La
necesidad cada vez más acuciante de abastecimiento que empezó a experimentar la
Isla de Tenerife, motivada por el rápido crecimiento de su población a lo largo
de los siglos XVI y XVII, la casi total dependencia del exterior para su
abastecimiento, la fragmentación del territorio canario en siete islas y, junto
a todo ello, la carencia pronunciada de adecuadas comunicaciones terrestres, motivó que el transporte marítimo cobrase especial relevancia durante los
siglos XVI, XVII, XVIII y gran parte del XIX.
Por
esta razón, los lugares que se encontraban en la costa norte de Tenerife, que
era además la más poblada de la isla, se convirtieron casi inmediatamente
después de la conquista por los castellanos, en centros importantes para la
carga hacia el exterior de la producción azucarera y asimismo, de descarga de
diversos productos que llegaban a la isla fundamentalmente, desde los
continentes europeo y americano. Este comercio se realizaba por vía marítima,
incluso entre los diversos lugares de la propia Isla de Tenerife, por la casi
total ausencia de adecuadas comunicaciones terrestres.
Entre
esos lugares destacó sobremanera el puerto de Garachico a lo largo del siglo
XVI y gran parte del XVII, y posteriormente, antes de la erupción que sepultó
el puerto de Garachico, y con más razón después de ella por razones obvias, el
Puerto de Cruz de la Orotava o Puerto de la Orotava, se convirtió en el
principal lugar por donde salían la mayor parte de los productos producidos en
la isla, tales como el azúcar y la vid, a la par que también llegaban todos los
productos necesarios para la subsistencia y el mantenimiento económico de la
isla.
A
medida que el Puerto de la Cruz se fue desarrollando como lugar importante por
donde se efectuaban junto con el puerto de Garachico, una gran parte del
comercio exterior de la isla, se fue convirtiendo en presa apetecida para los
corsarios, pues por sus aguas entraban y salían una gran parte de las
mercaderías que llegaban principalmente desde Europa y en menor proporción
desde América o el Nuevo Mundo, denominación que por entonces se daba al
continente americano, junto con la pequeña proporción que provenía de África,
fundamental el mercado de esclavos y la pesca.
Todo
ello motivó que la costa norte de la Isla de Tenerife se convirtiese en un lugar muy
visitado por los piratas y corsarios de la época, que trataban con sus ataques
de hacerse con las valiosas mercancías que salían y llegaban a la isla y ante
esta amenaza casi constante, se hizo completamente necesario fortificar los
puertos por donde tenía lugar la mayor parte del tráfico marítimo.
Las
fortificaciones de la costa portuense
En
base al comentario anterior, se comprende que bien pronto se planteó la
necesidad de construir algunas plataformas defensivas para la defensa de la
costa y evidentemente, los primeros lugares a defender fueron aquellos que se
utilizaron como embarcaderos para las operaciones de carga y descarga, pues por
razones obvias eran las más apetecidas para el ataque de los corsarios, para
tratar de hacerse con los valiosos productos que se hallaban en estos lugares.
Tenemos noticias de que a mediados del siglo XVI, los vecinos de la comarca de La
Orotava trataron de asegurar el importante desembarcadero de su puerto, el por
entonces llamado Puerto de la Orotava y como evidencia se puede citar una Real
Cédula de once de septiembre de 1544, que autorizaba al Cabildo de la Tenerife
para recaudar cuatro mil ducados que debían ser invertidos en diversas obras de
fortificación de diferentes lugares de la isla, señalándose desde época tan
lejana el Puerto de la Orotava como uno de los más necesitados de defensa.
Existe
constancia de que a finales del siglo XVI, concretamente en 1553, a raíz del
desembarco del pirata nombrado “Pie de
Palo” en la isla de La Palma, el Cabildo tinerfeño envió a Juan Benítez de
las Cuevas a la Corte de España, con diversos encargos, uno de los cuales era
considerado por el citado Cabildo como muy perentorio, pues se trataba de velar
y asegurar la fortificación conjunta de los principales puertos de la isla, a
saber, Garachico, Puerto de la Orotava y Santa Cruz [1].
Según
diversos autores, los primeros intentos de dotar a la Caleta del Puerto de la
Orotava de alguna fortificación sólida y estable datan de 1588, a raíz de la
visita que el ingeniero Leonardo Torrani (1560-1628) [2] hizo al lugar de
Puerto de la Orotava, que por entonces no estaba excesivamente poblado y
desarrollado, proponiendo que para defender esta Caleta se debían emplazar en élla cuatro culebrinas [3], cuyo coste
estimó en 22.000 reales [4].
Años
más tarde, concretamente en 1599, llegó a la Isla de Tenerife D. Alonso Pacheco,
quien en su calidad de visitador militar examinó las costas del Puerto de la
Orotava, aconsejando al término de su visita que lo más conveniente era que se
hiciese un cubelo [5] entre la Caleta
del Burgado y la Caleta del Puerto, pero de esta visita hablaremos con mayor
extensión en el apartado dedicado al Castillo de San Felipe.
A
pesar de los informes a los que he hecho alusión en los apartados anteriores,
conviene señalar para evitar malos entendidos, que durante mucho tiempo no se
dio un solo paso para llevar a cabo la repetidamente recomendada fortificación
del Puerto de la Cruz de la Orotava.
Las
primeras noticias, no muy detalladas, de la construcción de lo que podríamos
llamar rudimentarias fortificaciones, entendiendo por tales baluartes,
parapetos, trincheras, etc., datan de 1604, momento en el que según parece se
levantaron plataformas dotadas de artillería por parte del regidor orotavense
Antonio Lutzardo de Franchi y de su hijo Juan Francisco Lutzardo de Franchi,
cuya instalación permitió rechazar en 1605 a nueve grandes navíos holandeses,
que habían intentado apoderarse de una carabela, que estaba surta en el Puerto
Viejo, lugar que a pesar de ser usado como desembarcadero, no estaba dotado de
defensas de artillería, a pesar de las recomendaciones de los visitadores
militares que había aconsejado su instalación.
En
el año de 1611, mientras estaban surtos en el Limpio Grande, ocho navíos fueron
atacados por un pirata inglés que con cinco navíos fuertes, llegó a tomar
algunos de los que estaban anclados en el citado Limpio. Los restantes navíos,
tratando de huir del ataque, se hicieron a la mar, llegando unos al Puerto
Viejo, otros al Pesquero del Rey y algunos, hasta la Costa de Martiánez.
Durante tres días la invasión fue defendida desde tierra, utilizando para el
ataque la artillería que habían tomado de uno de los navíos ingleses, que en su
huída había embarrancado en la Playa de Martiánez [6].
Señalaré
finalmente, que el 16 de noviembre de 1628, Francisco Suárez de Lugo y Ponte
hizo una información ante Diego de Alvarado, Gobernador de Tenerife, de la que
dio fe el escribano del Puerto de la Cruz Rodrigo de Vera, justificando en ella
que había construido a su costa las murallas y trincheras del Puerto de la
Cruz, reparando asimismo las piezas de artillería en estaban emplazadas en
éllas y haber abierto picando entre las rocas de la playa, la zona que luego
fue utilizada como puerto [7]. No obstante, el historiador A. Rumeu de Armas
comenta que sin prejuzgar la falsedad de la anterior información, conviene no
olvidar que muchas de ellas, eran exageradas o amañadas, en el sentido de que
no eran los presuntos informadores quienes se hacían cargo de costear las
citadas obras, sino que en muchas ocasiones éstas se llevaban a cabo con la
ayuda económica de los propios vecinos, lo que en algunos de estos informes no
era citado, para realzar más la importancia de lo realizado y atribuirse así la
mayor parte del mérito, esperando con ello obtener prebendas y honores por sus
desvelos.
Después
de estos comentarios de carácter general acerca de los primeros momentos de las
fortificaciones de nuestro pueblo, pasaré a describir con cierto detalle, la
más importante fortificación defensiva que se construyó en nuestra actual
ciudad, es decir el llamado Castillo de San Felipe.
El
Castillo de San Felipe hasta el siglo XIX
La
descripción del Castillo de San Felipe
la haré tomando como base el libro, Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias, escrito por el Coronel José María Pinto
de la Rosa y editado en 1996 por el Museo Militar de Canarias, corriendo la
edición a cargo del coronel Juan Tous Meliá, que por entonces era Director del
citado Museo [4].
Comenzaré
citando que el 13 de febrero de 1599, D. Alonso Pacheco [8], visitador militar
de Felipe II, en su visita a la Isla de Tenerife se presentó en el por entones
llamado Puerto y Caleta del Lugar de la Orotava, asistido del por entones
Gobernador de la isla Hernando de Cañizares, y de los Regidores Francisco Pérez
de Victoria y Juan Luzardo y de los Maestros de Albañilería Francisco de
Acevedo, Rui Pérez y Manuel Morín y después de haber examinado el lugar en
compañía de los citados anteriormente, el escribano dio fe de que “quedó de acuerdo en que se hiciese un cubelo
en una montaña larga que está junto al dicho Puerto y Caleta, la cual se halla
entre la Caleta del Burgado y la Caleta del Puerto.. Se acordó que se hiciese
un cubelo, de 50 palmos de alto y 30 pies de hueco. Se acordó que se hiciese de
piedra, cal y argamasa, con cuatro troneras de cantería y que tuviese dos
sobrados con vigas fuertes y recias, así con un baluarte alrededor para que el
él pudiese jugar una pieza...” He
reducido el contenido de la escritura realizada por el escribano Francisco de
la Rosa a lo fundamental, escribiéndolo en el lenguaje habitual, para su mejor
entendimiento, pues en citado libro de José María Pinto de la Rosa aparece
transcrito en castellano antiguo y ello dificulta la lectura a los no
acostumbrados [4, p. 611].
Acordaron igualmente y
así lo hizo constar el escribano citado, que sería muy conveniente armar al
puerto de este lugar con seis sacres [9] de bronce y seis de hierro, calculando
los albañiles que acompañaban la visita, que el coste total de toda la obra
sería de aproximadamente 1500 doblas [10].
La
fortaleza prevista era de forma poligonal, concretamente pentagonal, con una
superficie de 370 m2, que por el norte, sur y oeste lindaba con la
playa, mientras que por el este se encontraba lindante con los arrecifes de la
playa. Poseía un parapeto de mampostería y en la gola [11] existía una
construcción ordinaria de dos plantas, así como un foso y un puente levadizo. A
espaldas de la gola existía un muro de atrincheramiento que ha desaparecido
totalmente.
A continuación muestro los planos del Castillo de San Felipe elaborados en 1792 por el ingeniero Luis Marquelli. En el primero se muestra la planta y en el segundo, se muestra el perfil del Castillo, pues aunque éste está incluido en el anterior, por su tamaño es difícil de apreciar.
A continuación muestro los planos del Castillo de San Felipe elaborados en 1792 por el ingeniero Luis Marquelli. En el primero se muestra la planta y en el segundo, se muestra el perfil del Castillo, pues aunque éste está incluido en el anterior, por su tamaño es difícil de apreciar.
Plano del Castillo de San Felipe. Luis Marquelli. 1792
Perfil del Castillo de San Felipe. Luis Marquelli. 1792
|
En
su segunda planta, el castillo tenía un alojamiento de 76,49 m2,
capaz para albergar unos 35 hombres y el repuesto de la pólvora se hallaba en
la planta baja, adosado al muro de gola y al flanco izquierdo, con 14,30 m2
y con un volumen de 34,32 m3 de capacidad.
El
castillo poseía dos cañones que jugaban en una sola explanada y con carácter
general, puede decirse que su situación era muy ventajosa, aunque se hallaba
muy batido por el mar, especialmente en los tiempos del norte o noreste.
En
las fotografías siguientes se aprecia el estado deplorable en que se encontraba el
Castillo de San Felipe a mediados del siglo XIX, y en la esquina de la izquierda
se divisa uno de los cañones que defendían el llamado Limpio Grande de los
posibles ataques de las flotas enemigas, particularmente de la armada inglesa,
pues durante el siglo XVII España estuvo varios periodos en guerra con
Inglaterra.
Castillo de San Felipe en
deplorable estado de conservación. A la izquierda
se ve uno de los cañones. Autor anónimo
|
En
esta otra imagen tomada en 1950, ya se aprecia la restauración del edificio, y
la fotografía fue hecha durante la visita del Embajador de Brasil al Puerto de
la Cruz. En ella se ve mucho mejor que en la anterior, la situación de uno de
los cañones con que estaba artillado el castillo.
El
capitán Juan de Ribera comisionó el 7 de febrero de 1630 a Francisco Xuárez de
Lugo, para llevar a cabo la fábrica del Castillo de San Felipe. En el acta
correspondiente al Cabildo de 13 de julio de 1657, consta que el Capitán y
Regidor D. Francisco Xuárez de Lugo,
expuso que tres años antes había mandado el Comandante General Dávila Guzmán,
levantar un castillo en el Puerto Viejo de La Orotava y que le había expedido
el título de Castellano del citado castillo. Consta que por tratarse de una obra
nueva, le faltaban todos los pertrechos necesarios para su defensa, lo que
hacía saber a la Corporación, la cual le contestó que al Cabildo sólo le
correspondía dotar de munición a sus propios castillos, concretamente el de San
Cristóbal y San Juan del Puerto de Santa Cruz, en los cuales por una particular
cédula real era el Cabildo quien designa sus propios castellanos y que por la
citada razón, el regidor Francisco Xuárez debería hacer tal gestión cerca del
Comandante General.
En
el plano de la costa portuense levantado en 1634 por el ingeniero Próspero
Casola en 1634, ya aparece dibujada la fortaleza en cuestión, y se aprecia que
se hallaba en el llamado Puerto Viejo, que como comenté en la crónica anterior,
estaba situado frente a la desembocadura del Barranco de San Felipe. Se lee
perfectamente en el citado plano, que por encima de la figura del castillo, hay
una leyenda escrita que dice “Torre por Hacer”, lo que nos permite asegurar que
ya en ese momento estaba prevista su construcción, pero aún no se había
realizado.
En la Real Provisión de 1648 en la que Felipe IV da al lugar de La Orotava
el título de Villa, con derecho asimismo de nombrar un alcalde pedáneo para el
Puerto de la Orotava, se indica que debía ser un “caballero hijodalgo notorio, el cual en el tiempo que allí asistiere
ejerza el dicho oficio y tenga a su cargo y por su cuenta y cuidado todas las
plataformas, piezas de artillería, municiones y demás pertrechos con que la
dicha Villa de La Orotava, caballeros y vecinos de ella, han fortificado y
fortifican el dicho Puerto y toda la costa, con todas las demás piezas de
artillería que están allí y repartió D. Luis de Córdoba de las del navío holandés que se las entregó siendo
Capitán general de las dichas islas ..”.
Como
se aprecia, en la citada Real Provisión no se menciona para nada la existencia
del Castillo de San Felipe y ello hace pensar que aún no estaba construido
completamente y por esta razón, la fecha más probable del término de su
construcción sea la de 1655, momento en el que además existía en todas las Islas
Canarias una gran preocupación por su seguridad, motivada por el hecho de que
en ese año España estaba en guerra con Inglaterra, lo que trajo consigo que se
llevara a cabo la construcción y mejora de las fortificaciones de la isla,
razón por la que el Capitán General de aquella época D. Alonso de Dávila y
Guzmán, recibió una felicitación del mismo Rey Felipe IV, por su desvelo en
cuidar de la fortificación y defensa de la isla.
Conocemos
además, la existencia de un recibo firmado por el Capitán Juan González a
requerimiento de Juan de Franquis, en el que certifica que en 1655 llevó a cabo
“la construcción de la fuerza que se
nombra San Felipe y un reducto de 7 piezas que se llama San Josephe”, por mandato
de D. Alonso Dávila y Guzmán, lo que está en buen acuerdo con la hipótesis de
que el Castillo de San Felipe se terminó de construir en 1665 [6].
En
el libro “Discurso y plantas de la Yslas
Canarias” [12] editado en el año 1999, se encuentra un plano de la costa
portuense realizado por Iñigo López de Mendoza y Salazar en 1669, en el que ya
aparece la citada fortificación construida.
Se
sabe con certeza que en 1669 el Castillo de San Felipe ya estaba construido
porque en el plano de las fortificaciones del Puerto de la Orotava levantado
por el ya citado Lope de Mendoza y Salazar, aparece reflejada la torre que la
describe en términos muy peyorativos afirmando:”pero el (castillo) está tan mal fundado y de tan mala traza, que si no
se levanta y acrecienta no sirve, porque queda más bajo que los navíos. No tiene
almacén para municiones, ni alojamiento para los soldados, no otra cosa que
tenga ni se le puede dar nombre de castillo” [].
Existieron
asimismo otras piezas de artillería en el entorno del Puerto Viejo aparte de
las existentes en el Castillo, de las que nos da cuenta el mencionado Lope de
Mendoza y Salazar:”Fuera del castillo y
al linde del Puerto Viejo, están cuatro piezas de hierro..”, lo que permite
suponer tentativamente que esto sea lo que Juan González describió como un
reducto de siete piezas llamado San Josephe.
En
el apéndice del ya citado libro Apuntes
para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de Canarias, se incluye el
inventario general, realizado en 1847, de todas las partes que componían el
expresado castillo, que a continuación enumero de manera resumida [4].
La
entrada principal al castillo se hacía por un puente de madera y otro puente levadizo, pero sin cadenas ni
cuerdas para levantarse. La puerta de entrada es una hoja de madera de tea con
abrazaderas de hierro en los extremos, que cierra con fuera con pestillera y
por dentro con tranca de madera.
Con
el tiempo el puente levadizo se deterioró y fue sustituido por otro que no era
levadizo y por eso en la época del inventario se cita que ya carecía de cadenas
y cuerdas para levantarse. En la imagen siguiente, tomada después de
desartillada el castillo, se muestra la reparación a que este estaba siendo sometido, incluido el puente de entrada que en esta época ya no era
levadizo.
A
la derecha de la entrada había una puerta de una hoja que giraba sobre una
quicialera de bronce. Se cerraba con cerradura de cerrojo y llave y era la
entrada al Cuerpo de Guardia, que tenía un pavimento de callados, con un
dormitorio de mampostería. La explanada del castillo se hallaba en bien estado y
además había una escalera y una garita, que era nueva.
Explanada del Castillo de San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B. Cabo Ramó |
Garita del Castillo de
San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B.
Cabo Ramón
|
Se
hace constar que también tenía un polvorín, situado en el exterior del castillo
y muy cercano al cementerio, que aún se conserva. Estaba situado a unos 500
metros de la población y sólo a 40 metros del Castillo, lindando por el norte y
oeste con la plazoleta del cementerio católico de San Carlos y al este con una
finca que era propiedad de herederos de la Familia Fernández.
Perspectiva del Polvorín del Castillo de San Felipe
Planta del Polvorín del Castillo de San
Felipe
Perfil del Almacén de
Pólvora del Castillo de San Felipe
|
El
polvorín tenía una superficie de 616,62 m2, de la que sólo estaba
edificada una planta de 136,87 m2 que era un almacén abovedado con
un patio de entrada y una explanada alta en la que existía una garita de
mampostería a la que se accedía por una escalera de piedra, estando todo el
conjunto rodeado de un muro con banqueta que constituía la cerca de su
emplazamiento, comprendiendo en ésta el solar que le servía de aislamiento. La
planta del almacén destinado a polvorín tenía capacidad para unos 40 quintales
de pólvora y a continuación se muestran dos imágenes del exterior del citado polvorín,
en la que puede verse su progresivo deterioro.
Aspecto exterior del
polvorín. Comienzos siglo XX. Foto M. Baeza Carrillo
Polvorín del Castillo de San Felipe, muy
deteriorado.
|
Una vez desartillado, el
castillo de San Felipe y su polvorín fueron cedidos en usufructo al
ayuntamiento del Puerto de la Cruz por orden del Excmo. Sr. Capitán General, el
18 de noviembre de 1907 y el 16 de julio de 1913 se entregó también en
usufructo con la autorización de la citada autoridad, al comerciante portuense
Antonio Topham, con la obligación de satisfacer un canon de una peseta anual.
Por una Real Orden de 24 de enero de 1924 fue declarado inadecuado para las necesidades
del ejército, disponiéndose su venta.
Como ocurría con todos los castillos antiguos,
el de San Felipe tenía un castellano que habitualmente era a su vez el
alcalde pedáneo del lugar del Puerto de la Orotava. En el libro de Pinto de la
Rosa citado anteriormente, aparece una lista parcial de los castellanos del
Castillo de San Felipe, que no reproduzco por su extensión, pero creo que
merece aunque sólo sea un ligero comentario. La lista comienza en el año 1652 y
sigue correlativamente hasta 1674, año en el que no se cita quien era el
castellano. A partir de este momento, ya hay notables ausencias en el listado, pues
para el periodo comprendido entre 1673 y 1725, faltan 25 castellanos.
En 1708, siendo cabo o teniente de
castellano de San Felipe el Alférez Rodrigo de Vera, presentó al Rey la
necesidad que tenía el castillo y su batería de ser reparados, haciendo constar
que esta reparación debían correr a cargo del vecindario de la Villa de la
Orotava, por competirle el privilegio y la regalía de nombrar Alcalde y Castellano del Castillo de San Felipe,
que le fue concedido en 1648, en la época en que fue nombrada Villa y de la que
en una próxima crónica me ocuparé. Respondió el Rey desposeyendo a Rodrigo de
Vera de su empleo, por estar obligada la Villa de la Orotava y no Su Majestad a
ejecutar tales obras, ordenando al Comandante General que por entonces lo era
Agustín Robles y Lorenzana a que obligase a la Villa de la Orotava a ejecutar
lo que se había obligada a cumplir cuando fue nombrada Villa.
Poco después se hicieron las
operaciones de reconocimiento y tasación y se reunieron 4000 reales, cantidad
en se había estimado el coste de la reparación del castillo y su batería,
quedando en que las obras se ejecutarían más adelante, pero no se hizo nada. La situación se fue repitiendo al correr de
los años y así siendo Capitán General Juan Mur y Aguirre, éste ordenó cumplir y
ejecutar lo mismo, teniendo prestos 12.000 reales para ello, pero la Villa de
la Orotava se resistió pretextando carecer de medios y argumentando que no era
de su obligación llevar a cabo tales gastos, insinuando que debía ser el
Cabildo de Tenerife quien corriese con ese coste.
Todo siguió igual sin hacerse nada
hasta que en 1719, el Comandante General últimamente citado, volvió a instar a
la Villa de la Orotava a ejecutar la reparación de las fortificaciones del
Puerto de la Orotava, pero tampoco esta vez estuvieron dispuestos a afrontar
los gastos que la reparación exigía.
Después de muchos dimes y diretes con las excusas puestas por los
habitantes de la vecina Villa de la Orotava, el Comandante General mandó hacer un informe
al Veedor de la Guerra, quien el 21 de diciembre de 1719, concluyó que en los
castillos que elegían castellanos las propias ciudades o ayuntamientos, éstos
deberían cuidar de sus gastos, mientras que el Rey sólo costeaba aquellos que eran de su real nominación.
Finalmente, en el año 1720 Fonseca, Regidor
del Cabildo de Tenerife y apoderado de éste en la Corte, logró que el Consejo
de Guerra dictase un auto firmado el 22 de enero de 1727, exigiendo a la Villa
de la Orotava que cumpliese con sus obligación en relación a las
fortificaciones del Puerto de la Orotava, bajo pena caso de no cumplirlo de una
multa de 50.000 maravedíes que se destinarían a gastos de guerra.
En los párrafos siguientes voy a dedicar algunos comentarios entresacados de los Anales de A. Rixo para tratar de seguir
la evolución del castillo de San Felipe a lo largo de los siglos XVIII y XIX.
Así, en relación al año 1761, se menciona que el castellano de San Felipe era
el capitán Juan Antonio Acevedo que también era Gobernador de las Armas [13] y
en 1776 en la misma obra se comenta lo siguiente:”Servía de cuartel el Castillo de San Felipe, en el cual alojaban en
esta época una o dos compañías de soldados que venían de Santa Cruz a guarnecer
nuestro pueblo” [14].
En 1799 el comerciante irlandés
Diego Barry afincado en nuestra pueblo, donde vivía al comienzo de la calle de
Quintana, muy cerca de la parroquia, renunció a su elección como Síndico
Personero de nuestro pueblo y para evitar la multa que le podía caer por no
ocupar el cargo para el que había sido electo, invirtió 500 pesos en la
reedificación del Castillo de San Felipe [15]. Encontramos una nueva cita en
los Anales en 1837, en la que se comenta:“Las
fortalezas de San Telmo, San Felipe y Santa Bárbara las cuales estaban
ruinosas, se estuvieron reedificando en los meses de octubre y noviembre
[16].
Álvarez
Rixo nos proporciona una interesante observación sobre la presencia militar en
nuestro en su comentario del año 1854, pues dice:“El 11 de marzo de 1854 por disposición del Capitán General D. Jaime
Ortega se quitó la guarnición miliciana de este Puerto consistente en 36
soldados y un oficial, que lo era por turno don Fulgencio Díaz”[17]
En
1859 volvemos a encontrar una cita en los Anales, esta vez relativa al
armamento de las fortificaciones y dice:”Habiéndose
determinado por el gobierno poner cañones nuevos en las baterías, quitando los
antiguos por inútiles, pasaron las dos piezas de bronce holandesas que había en
San Telmo a la de Santa Bárbara y sacar otras de hierro de San Felipe que
pusieron sobre el embarcadero. Pero como no viniere el bergantín de guerra por
ellas, ni a reponer las nuevas, han quedado las baterías en peor estado”.
La cita es muy ilustrativa, pues nos da cuenta de que ya en esa época las
baterías que se encontraban en las fortificaciones portuenses estaban
totalmente obsoletas y no cumplían la función para la que fueron instaladas [18].
Finalmente, en 1872, Rixo comenta que en noviembre de ese año:“llegaron seis u ocho artilleros de Santa Cruz para desocupar una de
nuestras baterías y gratuitamente los alojó en su casa la rica viuda Dª Antonia
Dehesa, en recuerdo que su padre también había sido artillero” [19]. Antonia de
la Dehesa era por entonces viuda de Francisco García Gutiérrez, propietario que fue de
la hermosa casa que al correr de los tiempos fue destinada a hotel, siendo conocida
como Hotel Martiánez.
Poco después en el mismo año de 1872, nuestro cronista afirma:“Había público disgusto por anunciarse que nos iban a remitir
trescientos deportados peninsulares, ignorándose de qué clase y condición eran.
Acaso por esta razón, los artilleros arriba dichos montaron los cañones en el
muelle y en San Felipe” [20].
El
Castillo de San Felipe fue desartillado por una Real orden de 25 de julio de
1878 y autorizado nuevamente por otra de 29 de julio de 1891, entregándose en
usufructo al ayuntamiento portuense para dedicarlos a enfermería y lazareto.
Finalmente, por Real orden de 1924 fue declarado inadecuado para las necesidades
del ejército disponiéndose su venta.
El
Castillo de San Felipe en el siglo XX
Narro
en este último apartado las vicisitudes por
las que pasó el castillo después de ser desartillado y por consiguiente declarado inútil
como fortaleza defensivo, fin primordial para el que fue construido. Una vez
que el Ministerio de Defensa hizo tal declaración, el ayuntamiento
portuense, en sesión plenaria celebrada
el 11 de mayo de 1891, acordó
solicitar del Excmo. Sr. Capitán General, que de conformidad con lo descrito en la
Real Orden de 3-X-1887, se dignase conceder al municipio, temporal y
gratuitamente, el desartillado Castillo de San Felipe, a fin de instalar una
enfermería o lazareto, comprometiéndose a cambio a la conservación del edificio.
En un escrito remitido al ayuntamiento por el
Gobernador Civil, el cual en esencia se limitaba a transcribir otro que le
había remitido el Capitán General de Canarias y que se recibió en junio de
1891, se manifestaba que era imposible la donación del Castillo de San Felipe
al ayuntamiento portuense por oponerse a ello la Real Orden de de 25-I-1858,
por cuyo motivo elevaba al Ministerio de la Guerra la instancia cursada,
informada favorablemente por S.M. el Rey.
Posteriormente, en la sesión celebrada el
16-VIII-1891 se dio cuenta de otro escrito del Gobierno Civil, en el que a su vez se
transcribía otro de Capitanía General, comunicando a la corporación portuense la Real
Orden de 29-VII-1891, por la que se cedía a este ayuntamiento dicho Castillo, haciendo
constar que a partir de ese momento todos los gastos que se generasen por el
uso y el deterioro del inmueble citado, correrían a cargo del municipio portuense,
quien además estaba obligado a velar por su mantenimiento y la conservación de los
locales. La corporación hizo constar en acta, el agradecimiento al Capitán General
por el interés demostrado en la cesión del edificio y autorizó al alcalde para
que concurra al simbólico acto de entrega que se celebró el día 3 de septiembre
de 1891.
Después de diversas vicisitudes que no comento por
no parecerme importantes y no alargar innecesariamente esta crónica,
aparecieron viviendo en dicho castillo tres familias que se domiciliaron en
dicha fortaleza, por la circunstancia de escasez de viviendas, las cuales
fueron desalojadas para reparar a fondo el castillo y destinarlo para recreo
del turismo. En tales obras se gastaron 87.924,83 pesetas, reconstruyéndolo y
manteniéndolo conservado, con lo que su revalorización fue evidente a partir de las
obras municipales.
Me parece interesante resaltar que en el año 1949
fue declarado Monumento Histórico Artístico, lo que conllevaba su conservación
dentro de los Bienes del Patrimonio Nacional.
En octubre de 1961, el ayuntamiento portuense, que
por entonces estaba presidido por Isidoro Luz Cárpenter como alcalde, se entera
de la publicación en la prensa nacional de la subasta pública del Castillo de San
Felipe por el precio tipo de 161.840 pesetas, expresando su sorpresa por no
haber sido informado, pues el ayuntamiento durante el largo periodo de la
concesión, del orden de 70 años, había conservado el citado castillo a su costa y
además, señalando que en la subasta se incluía una caseta construida por el ayuntamiento fuera
del solar del castillo, para guardar en élla diversos enseres deportivos.
El Excmo. Ayuntamiento en pleno, después de una
detenida y larga deliberación, acordó por unanimidad solicitar atentamente a la
Junta Central de Acuartelamiento la suspensión de la subasta anunciada en los
periódicos diarios de Santa Cruz de Tenerife para la venta del Castillo de San
Felipe, por considerar debe mantenerse como bien de su dominio como hasta ese momento lo
había tenido. Asimismo, se decidió recabar de la Junta Central de
Acuartelamiento la venta directa a esta corporación municipal por el tipo de subasta anunciada, habida cuenta de los
gastos de construcción realizados por el ayuntamiento.
Asimismo, se solicitaba la inclusión del Castillo de San Felipe, en el
Catálogo de Protección del Patrimonio Histórico del Puerto de la Cruz, a fin de
garantizar que no se podría destinar a ninguna otra actividad, sino para Museo
de la Historia del Municipio, por ser el edificio más representativo en esta
orden de la ciudad.
Finalmente, se acordó iniciar el expediente de compra o expropiación para
que pasase al patrimonio municipal de nuestra ciudad el citado Castillo de San
Felipe y para destinarlo a Museo Histórico Municipal por hallarse dentro de la
competencia del municipio, habilitando para ello los créditos
necesarios dentro del presupuesto ordinario de la corporación municipal a la
mayor urgencia posible en cumplimiento de este acuerdo.
A
pesar de que en un primer momento se había procedido a la subasta adjudicándose
la propiedad a Emilio Suárez Fiol, como mejor postor, después de diversas
gestiones realizadas por el ayuntamiento, finalmente en un escrito del
General Gobernador Militar nº 6.582 de fecha 7-VI-1692, se comunicaba que en
virtud de lo resuelto por el Excmo. Sr. Ministro del Ejército según escrito del
Subsecretario, de fecha 24-I-1962, se había decidido no acceder a la
enajenación del Castillo de San Felipe, manteniéndolo como bien propiedad del Estado.
En sesión del ayuntamiento portuense celebrada el 25
de febrero de 1963, el alcalde presidente manifestó que en la prensa diaria
había leído el anuncio de subasta que publicaba el Gobierno Militar de Santa Cruz
de Tenerife de las propiedades que el ramo del ejército poseía en nuestro
municipio, concretamente la Batería de Santa Bárbara, la Batería de San Telmo y el antiguo Almacén de Pólvora. Comentó que tanto los terrenos de la antigua
Batería de Santa Bárbara como los de la de batería de San Telmo, eran en ese momento vías
públicas y que por lo tanto estaban calificados como tales en el Plan de General
de Ordenación de la ciudad. Además, el antiguo almacén de pólvora sito en las
proximidades del cementerio católico, se halla incluido en el Polígono de
Expropiación que está tramitando el Ministerio de la Vivienda. Añadió que, de
todos modos, consideraba conveniente que la corporación tomase las mediadas del
caso para que estas propiedades pasaran a dominio municipal de una manera
definitiva para resolver esta cuestión, previo pago del importe de tasación de
los mismos.
Se
acordó facultar al concejal Pedro González de Chaves a fin de que hiciese gestiones ante los órganos
anunciantes de la subasta, al objeto de conseguir la adjudicación al
ayuntamiento o en su caso, para que esta entidad pudiese presentarse a la subasta para
conseguir que las citadas propiedades pasasen a integrar el patrimonio municipal.
En un pleno posterior del ayuntamiento portuense se dio
lectura al escrito recibido del Excmo. Sr. Capitán General nº 4718-O de fecha
9-VI-1964 en el que comunicaba que habiendo quedado desierta la subasta de las
propiedades militares denominadas Batería de San Telmo, Almacén de la Pólvora y
Santa Bárbara, el Ministerio del Ejército había autorizado la posibilidad de
establecer contacto directo con las corporaciones municipales para su venta,
por el precio que se determinaba en su anexo y era el siguiente: Batería de San Telmo
2.232.350 Ptas., Batería de Santa Bárbara 440,569 Ptas. y Antiguo Almacén de la
Pólvora 998.724 Ptas.
Se tomó el acuerdo de mostrar el agradecimiento al Excmo. Sr. Capitán General por el ofrecimiento formulado,
haciendo constar que las valoraciones estipuladas exceden en mucho el valor
real de los inmuebles citados. Acto seguido tomó la palabra el alcalde para
manifestar a los concejales presentes que como era público se había anunciado
la subasta por la Junta Central de Acuartelamiento del histórico Castillo de
San Felipe, cuyo acto tendría lugar según los anuncios publicados en el
Gobierno Militar, a las 11 horas del día 25 de julio de 1965. A continuación
siguió narrando el conjunto de las gestiones realizadas para que el referido
castillo, quizás el único monumento histórico de nuestro municipio, pasara a manos de la ciudad, pero
terminó afirmando que sus gestiones no habían dado el resultado apetecido.
Después intervinieron varios concejales en el debate que se abrió y finalmente
se acordó por unanimidad presentarse a la citada subasta facultando al alcalde para que en nombre y
representación de la ciudad depositase la fianza de 125.000 pesetas y si fuese
necesario realizase las pujas convenientes al objeto de que en la subasta se
adjudicase dicho castillo al municipio.
En este mismo pleno se acordó asimismo, que de
conformidad con las disposiciones vigentes y muy especialmente en lo dispuesto
en la Ley de Régimen del Suelo de 18 de mayo de 1956, se instruyese el expediente
necesario para que no se pudieran modificar los usos del citado Castillo de San
Felipe, ni alterar su configuración exterior ni interior, ya que dicho edificio
constituía por su carácter uno de los elementos permanentes de la historia de
nuestro municipio y que se publicase así a través de los periódicos de la isla.
Finalmente el pleno municipal facultó al alcalde para que suscribiese todos los
documentos necesarios a fin de conseguir que el Castillo de San Felipe siguiera
pasase a ser propiedad municipal.
El 2 de agosto de 1965, en una sesión del
ayuntamiento portuense se dio lectura de la Capitanía General de Canarias, nº
6514, con registro de entrada de 30 de julio de 1965, notificando a la
corporación del ayuntamiento portuense la cesión de la propiedad del citado Castillo
de San Felipe y el 27 de septiembre de ese mismo año, el alcalde Felipe Machado
del Hoyo, comunicó a los concejales presentes en el pleno que, el día 2
de ese mismo mes, se había adquirido el castillo y que ahora sólo procedía formalizar
la escritura de compraventa, para lo cual fue facultado por unanimidad por los
asistentes al pleno.
Los
usos a los que ha sido destinado el Castillo de San Felipe a lo largo de sus casi cuatro siglos de
existencia han sido muy variados, pues como hemos visto en esta crónica, comenzó
siendo el más importante baluarte defensivo de la costa portuense durante los
siglos XVII y XVII, para decaer y languidecer en esta misión a lo largo del
siglo XIX, momento en que fue desartillado y dejó de cumplir su función de
defensa.
Luego,
al correr de los años, sus funciones han sido múltiples y muy variadas, pues ha
servido como improvisado lazareto, enfermería, ciudadela donde los más
menesterosos se acogieron, depósito y almacén de usos múltiples, restaurante y
sociedad de tiro, tanto de tiro al plato como al pichón. Ya en tiempos más modernos, concretamente a finales del pasado siglo fue sometido a una profunda remodelación y desde entonces está cumpliendo una interesante e importan función cultural, pues en sus dependencias se están llevando a cabo charlas y conferencias, exposiciones artísticas (fotografía, pintura, escultura, etc.), presentación de libros, jornada de cuentacuentos, etc.
Muestro finalmente imágenes del estado actual del espacio cultural Castillo de San Felipe, que después de su total restauración muestra un excelente aspecto tanto en su exterior como en su interior.
Merienda y parranda en el Castillo de San Felipe. Autor anónimo. Cedida por B. Cabo Ramón |
Vista del Castillo de San Felipe desde el cementerio. Autor anónimo |
Puerta de entrada al Castillo de San Felipe |
Explanada y fachada del Castillo de San Felipe. Foto Javier Gómez |
BIBLIOGRAFÍA
[1] Rumeu de Armas, A. Canarias y el Atlántico. Piraterías y Ataques
Navales. Gobierno de Canarias. Ed. Excmo. Cabildos Insulares de Tenerife y
Gran Canaria. 1999. Tomo II, p. 215.[2] Leonardo Torriani fue un
ingeniero italiano que sirvió previamente al emperador Rodolfo II, vino
invitado a la corte de Felipe II, por entonces Rey de España en calidad de
ingeniero militar. En 1587 fue encargado por el rey de visitar todas las
fortificaciones canarias y de elaborar un informa sobre el modo de mejorar el
sistema defensivo de las islas. En un periodo de casi cinco años visitó todas
las islas y elaboró toda una serie de proyectos que nunca se llevaron a cabo a
pesar de haberlos enviado a la corte española. Durante su estancia en las islas
Torriani escribió en 1588 su obra “Descripción
e historia del reino de las Islas Canarias”, obra en la que describe sus
principales poblaciones, su historia, aportando además los datos para sus
planos y fortificaciones. [3] La culebrina fue
una pieza de artillería usada en los siglos XVI y XVII, que se usó tanto para
artillar navíos como para fortalezas defensivas. [4] Apuntes para la Historia de las Antiguas Fortificaciones de
Canarias. José
María Pinto de la Rosa. Ed. Museo Militar de Canarias, Ed. Juan Tous Meliá,
1996. [5] En
la arquitectura militar se designa como cubelo una torre de planta circular o semicircular,
como una función de refuerzo de una muralla. [6] Papeles del Archivo Zárate-Cólogan. Tabla de recaudos
y servicios que D. Juan de Franchi, Familiar del Santo Oficio, su padre y sus
abuelos hicieron a S.M. AHPSCT. [7] Canarias y el Atlántico. Piraterçias y Ataque
Navales. Gobierno de Canarias. Ed. Excmo. Cabildo Insular de Gran
Canaria, Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1991, Tomo II, p. 215. [8] El
Inspector General de Guerra, don Alonso Pacheco. Buenaventura Bonnet y Reverón.
Revista de Historia Canaria, Tomo 24, Año 31, p. 16-46. [9] El sacre es una antigua pieza de
artillería de un cuarto de culebrina con un peso de 2,3 kilogramos. [10] La dobla fue una
antigua moneda de Castilla. [11] En las obras de fortificación abierta, la
gola es la parte posterior que no tiene parapeto, o sea la línea imaginaria que
una los extremos de los flancos de una obra defensiva. [12] Discurso y plantas
de las Islas de Canaria.
Ed. Cabildo de Gran Canaria, Estudio y edición de Eduardo Aznar Vallejo y Juan
M. Bello león. 1999, p. 62. [13] Anales
p. 77. [14] Anales
p. 97. [15] Anales
p. 156. [16] Anales
p. 334. [17] Anales
p. 407. [18] Anales
p. 424. [19] Anales
p. 515. [20] Anales
p. 516.
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