento con botes; se derribó el sitio llamado “Tejal", llevándose el
terreno, muros y árboles. Este sitio estaba a veinte varas más alto que el
cauce, quedando nivelado con éste. Siguiendo por los cercados de Dª Teresa
Montañez y Cullen, convirtió todo en una
barranco de 500 varas [418 m] de ancho y lo mismo aconteció con el llamado Sitio del Castillo de D.
Francisco de Arroyo y parte de ambos cementerios. Es tal la transformación que
sufrió el suelo, que no es posible describirlo y así, un brazo del Barranco de
Martiánez entró por la calle de la Hoya, llevándose dos casas.”
La
crónica terminaba con una nota, en la que se decía literalmente: “Se enterraron 71 cadáveres sacados por los
barrancos y arrojados por el mar. Se perdieron 42 predios rústicos, 24 en San
Antonio, 10 en el Castillo y 8 en Martiánez”.
Poco tiempo después, se empezó a construir un
murallón de piedra seca frente a la zona conocida como El Tope en Martiánez, en
el cual se invirtieron cosa de 600 pesos corrientes que suplió la casa
británica establecida en nuestro pueblo al frente de la cual estaba el
británico Stuart Bruce, con la condición de que se le reintegrase por el
público. Esta obra fue el inicio de la zona que andando el tiempo se convirtió
en la Plaza de Viera y Clavijo.
Daños
en los Realejos Bajo y Alto
A
pesar de que aparentemente lo ocurrido en el actual municipio de Los Realejo, que como es bien sabido antiguamente estaba dividido entre en dos conocidos Como Relajo Alto y Realejo Bajo, no encaja dentro del
contenido de estas crónicas, me parece interesante dedicar un comentario a los
daños sufridos por las poblaciones de Los Realejos, pues algunos de los
cadáveres de los fallecidos en el aluvión se encontraron en el Burgado, en la
zona perteneciente al municio de Los Realejo, limítrofe con Punta Brava, zona ésta, que como es bien sabido es parte de nuestro municipio.
Utilizo
como base para este comentario, que haré más o menos libremente, pero ciñéndome
en lo fundamental a su contenido, la narración realizada por el Beneficiado de
la Iglesia del Realejo Alto D. Antonio Santiago Barrios.
El
día 11, sábado a las siete de la mañana recibió el alcalde del Realejo Alto, que
lo era D. Agustín Chávez y Cruz, un oficio del alcalde del Puerto de la Cruz de
la Orotava, comunicándoles como en la zona marina había algunos cadáveres
arrojados por el mar, a los que era necesario darles con prontitud sepultura.
El alcalde consultó con el párroco para aclarar donde se debían enterrar
aquellos cuerpos, pues ya no se podían traer a la iglesia por encontrarse
corrompidos y ambos decidieron ir a las playas del municipio para resolver
sobre la inhumación de los cadáveres.
A las seis de la maña,
salieron el alcalde, varios vecinos, beneficiado, el sacristán y se dirigieron
a la Gordejuela, donde no encontraron cadáveres de personas pero si de muchos
animales. Prosiguieron su búsqueda y llegaron a la Playa del Burgado, a la cual
bajó el beneficiado D. Cándido Cruz y otras personas. El espectáculo que vieron
era terrible, pues por todas partes se veían cuerpos de personales, bueyes,
burros, cochinos, ovejas, cabras, gatos y hasta algunos peces, todos
destrozados y mezclados unos con otros. Enseguida encontraron el cadáver de una
mujer desnuda, que parecía la habían desollado y que aparentaba ser una joven
de 25 a 30 años, con la barriga muy grande, por lo que se opinó que debía estar
embarazada, pero nadie pudo reconocerla. Acordaron que el párroco bendijera un
terreno suficiente en una cueva próxima y allí se le dio sepultura.
Un poco más allá estaban, en medio de un buey
y tres cabras, dos cadáveres, una de mujer a quien faltaba una pierna y algunos
de los concurrentes afirmaban que era Cecilia González de Chávez mujer de
Felipe Valladares, y el otro de un hombre de una estatura grande, que se dijo
podía ser del Realejo de Abajo, pero como estaban tan desfigurados, no se pudo
afirmar con certeza de quiénes serían. Éstos se sacaron por la parte del
naciente de la playa y se enterraron en un llano que está por encima de las
canales que conducían la llamada Aguas del Burgado.
Playa del Burgado, junto al Hotel Maritim. Los Realejos
|
De esta misma playa se
sacaron otros cuerpos que se enterraron en la misma Punta Brava, y otros que se
llevaron al Camposanto del Puerto. En esta Punta hay dos peñas de figura de
rapadura y para llegar a ella, antes del día siete de noviembre, era necesario
ir nadando, pero el mar se retiró tanto que se pudo llegar al pie de estas
peñas sin mojarse siquiera la suela de los zapatos.
En la Punta Brava,
debajo de una peña, a donde alcanzaban muy poco las olas del mar, se advirtió
que había algo que cuando las olas entraban blanqueaba. Al bajar encontraron dentro
del agua, el cadáver de una joven como de 20 años que estaba, muy desfigurado,
pues le faltaba un pedazo de cabeza y una pantorrilla. La narración continúa
afirmando que entre todos los cadáveres que se enterraron en este día, éste fue
el que más movió a compasión, porque según la narración es necesario confesar que la tal joven era
hermosa, tenía un gran cabello y éste, haciendo hondas entre las aguas, le
cubría los pechos; la llevaron sobre las peñas y la cubrieron con musgo del mar,
entre tanto se hacía el hoyo para enterrarla. Se dijo que posiblemente esta
joven era hija de un hombre llamado Bustamante que en el pago de la Cruz Santa
estuvo de maestro de primeras letras.
El día trece, lunes, el Alcalde del
Realejo Bajo tuvo noticias de cómo el mar había arrojado algunos cuerpos en la marina
de esta jurisdicción, y determinó ir a darles sepultura; para esto convocó a
algunos vecinos y solo se encontraron cuatro cadáveres, pero en un estado que solo su vista
horrorizaba a cuantos los miraban, pues los hombres que iban con azadas
dispuestos a enterrarlos no los podían tocar con las manos y se valían de unas
tablas que allí se encontraban, y con un palo los ponían sobre
las tablas y así los llevaban al punto donde se abrió el hoyo para enterrarlos.
Por la parte del naciente de Punta Brava se veía menear, por las olas del mar,
un cuerpo, pero siempre permanecía en aquel mismo sitio; llegaron los hombres a
él y encontraron que tenía un pie entre dos piedras, y para poder sacarlo fue
necesario romper la piedra y era una mujer.
Sirvan estos apuntes, ciertamente algunos espeluznantes, para
dar una idea del horror y la magnitud de la catástrofe ocurrida en 1826 sobre los municipios del Valle de la Orotava.
La
desaparición de la Virgen de Candelaria
Comento finalmente, por la
trascendencia que tuvo para nuestra isla, que el mal estado del tiempo y sobre
todo de la mar los días del aluvión, fueron
los responsable de la desaparición de la primitiva imagen de la Virgen de
Candelaria, que según la tradición se apareció en el municipio de Güímar a unos
pastores guanches entre 1392 y 1401.
La imagen desapareció en la noche del 6 al de noviembre de 1826, siendo arrastrada al
mar, destruyendo la ermita y parte del convento. Por más que se buscó por todo
el litoral, todo fue en vano pues la imagen no apareció. La imagen que
actualmente se venera en la Basílica de Candelaria, fue realizada por el
imaginero orotavense Fernando Estévez (1788-1854).
[1] Noticias de la Historia general de las Islas Canarias, Vol.
III, p. 512.
[2] Anales, p. 81.
[3] Anales, p. 93.
[4] Matías Gálvez Gallardo ingresó en el ejército español, en el que ascendió por
sus cualidades y disciplina desde cadete a capitán del Real Cuerpo de
Artillería de las Islas Canarias. Su primer nombramiento destacado fue el de
gobernador de la fortaleza de Paso Alto en Santa Cruz de Tenerife, donde
permaneció como Teniente del Rey y segundo Comandante Militar desde 1775 a
1778. Después gracias a la recomendación de su hermano José, ascendió a
Inspector General de la Tropas y Milicia de Guatemala y gracias a esa misma
influencia fue nombrado después Gobernador y Capitán General de Guatemala,
provincia que administró entre 1779 y 1783. El 14 de agosto de 1783, por un
real decreto Carlos III le nombró Virrey propietario de México, Capitán
General, Presidente de su Real Audiencia y Superintendente de la Real Hacienda.
Falleció el 13 de noviembre de 1784 en la ciudad de México.
[5] Anales, p. 95.
[6] Antiguas fortificaciones de Canarias, José María Pinto y de la
Rosa. Museo Militar Regional de Canarias, 1996, p. 618.
[7] Ídem anterior, p. 619.
[8] Alfred Diston fue un hábil dibujante que nos ha
dejado una importante cantidad de acuarelas, pinturas y dibujos, que
constituyen un importante legado para conocer el pasado de las islas, muy
especialmente sus antiguas vestimentas. Una pequeña parte de la obra realizada
por Alfred Diston se recoge en la primera edición del manuscrito “Costumes of the Canary Islands”, que
fue publicado en Londres por Smith, Elder and Co., en 1829. En 2002, el
Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife, junto con la
empresa Caja Canarias, organizaron una exposición titulada “Alfred Diston y su entorno. Una visión de Canarias en el siglo XIX” celebrada
los entre los días 14 de mayo a 8 de junio de 2002.
[9] Anales, p. 471.
[10] Anales, p. 291-296.
[11] Así se llamaba por entonces la Plaza del Charco.
[12] La calle de Las Cabezas es la actual calle Blanco.
[13] La antigua carnicería estaba situada en la
actual calle de Mequínez, frente al comienzo de la calle de Pérez Zamora.
[14] La Prensa, 8-XI-1926, nº 3238.
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