miércoles, 1 de febrero de 2017

El antiguo Carnaval del Puerto de la Cruz y el Motín de los Franceses

            Dada la proximidad de la celebración de las populares Fiestas de Carnaval, que están previstas para finales del mes de febrero y comienzos de marzo, me ha parecido interesante escribir algunas crónicas relativas a esta fiesta, que en nuestra ciudad, que por entonces era lugar, alcanzaron gran esplendor en tiempos pasados.
         Es evidente que la celebración de las fiestas de carnaval llega a nuestras islas, y por ende al Puerto de la Cruz de la Orotava, de la mano de los españoles, que después de su conquista introdujeron en éllas las costumbres, tradiciones, el modo de vida, la religión y por supuesto las fiestas, tanto las religiosas, que por aquellos tiempos eran de una enorme importancia social dada la preeminencia que la iglesia católica tenía en la sociedad española, como las profanas y más populares, como eran la Carnestolendas o más popularmente los Carnavales.
           No he podido encontrar noticias relativas a la celebración del Carnaval durante los siglos XVI y XVII, aunque me parece claro, que debieron existir, y por ello comienzo la crónica comentando algunas noticias sueltas de cómo se desarrollaban estas fiestas en los siglos XVIII y XIX.
El carnaval durante el siglo XVIII
         Voy a comenzar citando la celebración de carnaval en las lugares de otras islas tales como Santa Cruz de la Palma y  de San Cristóbal de la Laguna,  que durante los primeros siglos, como es bien sabido, era la capital de la Isla de Tenerife. Lo hago, para poner de relieve que en todas las ciudades y lugares importantes de las islas, y el Puerto de la Cruz de la Orotava en aquella época lo era, pues desde la segunda mitad del siglo XVII se convirtió en el más importante puerto de la isla y del archipiélago, ya que por nuestras aguas salía la mayor parte del afamado vino de malvasía, cultivado fundamentalmente en el norte de la isla de Tenerife, con destino a Europa y América.
Aunque como ya mencioné no tengo noticias relativas a los siglos anteriores, si he podido encontrar citas relacionadas con la celebración del Carnaval en otras islas, tal como La Palma, donde son citadas en las Memorias escritas por Cristóbal del Hoyo Solorzano, que por aquel entonces era Marqués de San Andrés y Vizconde del Buen Paso, de quien se sabe perfectamente que vivió su niñez y juventud en La Palma, una isla cuya capital por entonces mantenía un fructífero y abundante comercio con Europa.
Cristóbal del Hoyo Solorzano, Marqués de San Andrés y Vizconde del Buen Paso. Wikipedia
          El citado vizconde recuerda con agrado en sus Memoria su vida libertina  en Santa Cruz de la Palma, la cual comenta en tono jocoso como se aprecia del siguiente comentario:”Al instante me acordé de cuando a Matías Felipe le recetaron 200 ducados, porque se puso un hábito de San Francisco en unas Carnestolendas; de cuando Juan Domingo pasó a Canaria sin flete, por una carta que no dio. También de cuando a Francia y a Miguel Alfaro les enjabonaron el semblante, porque uno se vistió de Magdalena y otro de Jesús Nazareno y también de cuando a Cervellón y a mí, nos delató Talavera, porque cantamos una medianoche esta deprecación a su sobrina:

Divina Teresa, ora pro nobis.
De los celos de tu tío libéranos, Domine.
Del consejo de tu criada te rogamos audi nos,
Spiritu fornicationis, te rogamos audi nos, etc.

         Estas letanías le traerían como consecuencia al Vizconde del Buen Paso, su primer proceso inquisitorial en 1700, a la edad de 23 años, pues fue denunciado por Talavera a Pedro de Soro, Inquisidor del Santo Oficio en Santa Cruz de la Palma en septiembre de 1700, porque el seis de febrero, en plenos carnavales, junto con otros amigos, cantó por la noche las letanías anteriores  a la sobrina del citado Talavera.
          Me parece interesante recalcar que la sanción impuesta al Vizconde y sus amigos, se hizo no sólo por la letra de sus canciones, sino también por sus disfraces, ya que como cité utilizaron hábitos religiosos, concretaron los de San Francisco, de Nazareno y de Magdalena. Si bien como ya dije estos hechos transcurrieron en Santa Cruz de la Palma, me ha parecido muy ilustrativo comentarlos, pues  por aquel entonces Santa Cruz de la Palma al igual del Puerto de la Cruz, mantenían un activo comercio con Europa y América, por lo que me parece probable que sus costumbres, incluidas las festivas, fuesen muy similares.
           Otro ejemplo muy significativo lo tenemos en la Memorias de Lope Antonio de la Guerra y Peña, quien escribió en éllas lo siguiente:”El miércoles 13 de marzo de 1771, entre las 10 y 11 de la mañana, murió en esta capital (se refiere a  La Laguna), a los 15 años de edad Dª Catalina de Nava, hija primogénita de los Señores Marqueses de Villanueva del Prado, después de 14 días de enfermedad, con una calentura maligna, que aunque se le aplicaron varios medicamentos no bastaron para apaciguarla. Este triste suceso ha ocasionado en toda la ciudad el más vivo sentimiento y especialmente a los que concurríamos a la tertulia de los dichos señores y habíamos asistido en la inmediatas Carnestolendas a los saraos, en los que dicha Señoría manifestó particular complacencia…”
           En las Memorias citadas anteriormente, el mismo autor cita:”El 26 de de febrero de 1775, Domingo de Carnestolendas, murió en el lugar de Santa Cruz de Tenerife, a la edad de 62 años, poco más o menos, el capitán D. Matías Bernardo Rodríguez ….” .
           Finalmente, me parece oportuno comentar que en febrero de 1786, el Corregidor Gregorio Guazo Gutiérrez, publicó un despacho prohibiendo el uso de máscaras y disfraces durante las Fiestas de Carnaval, que a continuación transcribo literalmente:”En la ciudad de La Laguna, a 13 de febrero de 1786, el señor D. Gregorio Guazo Gutiérrez, Corregidor y Capitán de Guerra de esta isla y la de La Palma, en nombre de S.M. dijo que, acercándose los días de carnestolendas que también llaman de carnavales, en que suelen las gentes dedicarse al juego de máscaras, transitando con éllas por las calles, vistiendo trajes ridículo, y tapándose las caras, con cuya precaución quieren imposibilitar la averiguación de sus rostros, por lo que con justos motivos, prohíbe estos disfraces. Por ello, se prohíbe a todos los vecinos y moradores de esta isla de cualquier calidad, estado y sexo que sean, el uso de las referidas máscaras, bajo la pena a los de conocida hidalguía de veinte ducados y a los demás de diez.”  
          Las citas anteriores, aunque no son relativas a nuestro pueblo, si ponen de relieve que la celebración de las Fiestas de Carnaval era tan común en Tenerife, que sólo adquirían la suficiente relevancia para ser mencionadas, cuando por las fechas de su celebración ocurría algún suceso digno de ser citado, tal como el fallecimiento de una persona de elevada rango social. 
El carnaval en Puerto de la Cruz durante el siglo XVIII
            No son numerosas las citas relativas a la celebración del Carnaval durante el siglo XVIII en el Puerto de la Cruz, pero podemos hacernos una idea en torno a lo fascinantes que estas fiestas pudieron ser entre la clase adinerada, sin más que leer el relato que André-Pierre Ledru, un súbdito francés miembro de la Sociedad de Artes de Le Mans, de la Academia Celta y del Museo de Tours. Ledrú formaba parte de una expedición francesa que a bordo del navío francés La Belle Angelique, arribó a Tenerife en noviembre de 1796, buscando refugio en el puerto tinerfeño para resguardarse de una gran tormenta.
              Ledru hizo el relato de este viaje en su libro “Voyage aux îles  de Teneriffe, La Trinité, Saint-Thomas, Sainte Croix et Porto Rico”, que se editó en francés en 1810, y que fue traducido parcialmente por José A. Delgado, sólo en los relativo a los capítulos referentes a la escala en Tenerife, publicándose en 1982 con el título “Viaje a la isla de Tenerife”.
            Ledru estaba integrado en la expedición por su condición de botánico y a causa de la citada tempestad, el navío permaneció en Tenerife durante varios meses para reparar los graves desperfectos sufridos por la acción del temporal marítimo. Durante su estancia en Tenerife Ledru redactó, por encargo de Alonso de Nava-Grimón y Benítez de Lugo, Marqués de Villanueva del Prado, un catálogo de las plantas existentes en el Jardín Botánico y se integró muy bien en la sociedad tinerfeña, tal como podremos ver en el relato que hace de su participación en las Fiestas de Carnaval de 1797.
  “Mis amigos de La Orotava (se refiere al Puerto de la Cruz de la Orotava) me habían invitado a volver a su casa para pasar las fiestas de Carnaval. Salí a pié el 25 de febrero de 1797 para herborizar a gusto, y de paso, me paré en la vivienda del Cura de La Matanza, que me acogió generosamente. Al día siguiente fui temprano al Puerto, a casa de Mr. Little, negociante inglés, en donde encontré una sociedad deslumbrante. A las ocho de la noche nos visitaron treinta jóvenes canarios, ricamente vestidos, quienes representaron la llegada de Sancho a la ínsula de Barataria. Esta escena, extraída de Cervantes, fue interpretada con la mayor veracidad, tanto por la vestimenta como por el tono y el lenguaje de los valientes caballeros del siglo XVI. Después de haber visto varios bailes españoles, acompañados de una buena música, se sirvió la comida. La cena fue todo lo alegre que puede ser una reunión de cincuenta comensales, excitados por la buena comida, el vino malvasía y todo un cortejo de risas y diversiones.

La casa de la izquierda,  en la calle San Juan, perteneció a Archibald y Diego Little. Autor anónimo.
Al día siguiente, esta misma sociedad se reunió en la casa de Mr. Cólogan, negociante francés (Ledrú comete un error pues es bien sabido que la rama de los Cólogan proviene de Irlanda y no de Francia) y nuestro amables Quijotes de la víspera, transformados en agas, visires y pachás, nos recordaron toda la pompa brillante del Gran Señor. El último acto de una comedia es generalmente el más agradable. El tercer día, el 28 de febrero de 1797, nos reunimos en casa de Sir Favenc, ex-cónsul inglés y nos entregamos a la diversión y a la locura, que se volvieron más alegres y ruidosas, con la llegada de los dioses, que se quisieron unir a nuestros juegos y compartir nuestras diversiones. Cada uno estaba adornado de los tributos del arte que había inventado. El caduceo de Mercurio representaba al dios del comercio; Ceres, ceñida con una guirnalda de espigas y manteniendo en la mano una hoz, anunciaba la más dulce, la más útil de las artes. La lira de Apolo daba a conocer al dios del Parnaso; un casco de oro, un escudo de acero y unas armas brillantes, señalaban al dios terrible de los combates.

A la derecha, la casa de los Hermanos Little, que luego fue de la Familia Reimers. Autor anónimo
   Todas estas divinidades se olvidaron muy pronto del Olimpo, al unirse a los felices mortales que embellecían la fiesta. Esta feliz unión del cielo y de la tierra, recordaba la edad de oro, que vio descender a Júpiter y Venus de la morada de los inmortales para venir, en los bosquecillos consagrados al amor, a respirar la voluptuosidad con Latona y Adonis. Nos separamos bien avanzada la noche, después de haber rendido culto a Tepsicore y cantado con entusiasmo algunos himnos famosos que tantas veces han conducido a Francia  la victoria.
 Amables invitados de La Orotava, en mi patria conservo el recuerdo de las fiestas compartidas con ustedes y cuando en el seno de mi familia celebro cada año el aniversario de estos días de alegría, una dulce ilusión me lleva de nuevo entre mis amigos Little, Barry, Cólogan, Favenc y Bethencourt.”
  Conviene tener en cuenta que cuando Ledru menciona La Orotava, se está refiriendo al Puerto de la Cruz de la Orotava, pues es bien sabido que nuestro pueblo estuvo durante los primeros siglos dependiente de La Orotava.
   Todos los adinerados comerciantes que Ledru va mencionando en su relato eran extranjeros afincados establemente en el Puerto de la Cruz, donde tenían su vivienda propia y así, los hermanos Archibald y Diego Little, eran comerciantes escoceses, que continuaron la sociedad fundada por su tío John Pasley. La casa citada por Ledru en su relato, no es otra, que la más tarde conocida como Casa Reimers por pertenecer a esta familia. Los citados hermanos también fueron propietarios de la casa que por deformación de su apellido fue y sigue siendo conocida en el Puerto de la Cruz como Sitio Litre.
  Diego Barry y O’Brien fue asimismo socio de John Pasley de quien se separó en 1791 y vivió en la casa que se hallaba al lado del Hotel Monopol. La familia Cólogan es lo suficientemente conocida y creo que no necesitan ninguna explicación. Sir Favenc, fue cónsul inglés residente en nuestro pueblo y la familia Bethencourt, como es bien sabido, vivió en la casona que actualmente ocupa el Hotel Monopol.  
   Por si la narración que hizo Ledru no resulta del todo convincente de lo bien que los pasaron él y sus compañeros, en el Carnaval de 1797, añadiré que uno de los miembros de la expedición francesa llamado Luis de Gros, decidió quedarse definitivamente en nuestra isla, en la que llegó a ser vicecónsul de Francia, integrándose totalmente en la buena sociedad tinerfeña de la época.
   Me parece oportuno terminar este apartado citando una frase del cronista portuense A. Rixo, quien afirmó: “El Puerto de la Orotava ha tenido la fama de ser el pueblo de Canarias más celebrador de las jocosidades de Momo. Fuélo, no hay duda, desde finales del año 1780, hasta el de 1820, que empezó a conocerse ese género de decadencia”.
El carnaval en el Puerto de la Cruz durante el siglo XIX
             A lo largo del siglo XIX tenemos toda una serie de citas en los Anales de  A. Rixo, relativas a la celebración de las Fiestas de Carnaval en el Puerto de la Cruz. Así en 1802 comenta:”Fue lucido el Carnaval, en cuya última noche hubo una espléndida fiesta y cena en casa de don Luis Lavaggi, calle de Venus, esquina a La Oposición, donde a la sazón vivía. Ascendía la concurrencia a más de 300 personas, quienes quedaron gustosamente desafiadas para sobresalir en el año siguientes de 1803”. Como aclaración me parece oportuno añadir que la calle de Venus corresponde a la actual Iriarte y la calle de La Oposición a la actual calle Agustín de Bethencourt, lo que permite fácilmente situar la casa de Luis Lavaggi en la Calzada del Conchos, justo frente la Casa Iriarte.

    Casa de Luis Lavaggi, la primera a la izquierda. Autor anónimo.
             Resulta evidente que A. Rixo se refiere en este párrafo al Carnaval de la gente adinerada y no al que celebraba el pueblo llano, y su expresión “en cuya última noche”, nos proporciona una clara y directa información de que las fiestas se extendieron a lo largo de varios días. También me parece reseñable el número de asistentes, pues 300 personas reunidas en una sola casa para un pueblo pequeño como era el Puerto de la Cruz de comienzos del siglo XIX, era casi una multitud.

Al fondo y a la derecha, se ve la casa que fue de Luis Lavaggi. Autor anónimo.
   En ese mismo año, el 12 de febrero, Juan Primo de la Guerra y del Hoyo, refiere en su Diario:“Mi hermana me dice que no estaba enteramente recobrada de su indisposición, que el frío la desazona y que se alegrará pasar algunos días en el Puerto de la Orotava, donde, si me acomoda, buscaría una casa y el Carnaval es buena ocasión, por las diversiones que se presentan en dicho pueblo”. Días después, afirma “También estuvo en casa el regidor don Cayetano Peraza y poco después don Luis de Lugo y don Fernando del Hoyo. Por la noche se habló de ir al Puerto a gozar del carnaval.
           En el resumen dedicado al año 1804 existe en los Anales un breve comentario sobre la celebración del Carnaval, que a continuación transcribo:“Por febrero el carnaval fue muy lucido y memorable por los bailes espléndidos, cenas y bebidas tan variadas. El alcalde y su señora madre, hacían los honores de la casa que al efecto se equipó, aunque el costo se hizo por ellos y los demás ricos caballeros del pueblo”. Y en relación al carnaval de 1805, A. Rixo escribe:”Carnaval famoso, porque el Sr. Alcalde era joven apasionado de ese entretenimiento y director de las farsas”. Como aclaración, diré que en los años anteriormente citados, era alcalde de nuestro pueblo Bernardo Cólogan Fallon (1722-1814), hijo de María Isabel Fallon Gante y Bernardo Cólogan Valois. Este alcalde destacó como una persona muy culta y amiga de organizar representaciones teatrales, en las que solía participar veces como actor, veces como director.
                La parte final de la primera década del siglo XIX fue una época confusa, pues después de la invasión de España por parte de los franceses al mando de José Napoleón Bonaparte, nuestra nación cayó en manos de los franceses, que proclamaron Emperador a José Bonaparte, un hermano de Napoleón, que subió al trono como José I de España.

José Bonaparte, Rey de España como José I. Tomada de Wikipedia
  Estos hechos desencadenaron la llamada Guerra de la Independencia que duró hasta 1814, momento en que  José Bonaparte, que había sido proclamado Rey de España con el nombre de José I y que fue despectivamente llamado como Pepe Botella y Pepe Plazuela, tuvo que abandonar España, restituyéndose en el trono a Fernando VII. Se comprende que durante esta etapa, el pueblo español inmerso en una guerra no estaba para celebrar muchos carnavales.

Fernando VII (1784-1833). Tomada de Wikipedia.
El motín de los franceses de 1810   
  Aunque por su contenido no tiene nada que ver con las Fiestas de Carnaval, me ha parecido oportuno comentar el llamado Motín de los Franceses, cuyos incidentes ocurrieron en el lugar del Puerto de la Cruz, justamente los días de en que debían celebrarse las fiestas de carnaval, pero que no se hacían con mucho júbilo por hallarse la nación envuelta en la guerra contra la invasión francesa y el destierro de Fernando VII, que permaneció retenido en París hasta el término del conflicto.
  En su narración de lo ocurrido en 1810, A. Rixo comenta:“En este año en los días de Carnaval, se presenció aquí una escena horrorosa, nunca vista en tal ocasión en ningún tiempo. El 4 de marzo bajó de La Orotava un gran tropel de gente rústica y alborotada a buscar y llevar preso a cierto bailarín francés nombrado Mr. Pier o Perico, el cual había bajado a este Puerto para embarcarse para los Estados Unidos; y la plebe de nuestro pueblo embullada con el mal ejemplo, se amotinó también y al día siguiente asesinó inhumanamente a dos franceses pacíficos, avecindados en este lugar desde hacía algunos años. 

Casa de la Familia Cólogan frente a  la Plaza de la Iglesia. Autor desconocido.
El uno Mr. José Bressan, escribiente de la casa Cólogan, de donde le extrajeron e hirieron con puñal al pasar, dicen unos, por delante de la puerta de la parroquia, otros que, junto a la sacristía. Otros y parece lo más conteste, por haberse notado en la pared señales de sangre y estar allí una cruz, junto a la esquina de la casa de doña Gregoria Guirola, que mira hacia el espaldar de la parroquia, calle de Santo Domingo.

Bernardo Cólogan Fallon (1772-1814). Tomada de Wikipedia
  El segundo Mr. Louis Broual, maestro de primeras letras, latín y música, que se había refugiado en la Batería de Santa Bárbara al amparo del Gobernador Rafael Pereyra, que allí se halla, a quienes se lo pidieron y éste, temiendo no se desmandase la chusma contra su autoridad, en lugar de hace disparar un cañón contra aquella canalla media ebria, tuvo la debilidad de entregarles al hombre, con encargo de conducirlo al depósito de La Orotava. Lo prometieron. Pero, pérfidos, apenas salió de la puerta del rastrillo, le descargaron un golpe en la cabeza y le acabaron de matar, cuando puesto de rodillas imploraba misericordia. ¡Esta horrorosa escena acaeció asaz alumbrada, porque además del farol que iba acompañando al Gobernador, iban algunos chicos a cangrejear con sus hachos encendidos, y se detuvieron allí para ver en que paraba aquello. Dice un testigo que vio al pobre Broual dirigirse de gatas algunos pasos hacia la casa de Cullen, pero como no cesaba el apaleo, volvió al rastrillo, donde expiró. Este testigo fue su discípulo y fue quien tomó una sábana y le sepultó, en lo que imitó a José de Arimatea. Su nombre don Antonio Domingo Gutiérrez, a quien acompañó Mateo Hernández, alias Manitas.

Recreación de la desaparecida batería de Santa Bárbara. Autor desconocido.
  Con el cadáver se cometieron mil vilezas, algunas tan indecentes que hay reparo en escribirlas, arrastrándolos, mutilándolos, colgando a uno de ellos boca abajo con parte de la ropa ya fuera, de los andamios de la popa de un barco, que se estaba construyendo en la Plaza del  Charco. Y hubo mujer que hasta los mordió, ¡como si fuese una acción heroica! ¡Borrón eterno de la canalla de este pueblo!.

          La Plaza del Charco y el antiguo astillero. Dibujo de A. Rixo.
  Los bancos de la escuela y todos sus utensilios, los despedazaron y arrojaron a la plaza. Y el cuadro con el Santo Cristo, dicen que Esteban González, lo llevó arrastrando por las calles hasta botarlo al mar. Así no es extraño arrojasen desde el mirador las jaulas con los pájaros y hasta una perrita de falda. Escandaliza sólo pensar en pensar tales barbaridades perpetradas en un lugar tenido por tan civilizado como el nuestro. Vivía el maestro Broual en la Plaza Parroquial, en la casa (es la actual casa parroquial) que hace esquina a la calle de la Independencia (actual calle Cólogan).
   La gente visible y honrada que se amilanó en sus casas los primeros días, se resolvió al fin a juntarse en la casa del Alcalde Real, el capitán Rafael Pereira, la tarde del día ocho, armada secretamente. Y con pretexto de publicar un bando, se juntó al populacho y le cayeron encima, prendiendo y amarrando a los más. Pocas horas después, llegaron de Santa Cruz 80 hombres que mandó el Comandante General don Carlos Luján, a las órdenes del Mariscal de Campo, don José F. Arteaga, quien condujo los presos para aquella plaza, donde murieron muchos en la prisión del propio año, en que hubo allí la fiebre amarilla. Otros fallecieron en presidio pues la Real Audiencia condenó a varios de ellos a este castigo, por cinco, ocho y diez años o efectuar servicios en el ejército y marina.
   El primero de los amotinados que hirió al primer francés fue un español apodado El Curro, que allí se hallaba. Después se pasaron los amotinados a cometer otros excesos, sin hacer caso de un exhorto que les dirigió el Alcalde mayor don José Díaz Bermudo, quien había bajado de La Villa para que se quitasen, ni de otra misión que desde un balcón de la parroquia les hizo el Padre Fray Agustín Navarro, con un Santo Cristo en las manos.
  Pedían dinero por las casas y toda la pandilla guida por el carnicero, con un bandera española en la mano, iba vitoreando a Fernando VII. Se dijo que querían tomar a las señoritas más guapas del pueblo y también hicieron un viaje a La Villa para verse con sus camaradas revoltosos, que les habían dado el mal ejemplo de alborotarse. El objeto de este viaje fue ver si podían asesinar a los franceses prisioneros que se hallaban en depósito en la cárcel de La  Villa, pero algunos sujetos discretos les disuadieron con maña.
  A los dos destrozados franceses, por despecho e irrisión, la canalla les llevó la primera noche arrastrando por la calle de San Felipe en adelante, dejando a uno en La Chercha y al oro en el llano contiguo, sobre la playa. Y les enterró sin ceremonia alguna en el campo erial por fuera del Castillo de San Felipe, los anteriormente citados Antonio Domingo Gutiérrez, Mateo Hernández Rojas y otro pobre conocido, llenos de compasión”.

                                        Castillo de San Felipe. Autor anónimo
  He utilizado para la narración anterior lo escrito por A. Rixo en sus Anales al hablar de lo acontecido durante el año 1810, pero debo indicar que también voy a usar para ilustrar mejor la narración anterior, el artículo titulado “Bernardo Cólogan Fallon y el Motín de los franceses de 1810.¿Sólo actor y testigo?”, publicado por Alejandro Martín Perera y José Antonio Ramos Arteaga en las Actas del XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana de 1908.
 El citado artículo comienza con una carta escrita por Bernardo Cólogan Fallon a los hermanos José y Patricio Murphy, fechada el 8 de marzo de 1810, en la que se despide de  ellos afirmando De Vms.. el consternado, el asustado y el abandonado amigo. Son palabras escogidas cuidadosamente por el comerciante portuense para impresionar el ánimo de los Murphy y promover la intervención de la tropa, bien de Santa Cruz, bien de “otros pueblos” para sofocar el motín que se venía desarrollando en el Puerto de La Orotava desde el 5 de marzo, lunes de Carnaval. Afirmaba que estaba consternado, porque dos ciudadanos franceses muy cercanos a la Casa Cólogan habían sido asesinados brutalmente, el maestro Broual y Bressan, el escribiente de su casa comercial. 
  Bernardo  Cólogan afirmaba asimismo en su carta que estaba asustado, porque después de los crímenes no se había calmado la situación y que muchos gritaban “no basta con matar a los franceses, hagamos lo mismo con sus aliados y que tenían listas de esas personas”. Indudablemente con el término “aliados” los insurrectos aludían no solo a los portuenses de nación francesa que reclamaban los primeros días, tal como el doctor Juan Emeric vecino de Puerto de la Cruz, sino  extendía a los “caballeros” del pueblo a los que se acusaba de escaso fervor patriótico, cuando no, directamente, de entregar la isla a una supuesta invasión napoleónica. Cólogan se sentía abandonado tanto por la debilidad de las autoridades civiles y militares locales como por la demorada intervención de la autoridad militar insular, cuya tardanza en intervenir lamentaba exclamando: “¿Es posible que por tanto como hemos pagado al Rey, no hemos de merecer siquiera una guarnición siquiera de 50 a 60 hombres a su costa?”
  En el trabajo citado los autores comentan que el miércoles de ceniza (7 de maro) amaneció con “el maltrecho cadáver de Beltrán Brual colgado por los pies y la cabeza abajo en la Plaza del Charco, pendiente de un palo que estaba fijo del suelo, junto a la popa del barco que estaba construyendo Amaro González”. Según los testigos “le faltaba la mayor parte del “tranco” o cabeza, solo un diente en la boca, todo el cuerpo renegrido, el pecho acribillado a puñaladas, las heridas mayores eran una por dentro de la clavícula derecha o garganta baja, y otra por el costado izquierdo, los pies rotos y los calcañales vueltos adelante del modo más horroroso.
  A la llegada del Alcalde Real a la Plaza del Charco, al contemplar dicho espectáculo, con los asesinos del mismo haciendo guardia en torno a él, preguntó qué hacer con el cadáver, mandándole “buscase cuatro palanquines que llevasen arrastrando a aquel perro francés a la Cherche”, y presentándose uno y otros que estaban ya allí como Francisco Diepa, contrarios a lo sucedido, lo bajaron, y lo arrastraron, mientras José Lorenzo Carrero, alias Maraña, Jacinto Padrón Cafus, Domingo de Abreu y Domingo Antonio de la Cruz, alias el Guindo, lo iban apaleando “con la mayor ignominia” hasta la playa del Castillo de San Felipe, donde lo arrojaron en un charco”.
  En los días siguientes, concretamente, el jueves 8 de marzo por la tarde y el siguiente día, continuaron las detenciones que ya habían empezado el día anterior y el Alcalde Real del Puerto, Rafael Pereyra, realizó dos pormenorizadas listas con los participantes con causa de delito en el motín que se produjo, con un total de 49 acusados. Poco tiempo después, se creó una Junta Ejecutiva nombrada por el Cabildo de la isla para conocer, juzgar y castigar a los reos amotinados en La Villa y en el Puerto de la Cruz de la Orotava.
  Integraban dicha comisión Juan Creagh, caballero profeso de la Orden de Santiago, coronel de Ejército y sargento mayor del Batallón de Infantería de Canarias; Juan Meglioniny, capitán de Infantería y sargento mayor de la Plaza de Santa Cruz, Vicente de Ciera, capitán también de Infantería y gobernador militar de la isla de La Gomera, siendo estos tres nombrados jueces en la comisión. Asimismo, se nombró al licenciado Juan Rodríguez Botas, abogado de los Reales Concejos, en calidad de asesor, al licenciado Félix Pérez Barrios como fiscal y a Enrique José Rodríguez como escribano de la causa.
 Termino la narración de estos horribles hechos con el duro testimonio aportado por dos testigos de la causa entablada, el primero de los cuales declaró textualmente lo siguiente:” Juan Castilla acompañado de Santiago Puch, criado de la casa de Cólogan, y de Francisco el Alguacil, de orden del los señores de dicha casa, fueron con dos sábanas, para amortajar el cadáver de Bressan y el de Broual. Que llegando al paraje donde llaman la Cherche, encontraron al primero desnudo de medio cuerpo arriba, con una puñalada junto al pecho, otra en el otro lado del cuerpo, y algunas otras; igualmente el casco de la cabeza fuera, con la parte superior de un lado comida como de animales, y la asadura fuera, que luego cosieron con una sábana y lo dejaron en el mismo sitio. Observando el testigo que tenía sus partes destrozadas. Que luego se encaminaron hacia la Playa del Castillo donde hallaron el cuerpo de Broual destrozado todo el vestido, con una puñalada por debajo de pescuezo, muchas en la garganta, y en varias partes del cuerpo, la cabeza escachada, que seguidamente lo pusieron bien y cosiéndolo con la otra sábana lo trajeron un poco más arriba, en donde lo dejaron”.

Puerta de entrada al cementerio protestante (La Chercha). Autor anónimo.
  La declaración del otro testigo fue similar en cuanto a la crudeza de los hechos, pues en su relato contó que: “Yendo hacia el cadáver de José Bressan para amortajarle con una sábana, que para este fin mandó don Bernardo Cólogan, de orden de quien fue el testigo, encontraron un cuerpo enteramente herido con muchas puñaladas, y las más de ellas en las partes superiores del cuerpo, que a la cabeza le faltaban el casco, y tan horrorosa que no parecía lo que era, desnudo de la cintura arriba y con unos calzones y medias negras. Que el declarante fue el que le puso la sábana, de modo que al hacer esta gestión se manchó todo de sangre. La misma operación hicieron con don Beltrán Broual, al que hallaron en la Playa del Castillo también desnudo de medio cuerpo arriba y la camisa enrollada en el pescuezo, con muchas más heridas que el primero, la cabeza escachada, y todo el cuerpo muy horrible de las heridas”.  
  Sirvan estas narraciones para comprobar el horror que se vivió en nuestro pueblo en las fechas comprendidas entre los días lunes 5 de marzo hasta el día 9 del mismo mes, momento en que debía el pueblo estar celebrando la festividad de Carnaval. 

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