El Acantilado de
Martiánez
En el costado este del
Puerto de la Cruz teniendo a sus pies la desembocadura del Barranco de
Martiánez, se levanta el Acantilado de Martiánez, de agreste e imponente
belleza, la cual persistió hasta bien entrado el pasado siglo, donde por una
mal entendida política urbanística, fue destrozado hasta quedar reducido a lo
que es actualmente, un muñón deforme, remedo del antiguo acantilado donde
vivieron nuestro antepasados aborígenes, los guanches, muchos de los cuales
fueron vendidos como esclavos. Los restos de los antiguos pobladores de las islas
fueron saqueados y dispersos por los conquistadores y sus descendientes, desde comienzos
del siglo XVI hasta bien avanzado el siglo XX.
Acantilado
de Martiánez, visto desde la Playa del mismo nombre. Foto Marcos Baeza Carrillo
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La Ladera y el
Acantilado de Martiánez, constituyen el accidente geográfico más significativo
de la costa oriental del Puerto de la Cruz, cuya formación geológica tuvo lugar
durante las erupciones que dieron lugar a la construcción del edificio insular,
hace aproximadamente, unos 300.000 años. Su origen por lo tanto, es muy
anterior a la formación del suelo donde posteriormente se asentaría el núcleo
urbano de la ciudad.
El acantilado se
conformó en un periodo de intensa actividad volcánica, que según los
estudiosos, se manifestó sobre todo, en el centro de la isla, y por lo tanto,
según sus opiniones, el origen del Acantilado y Ladera de Martiánez está
relacionado con la formación de la llamada Dorsal de Acentejo, concretamente, con las erupciones ocurridas en Izaña o Montaña, situadas en las proximidades
del Teide.
Cueva
del Acantilado de Martiánez. Autor anónimo
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Este acantilado costero de Martiánez, sobre el que se asienta el mirador
y toda la urbanización de La Paz fue, antes de la conquista de la isla, una
auténtica necrópolis guanche. En sus cuevas naturales, unas utilizadas como
cuevas de habitación y otros para enterramientos, se han encontrado abundantes
vestigios y yacimientos aborígenes. Además, la Ladera destaca por la importante
flora autóctona que atesora, especialmente las palmeras canarias y tabaibas.
Playa y Acantilado de Martiánez. Foto Marcos
Baeza Carrillo
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Antiguamente existía un sendero peatonal muy frecuentado a lo largo de
los siglos XVIII, XVIII, XIX y parte de XX, por los antiguos vecinos del viejo
lugar del Puerto de la Cruz de la Orotava, para ir en busca de las aguas de la
Fuente de Martiánez. Ya en época más cercanas a la actual, a lo largo del
pasado siglo, se transitaba por esta vereda del Acantilado de Martiánez, en
busca de las zonas de buena pesca que existían en el litoral, tales como La
Laja de la Sal y la llamada Casa del Barco, esta última, mucho más lejana.
Abajo la zona de rocas conocida como La Laja de
la Sal. Autor anónimo
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Este sendero está actualmente cerrado al público, por ser dominio del
Hotel Semíramis, que construyó un acceso directo desde su hotel hasta una
pequeña piscina que existe entre las rocas de la Laja de la Sal. El sendero que permitía transitar desde la playa hasta el acantilado fue
ampliamente utilizado en el siglo pasado para acceder directamente desde la
Playa de Martiánez hasta la zona de La Paz, como una alternativa al otro que
partía desde el Barranco de Martiánez y atravesaba El Tope. En épocas todavía
recientes, se veía transitar por el primer camino a numerosos turistas, que ascendían por la estrecha y
empinada senda hasta el mirador de La Paz, teniendo ante sus pies a medida que
se ascendía, la espléndida vista que ofrecía la Playa de Martiánez y el caserío
del pueblo, pero el riesgo que entrañaban los desprendimientos de rocas provocó
el cierre del sendero al tránsito del público.
Flora autóctona en la Ladera de Martiánez. Autor
anónimo
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El topónimo Martiánez
El topónimo
Martiánez que se aplica a esta zona, al barranco y a la playa aledaña, deriva del
nombre de uno de los primeros españoles que tuvieron propiedades en la zona y
que se llamaba Martín Yanes,
portugués dedicado en 1522, junto a los esclavos Juan Ferrero Martín y
Francisco Basaguero, a atender una plantación de cañas [1]. Andando el tiempo,
con la unión del nombre y apellido se originó el término Martinyanes, que se convirtió en Martinianes y finalmente terminó en Martiánez. Este tipo de cambios fue una derivación bastante utilizada y así, se
puede citar que de manera similar Alonso Yanes se convirtió en Alonsianes y Gonzalo Yanes en
Gonzalianes.
La doctora Ana
Viñas Brito al hablar de la organización social del trabajo en los ingenios
azucareros en el siglo XVI, concretamente de la profesión de cañavero cita [2] que
“una vez que se había procedido a la
plantación encontramos a uno de los principales trabajadores de las
plantaciones de caña como era el cañavero. Sus funciones estaban estrictamente
reguladas por el ordenamiento local y el pago a su trabajo se abonaba con una
parte de la cosecha, abundando los contratos a partido. La contratación del
cañavero podía durar varios años debido a la mayor duración del ciclo
productivo, y se ocupaba de todo el proceso de “cura del cañaveral”. Las
labores de cura de cañas generalmente se especifican en cada contrato, así en
el firmado entre Andrés Suárez Gallinato y Martín
Yanes se establecía que correspondía por estas labores: “escardar,
desgusanar, cavar, regar, bien labrar, armar a los ratones y hacer todas las
bienhechorías que el buen cañavero debe hacer, envarar las madres si fuere
necesario y hacer los otros beneficios que convengan”.
La misma autora
en el trabajo anteriormente comentado afirma que, “cuando los esclavos eran propiedad del dueño de la plantación, éstos se
empleaban en las labores de la misma, pero en ocasiones eran entregados por sus
propietarios como parte integrante de los contratos a partido, como se observa
por ejemplo en el año 1522 en La Orotava (Tenerife”). En este caso el propietario del ingenio entregó tres
de sus esclavos negros, Juan Ferrero, Martín y Francisco Bagacero, a quien
ejecutaba el contrato con él, siendo este último responsable de los mismos,
obligándose a suplirlos por otros en caso de muerte o enfermedad y no pudiendo
abandonar la hacienda sin permiso de su dueño o del mayordomo de la hacienda.
Además, el dueño de los esclavos debía vestirlos durante el tiempo del trabajo
y a cambio, daría 40 fanegas de trigo al año para los esclavos y para el
trabajador. Es decir, los propietarios ponían a trabajar a sus esclavos en
propiedades ajenas, obteniendo con ello mayores beneficios, pues la mano de
obra era costosa.
Lamentablemente,
no me ha sido podido localizar el nombre que los guanches utilizaban para
designar a la zona que actualmente nombramos como Martiánez, detalle que si
bien no considero imprescindible, si me parecía interesante, pero hasta el
momento no he encontrado nada que aporte alguna luz sobre este aspecto.
Las
cuevas de los guanches en el Acantilado de Martiánez
En
el pregón de las Fiestas de Julio correspondiente a 1993 [3], en honor al Gran
Poder de Dios y la Virgen del Carmen, el ilustre geólogo portuense D. Telesforo
Bravo nos ofreció unas interesantes notas acerca de las cuevas del Acantilado
de Martiánez, que por su interés, a continuación reproduzco literalmente:”Los guanches nos dejaron en herencia una
necrópolis con una galería de cuevas, con restos arqueológicos en el Acantilado
de Martiánez. Casi todas eran de difícil acceso, pues las vías para alcanzar
las bocas que se abrían hacia el vacío, se modificaron naturalmente en el
proceso erosivo a lo largo de los siglos… De las reiteradas visitas que hice a
estas cuevas, llegué a convencerme de que algunas de ellas estaban ya en desuso
en la época de los guanches, sobre todo por el deterioro sufrido por la acción
erosiva y desprendimientos de los techos, entrando la lluvia, llenando de
tierra y mojando las momias.
Otras eran secas y bien
resguardadas, pero su contenido fue explotado durante los siglos XVIII y XIX y
comienzos del XX. En el siglo XIX era práctica común, cuando no había abono
para los cultivos, recoger el “polvo” de las cuevas de los guanches. Por otro
lado, se estableció un lucrativo comercio de momias con destino a
coleccionistas particulares y museos europeos [4].
Fotos de Telesforo Bravo en el
Acantilado de Martiánez
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El
prestigioso geólogo portuense continúa su relato afirmando:“Al menos existían seis grandes cuevas, de las que sólo dos tenían
fácil acceso. Todas tenían restos humanos y una de ellas había sido utilizada
como refugio de ganado cabrío, pero las demás, de difícil acceso, no se
salvaron de la extracción de los objetos más valiosos. Tengo infinidad de datos
de estas cuevas, esto sería un relato, a veces anecdótico, que nos llevaría mucho
tiempo. Sólo diré de una que me dio idea del esplendor que debieron tener estas
cuevas en la época que le dedicaban a sus muertos los ritos que desconocemos.
Solía ir a una cueva llamada de “falso techo”, ya que gran parte se había caído
y sólo quedaban unos delgados puentes de escoria. En el suelo crecían las
plantas con una frondosidad extraordinaria. En el extremo, la cueva era firme y
tenía una boca que se abría hacia el acantilado. El mar se veía por esta
ventana y como era un lugar agradable, me iba allí a leer o estudiar, mala
costumbre que he podido corregir. La zona resguardada tenía algunos rincones de
poca profundidad y techo bajo, con un suelo llano, quedando fuera un posible
tránsito. Un lunes me fui con mis libros a la cueva y encontré huellas de
perros en el polvo. El domingo había sido día de caza y no me llamó la atención
Por alguna razón, el perro escarbó en el suelo y puso al descubierto más de 100
cuentas con una extraordinaria variedad. Algunas de ellas tenían huellas
dactilares muy señaladas. En un hueco lleno de tierra depositada por el agua
había una cuenta de vidrio, tan antigua, que tenía la llamada “lepra del
vidrio” cuando se llega a hidratar”.
En
un interesante trabajo publicado por el ya citado geólogo Telesforo Bravo [5], titulado
El Acantilado de Martiánez, se insertan dos dibujos de su propia autoría, en
los que se muestra comparativamente, lo que a su juicio debió ser la Ladera de
Martiánez en la época en la que los guanches la habitaban y la situación
actual, referida a 2006, en la que ya se aprecian la significativas variaciones
provocada por la mano del hombre.
Creo
que a través de estos relatos, realizados por una persona como D. Telesforo
Bravo, que fue un profundo conocedor de la zona, podemos tomar conciencia de
cómo era el Acantilado de Martiánez y como algunas de las cuevas de esta zona
llegaron a estar habitadas por nuestros antepasados guanches.
El
Acantilado de Martiánez visto por Olivia Stone
Olivia
Stone, la viajera inglesa tantas veces citada en estas crónicas que conoció y
describió nuestro pueblo en 1885, nos ha dejado una excelente descripción del
Acantilado de Martiánez en su libro Tenerife
y sus seis satélites. La autora dice:”Hay
una vista magnífica de la ciudad que hemos dejado atrás; el sol matutino
resalta con toda nitidez las paredes enjalbegadas, los postigos verdes, las
tejas rojas y las azoteas. Continuando nuestro paseo, después de beber un poco
de agua fresca [6] y comprobar su
frescor y su pureza, llegamos, poco después, a una cueva que penetra una corta
distancia en el risco, pero que posee un techo alto y una entrada ancha. Está
formada del mismo conglomerado suelto. El piso se ha hundido en una parte y hay
un agujero casi circular, de unos cuatro pies [7], a través del cual vemos una luz que penetra desde el mar, probando
que esta cueva inferior tiene una abertura en esa dirección. Un poco más lejos
tenemos que inclinarnos en algunos
puntos para evitar golpearnos con las rocas
que sobresalen y continuamente tocamos con los codos, masas de preciosos
culantrillos y asustamos numerosas palomas, que giran y se alejan volando. Este
paseo requiere una cabeza firme ya que el mar ruge a unos cien pies por debajo
de nosotros y la bajada hacia la costa es bastante empinada. Hay varios
agujeros pequeños en el risco, llenos de tierra roja fina, aunque quizás
“escarlata” describiría mejor el color. Sobre nuestras cabezas los estratos
están muy retorcidos y algunos trozos sobresalientes parecen, con el azul claro
del cielo de fondo, serpientes de tierra asomando sus cuellos sobre el mar
desde sus madrigueras subterráneas.
Ahora tenemos que dejar el sendero, porque ha habido un deslizamiento de
tierra y es imposible avanzar en esa dirección. Como los acantilados aquí son
menos escarpados, aprovechamos una pendiente poco inclinada y alcanzamos la
parte superior. En la cima descubrimos que la tierra es más o menos plana y
cultivada, aunque se ha dejado una meseta yerma de considerable anchura en su
estado original, cubierta de rocas y con escasa vegetación. En esta zona vemos varias cabras alimentándose
que constituyen una imagen de lo más pintoresca. Un cabrero está sentado en una
roca que sobresale por encima del precipicio, con su larga pértiga en una mano
y la barbilla descansando sobre sus rodillas, mientras mira con ensoñación
hacia el mar.
Probablemente algún
guanche mirase así muchas veces antes de la llegada de los crueles invasores.
Lleva pantalones cortos y camisa, con un fajín escarlata alrededor de la
cintura y un sombrero de fieltro negro. Las cabras vagan a su alrededor y por
la ladera del risco, en puntos donde el sólo hecho de verlas saltar de un sitio
a otro te marea. Hay a nuestro alrededor cardones gigantescos, con sus
múltiples columnas rígidas apuntando hacia el cielo, y algunos pequeños grupos
de una florecilla morada”.
A la izquierda, D. Leopoldo Cólogan Zulueta y su
esposa al borde del Acantilado. Autor anónimo
A la derecha, zona final del Paseo de los Cipreses, hoy Paseo de Agatha Christie. Autor anónimo |
Quiero
llegado a este punto, invitar al lector que conoció el antiguo Acantilado de
Martiánez, para que vague con su imaginación por aquel hermoso paisaje que
durante gran parte del siglo XIX se mantuvo muy similar a como lo describe O.
Stone con sus líricas y soñadoras imágenes y que hoy lamentablemente, es casi
una auténtica ruina.
Vista panorámica del Puerto de la
Cruz desde La Paz. Foto Marcos Baeza Carrillo
|
En
julio de 1981 un desprendimiento ocurrido en la Ladera de Martiánez, sobre la
zona en la que se sitúa la carretera del este, hizo caer sobre la carretera un
considerable número de rocas, que afectaron a algunos vehículos, sin causar daños
a las personas, lo que provocó la construcción del actual túnel que existe en
la zona, para la protección del tráfico rodado.
[1] Puerto de la Cruz. Precisiones sobre su
origen. M. Rodríguez Mesa. Litografía Romero, p. 29, 2015.
[2] La organización social del trabajo en los
ingenios azucareros canarios (siglos XV-XVI). Ana Viña Brito.
[3] La
referencia al citado pregón se encuentra en mi primera crónica.
[4] En el Musée de L’Homme de la ciudad de París,
existe una momia guanche muy bien conservada, que yo pude ver durante mi
estancia postdoctoral en esta ciudad durante los años 1975-1977.
[5] Revista La Ladera de Martiánez, editada por
el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, nº
.
[6] Se refiere al agua de la Fuente de Martiánez,
de la que hablaré con más detalle en otra crónica.
[7]
Un pie equivale 0,2786 m, luego 4 pies son aproximadamente, 1,15 m. de diámetro.
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