Narro
en esta crónica como eran las costumbres del carnaval antiguo del Puerto de la
Cruz de la Orotava, algunas de las cuales nos pueden parecen hoy día bastante fuera de
lugar porque más que divertir, molestaban a los transeúntes que las padecían,
tales como eran el arrojar aguas, harina, ceniza, etc., a los transeúntes, en tanto que otras eran
francamente peligrosas, como la pésima costumbre de tirar estopas encendidas.
La crónica continúa con unas notas
acerca de la casa de la familia Bethencourt Molina en la que nació el ilustre
ingeniero portuense Agustín de Bethencourt Molina. Más tarde fue llamada Casa
de Teatro y Baile, porque durante un cierto tiempo fue utilizada como lugar
para efectuar reuniones y bailes de la buena sociedad portuense de la época.
El edificio corresponde a la antigua
casa que fue derribada para modernizar el Hotel Monopol, que después comienzos
del siglo XX estaba establecido en este lugar.
Termina esta crónica, narrando la
aparición en nuestro carnaval de dos números importantes como son los llamados
la Piñata y el Entierro de la Sardina, lo que tuvo lugar en el siglo XIX y que han perdurado a través del tiempo
hasta nuestros días, evidentemente con los naturales e inevitables cambios. Particularmente, me ha parecido interesante narrar la celebración de un Entierro de la Sardina que se hizo en la llamada Casa Amarilla, que más tarde sería la sede del primer centro primatológico.
Las
antiguas costumbres de Carnaval
Según comenta el escritor Pío Baroja en su libro titulado“El Carnaval”,
en el siglo XVIII resultaba bastante habitual que la gente arrojase a los transeúntes, agua,
harina, cenizas y en ocasiones, otros objetos aún más contundentes. El agua se
arrojaba con pucheros y cubos en grandes cantidades, o bien en pequeñas dosis utilizando
jeringas, aunque parece que también resultaba frecuente utilizar pequeñas
bombas hechas con cáscaras de huevos, que se rellenaban con agua olorosa.
He podido constatar de manera fehaciente, que estas
costumbres que hoy día nos parecen extrañas y un poco bárbaras y molestas, también existieron en el carnaval de nuestro pueblo, pues A. Rixo en
su obra inédita titulada El Duende de
Profesión o Aventuras inéditas de
Fray Luis de la Confusión, en el capítulo segundo pone en boca de dos de
los personajes de la obra el siguiente diálogo:
-- “Padre, ¿cómo le fue a Vd. de
carnestolendas?.
-- “Sr. Tomás, estas diversiones se
debían de desterrar. Si viera usted lo que dice el Maestro Crousset en su
Discurso 8º; las titula casas del diablo, remedo de las bacanales de los
paganos”.
-- “Padre no crea Vd. lo que dice
ese Cruceta, ni arremedan los carnavales, ni paganas, … nada, nada de eso. Cosa
como las entrudas nunca la ha habido en el mundo. El martes pasaba yo
descuidado por La Ranilla, y dos muchachas, cada una más fuerte que una
balandra, me abordaron, una por estribor y otra por babor, y me achicaron
harina que nunca me había visto tan enjalbegado”.
No deja de resultar bastante curioso, el tono distendido y hasta divertido con que un cronista tan serio y sesudo como
lo fue el portuense A. Rixo aborda el tema de las carnestolendas o carnavales,
llegando a afirmar por medio de su personaje de ficción que “Cosa como las entrudas nunca la ha habido en
el mundo”. Añado que por más que he buscado esa palabra en diversos
diccionarios no he podido encontrarla, pero parece evidente que se refiere a la
celebración de los carnavales.
En el último párrafo del diálogo
anterior queda claramente de manifiesto
el uso y abuso que se hacía de arrojar harina en los días de carnaval,
pues del contexto del diálogo se deduce que las mozas lo dejaron casi
totalmente cubierto de harina, lo que Rixo comenta metafóricamente afirmando
que nunca se había visto tan enjalbegado,
aludiendo a la antigua costumbre de designar con el verbo enjalbegar la operación de pintado de las fachadas de las casas con
una solución de cal en agua a la que se le añadía un colorante. Este verbo, actualmente totalmente en desuso, aparece en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua,
que lo define como “blanquear las paredes
con cal, yeso o tierra blanca”.
Rixo insiste sobre ese tema al
hablar de las costumbres del carnaval afirmando, “ya hay algunos años que entre las clases decentes apenas se usa
tirarse polvos, aguas o estopas encendidas, como se hacía antes”. Este
párrafo pone de relieve la existencia de antiguas costumbres del viejo
carnaval, que en muchos casos podían resultar harto peligrosas, tales como el
lanzamiento de estopas encendidas a los transeúntes cercanos.
Esas
costumbres estuvieron presentes en los carnavales hasta finales del siglo XVII,
y así en febrero de 1799 se dicta una disposición oficial, con vigencia para
todo el Reino, en la que se manifestaba:“Ninguna
persona osara de tirar en las calles, sitio público de plazas, paseos ni otros
lugares, huevos con agua, harina, lodo ni otras cosas con las que se pueda
incomodar a las gentes y manchar los vestidos y las ropas, ni tampoco echar
agua clara ni sucia desde los balcones y ventanas con jarras, jeringas ni otros
instrumentos como pellejos, vejigas y otras cosas”.
La revista santacrucera La Aurora
publico en 1848, un artículo titulado “Escenas
Carnavalescas”, en la que su autor pasaba revista a las costumbre
carnavalescas de Francia e Italia, comparándolas con las de nuestras islas,
afirmando al final del artículo: “En
nuestras islas no hay costumbres
peculiares sobre este punto, a no tenerse por tales, la de enharinar o
chafarrinarse la cara”.
Podría hasta cierto punto, considerarse relacionada con el uso de harinas y polvos durante el carnaval antiguo anteriormente narrado, la costumbre, aún vigente en la isla de La Palma, de lanzar a los
transeúntes polvos tacos durante la celebración de la llamada Fiesta de los
Indianos, pero este hábito es completamente inofensivo y en la actualidad es
una fiesta muy divertida que se realiza en la isla de La Palma.
Otra
costumbre bastante utilizada en los antiguos carnavales, pero que hoy ha caído
completamente en desuso, fue la llamada batalla de “huevos tacos”, entendiendo por tales a cáscaras de huevo rellenas
con pedazos pequeños de papel, que se
utilizaban como arma arrojadiza entre las máscaras de los carnavales. El periódico portuense Iriarte, publicó en un número de finales del siglo XIX, un
largo artículo titulado “Máscaras y huevos
tacos” algunos de cuyos párrafos
creo que merecen ser reproducidos: “...Tiene
también el Carnaval ejercicios de tiro
al blanco; y no es aquello de que se gaste en tales ejercicios pólvora en
salvas, porque a las primeras de cambio se retira cualquiera de los beligerantes con un ojo hinchado o con
las narices como un pimiento morrón. Sin embargo, no suele ser grande la
gravedad de estas heridas. Las balas
empleadas en el combate no inspiran miedo, sino que antes al contrario
enardecen el ánimo a su presencia y al punto el brazo comienza a arrojar estas
especies de bombas de mano. Son esas
bombas los huevos tacos *, con las que el último día del Carnaval se ametralla mutuamente
nuestra sociedad. Se divide ésta en dos bandos, de los cuales uno por regla
general ocupa siempre las mejores posiciones que pudiéramos calificar de
inexpugnables, si la bondad de este último bando no nos permitiera reponernos
bajo su misma tienda así que nuestras municiones se han extinguido.
¡Y quien lo
creyera! Una vez concluidas
las hostilidades, penetra el bando débil
(titulado fuerte en otras clases de
combates) en el campamento del bando
fuerte (nombrado débil
para otros casos), y allí, sobre los escombros de la batalla, pisando
los cascos de las granadas rotas,
lleva a cabo su apoteosis el vencedor, uniéndose en suavísimo lazo fraternal
con el vencido, el cual rodea la cintura de aquel mientras la música rompe en
despeñado torrente de armonías que parecen incitar a un segundo pero nuevo
combate, en el que las almas se trasfunden y los cuerpos se enlazan, formando
entonces, en el vertiginoso voltear del baile, una hermosa alegoría de paz y
humanitario amor, que antes turbare la batalla de los huevos tacos.
Las siguientes fotografías tomadas durante la celebración del Carnaval de 1927 y 1928, dan fe de la utilización de
ingentes cantidades de serpentinas, que se acompañaban por el lanzamiento de
huevos tacos desde las gradas colocada en el lateral de la calle Blanco y desde
las ventanas de las casonas de la citada zona, que eran
respondidas por los ocupantes de las carrozas y de los coches engalanados.
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Batalla de huevos tacos y serpentinas durante el Carnaval de 1927. Autor anónimo
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![]() |
Carroza totalmente
cubierta de serpentinas. Carnaval de 1928. Autor anónimo.
|
La
costumbre del uso de los huevos tacos perduró incluso después de la prohibición
de las Fiestas del Carnaval decretada por la Dictadura del general Francisco
Franco Bahamonde al finalizar en 1939 la Guerra Civil, pues siguió realizándose
durante las Fiestas de Julio, en honor del Gran Poder de Dios y la Virgen del Carmen.
Lo
que me parece claramente establecido más allá de toda duda, es que el pueblo, tanto el llano como el
económicamente más acomodado, disfrutaba de las fiestas de carnaval,
evidentemente de manera diferente, en función de sus también muy distintas
posibilidades económicas. Un apunte que hace hincapié en este aspecto lo
encontramos en el comentario que A. Rixo hace en sus Anales al hablar de las
costumbres en relación a finales del siglo XVIII:“Los convites, meriendas y francachelas eran muy frecuentes entre toda
clase de personas: Las máscaras y bailes en los días de carnaval, desde un mes
antes traía al vecindario divertidísimo, sin imaginar que hubiese otra cosa más
digna de ocupar la mente humana en todo el mundo … He aquí las ocurrencias y
costumbres públicas del siglo XVIII en el Puerto de la Cruz de la Orotava…”.
Resulta
interesante que tratemos de adentrarnos en los diversos elementos que componían
el carnaval de la gente acomodada de nuestro pueblo, para lo cual recurriré una
vez más a la pluma de A. Rixo, quien comenta:“El carnaval aquí siempre se ha jugado con empeñada alegría, por toda
clase de personas, sin que en medio de tantas locuras resultase nadie ofendido,
excepto el año 1810, por un motín de la plebe contra los franceses. La gente
principal, cosa de un mes antes de Carnestolendas, solía salir con
representaciones por las noches, músicas y vestidos extraños y costosos. Las
tardes del martes se daban paseos a caballo y por las noches bailes en alguna
casa particular, o equipada por suscripción, concluyéndose con una cena
espléndida y concurrida”.
Evidentemente, A. Rixo se refiere en su comentario a la gente adinerado de nuestro pueblo, pero
no debemos concluir que el pueblo llano tomaba parte en la fiesta participando
de otro tipo de diversiones, muy diferentes de las anteriores, pero no por ello
menos divertidas.
Podemos
tener la imagen más completa de como se celebraban las fiestas de carnaval rn nuestro pueblo, leyendo lo que el mismo Rixo dice al respecto:“Los frailes dominicos, ciertos sábados del
año por la noche, salían a la calle cantando el tercio a la Virgen del Rosario,
con la pequeña imagen de ésta, cuatro faroles, un estandarte, acompañados de
beatas y beatos. Siendo el sábado de carnestolendas, uno de los que se
utilizaba para las procesiones, ocurría
frecuentemente que al encontrase la gente ya embullada y al tener las máscaras
que transitar de una a otra calle, atravesaban por medio de la procesión, la
caula asimismo dejaban los chicos jóvenes por seguir detrás de los diabletes,
que de paso les hacían algunas bromas a los beatos, que se quejaban de ellos
llamándose impíos y discípulos de Satanás”.
Creo que este
último comentario permite apreciar que durante los días en que celebraba el Carnaval, por las calles principales de nuestro
pueblo había un amplio trasiego de máscaras populares y que frecuentemente, su
diversión chocaba frontalmente con las manifestaciones externas de la religión,
tales como las procesiones.
La
Casa de Teatro y Baile
Opino que podría ser una importante ayuda para llegar a una clara comprensión de cómo se vivía el carnaval en nuestro pueblo durante el siglo XIX, traer a colación un comentario que A. Rixo hace en sus
Anales, al describir el periodo comprendido en la década 1850-1860. El cronista
portuense comenta:“Existía una casa
llamada Casa de Baile y Teatrito en la Plaza Parroquial sostenida por personas
pudientes a la par que por personas hacendosas,
en cuyo ocal era de juro hacer representaciones por las Pascuas, Carnavales,
etc. Esto fue decayendo poco a poco, hasta cesar del todo en el año 1854”.
Se refiere A. Rixo a la casa
solariega de la familia Bethencourt Castro, que años más tarde, al ser
adquirida por un nuevo dueño, vecino de Santa Cruz de Tenerife, hizo quitar el
teatro y el mobiliario, convirtiendo así el edificio en almacén de papas y
cebollas. Desde el siglo pasado, esta casa alberga al Hotel Monopol, Desde
comienzos del siglo pasado, esta casa alberga al Hotel Monopol, pero el edificio ha sufrido
una profunda remodelación, que ha hecho cambiar totalmente el aspecto original
de la antigua y señorial fachada.
![]() |
A la izquierda Convento Dominico, Hotel Marquesa y Duquesa, y a la derecha
la casa de la Familia
Bethencourt. 1900. Autor anónimo.
|
Me
parece interesante comentar. pues es un hecho no bien conocido del público en general, que en esta casa se construyó el primer teatro en
cierto modo regular que existió en Canarias, siendo costeado por los
principales vecinos del pueblo, reunidos algunos años antes en sociedad
privada. El teatro era de construcción sencilla y con poca capacidad, pero por
lo que he podido averiguar el escenario estaba adornado con lindas decoraciones
pintadas por los aficionados concurrentes a las representaciones.
En ese pequeño teatro se
representaron varias piezas teatrales ejecutadas por los socios con mucha
habilidad, de lo que da cuenta el periódico La Aurora, que se
editaba en Santa Cruz, en un artículo escrito en 1847 sobre la
historia del teatro den las Islas Canarias, pues cita las siguientes obras que se
representaron en el citado teatro: Un
paseo a Bedlam, Quiero ser cómico,
Un tercero en discordia, Hacerse amar con peluca, Mi secretario y yo, y Coquetismo y presunción. Añado que según
el artículo del citado periódico, la primera ópera que se oyó en las islas fue
ejecutada en el Puerto de Cruz de la Orotava en el citado teatro en el año de
1832. Me parece interesante destacar además que una de las últimas obra que se
representó en el citado teatro siempre según el periódico La Aurora, se
titulaba Lances de Carnaval, lo cual
nos da una nueva e interesante pista acerca de la importancia con que vivía el
carnaval en nuestro pueblo en el siglo XIX.
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Agustín de Bethencourt y
Molina (1758-1824). Foto Facebook
|
En
esta casa nació el ilustre ingeniero e inventor Agustín de Bethencourt y Molina
(1758-1854) y en recuerdo de su memoria, en la pared externa del Hotel Monopol,
figura una lápida en la que recuerdan la fechas memorables relativas a la
construcción de la casa y a su uso, tanto como Casa de Teatro y Baile, hasta su
conversión final en el Hotel Monopol.
Añado además, que en la cercana Plaza de la Iglesia se erigió un busto del citado ingeniero portuense, que
llegó a ser director de la Escuela de Ingenieros y Caminos de Madrid y que posteriormente
se desplazó a Rusia, donde ocupó importantes cargos trabajando para la zarina Catalina I hasta su fallecimiento. En alguna ocasión se han hecho intentos para traer hasta nuestro pueblo los restos de este ilustre ingeniero, pero las autoridades rusas se han negado a ello, ya que aducen y no sin razón, que para ellos la figura de A de Bethencourt es de enorme importancia y que por ello lo lógico es mantenerlo en su actual sepultura, por lo que se han negado al traslado de sus restos. No hace demasiado tiempo un grupo de portuenses ha rendido un sentido homenaje a la figura de este ilustre portuense, visitando su tumba y depositando en ella una corona de flores, tal como se aprecia en la siguiente fotografía cedida por Milagros Luis Brito, que aparece en ella al pie de la tumba del ilustre portuense.
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Tumba de A. de
Bethencourt Molina en Rusia. Cedida por Milagros Luis Brito
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El
Carnaval en las Sociedades Culturales y Recreativas
En
la segunda mitad del siglo XIX tiene lugar en los diferentes pueblos de nuestra
isla la aparición de las llamadas sociedades culturales y recreativas, que no
fueron otra cosa que una agrupación de individuos que se reunieron para fundar
sociedades que tenían por finalidad fundamental fomentar la cultura, el recreo
y las diversiones de los socios participantes en ellas.
Una vez puesta en marcha la
sociedad por la empeño de un reducido grupo de personas, lo que implicaba la redacción de unos estatutos, éstos se enviaban
para su aprobación al Gobierno Civil de la provincia y una vez aprobados, se alquilaba
un local y se reunían los socios fundadores para nombrar la primera directiva.
Al término de cada año, solía terminar el mandato de las directivas y en los
últimos días del año o comienzos del siguiente se procedía a la elección de la
nueva junta directiva. Por lo general las diferentes sociedades culturales de
nuestro pueblo, no tuvieron local en propiedad sino que alquilaban una casa que
consideraban adecuada para su funcionamiento.
Resulta interesante resaltar que
algunas de estas sociedades del casco, tuvieron un marcado carácter elitista,
tal como fue la primera fundada que se denominó Casino (1856-1972) y que
popularmente fue conocida como Casino de los Caballeros, por ser la mayoría de
sus socios las personas de mayor rango social y poder económico de nuestro
pueblo. Un poco más tarde, en 1860, surgió la sociedad llamada La Unión, que era
más abierta y reunía a los propietarios y la burguesía local. y finalmente, en
1890, apareció el llamado Círculo de Iriarte, que popularmente fue conocida como
Iriarte y que se mantuvo durante mucho tiempo, desapareciendo cuando estaba
establecida en la Plaza del Charco. Tanto
el Casino como la Unión eran de los socios que con carácter general podríamos
llamar conservadores, mientras que la sociedad Iriarte no ocultaba que estaba
impregnada de un claro tinte socialista, pues celebraba sonados bailes conmemorando la proclamación de la República en España.
No
es el momento adecuado para describir la vida de estas sociedades y en esta
crónica sólo me referiré a una de sus actividades más demandadas y concurridas,
como fue la celebración de bailes en sus salones sociales, a los que
evidentemente podían concurrir sus socios y en casos especiales algunas personas
invitadas por los socios previa autorización de la junta directiva.
La
llamada “temporada de bailes”
de las sociedades solía comenzar según las circunstancias en diciembre o a
comienzos del mes de enero y duraban hasta marzo, terminando la temporada con
el Clásico Baile de Piñata, que cerraba las festividades del Carnaval, para dar
paso a la Cuaresma, preludio de la Semana Santa.
El
tanto veces citado A. Rixo nos da cumplida noticia de la celebración de este
tipo de bailes y así en 1866, comenta en sus Anales. “El 11 y 13 de febrero, tuvimos carnaval fresco, y también dos bailes
en el Casino, costeados por la gente más acomodada y otro, en el ex-convento de
monjas catalinas, organizado por los artesanos”. Por la alusión a la gente
más acomodada, el primero debía tratarse de un baile organizado por la sociedad
Casino, que por aquel entonces tenía su sede en la calle Castaño, que
corresponde a la actual Nieves Ravelo. Evidentemente, la cita de que hubo otro
baile organizado por los artesanos, nos permite apreciar que por aquella época,
no había demasiada mezcolanza de clases, y que cada cual acudía al baile donde
solía ir la gente de su clase y condición.
En
algunas ocasiones se llegó a celebrar bailes en la sede del Ayuntamiento, y resulta
interesante señalar que a ellos se invitaba a la colonia extranjera
residente en nuestro pueblo. Así, en 1888, el periódico santacrucero Diario de
Tenerife se hacía eco de uno de estos bailes, comentando que tuvieron gran
éxito: “el baile de Carnaval que se ofreció
en las Casas Consistoriales del puerto de la Cruz, así como una luchada y riñas
de gallos, que también sirvieron para agasajar a la colonia extranjera”.
Aparición
de la Piñata
Hay autores que
afirman que fueron los chinos quienes primero utilizaron la Piñata para
celebrar la llegada del año nuevo, que en su calendario solía coincidir con la
llegada de la primavera y por ello, con rituales relacionados con la
agricultura. Se dice que hacían figuras de animales que rellenaban con
diversos tipos de semillas, cubriendo todo el conjunto con papeles de vistosos colores ,en
la creencia de que esto podría atraer la llegada de buen clima para la
siguiente temporada agrícola. Después de romper con un palo la
figura formada, y derramarse sobre el suelo las semillas encerradas, se
quemaban los restos y las cenizas eran repartidas y guardadas, en la creencia
de que ello atraería buena suerte para que la próxima cosecha fuese muy buena.
Se cree que fue Marco Polo, quien en su viaje a Oriente,
conoció esta tradición y la trajo a Europa, que la aceptó y la incorporó a las
fiestas religiosas, usándose inicialmente un recipiente de
cerámica que con el tiempo se fue decorando exteriormente. La palabra piñata parece que tiene origen italiano y deriva de pignata, cuya pronunciación como es sabido coincide con la palabra
castellana.
Diversos autores afirman que después de la llegada
a Europa de esta costumbre, fueron los italianos y los españoles quienes la incorporaron a sus
tradiciones y festividades religiosas, comenzando a utilizarla en la Festividad
de Cuaresma, con lo que pasó a integrar la nómina del Carnaval.
En un principio, las Piñatas, fundamentalmente, fueron usadas como motivo de diversión y entretenimiento para los niños, pues se usaba externamente una bolsa
de papel o cartón, se la decoraba con papeles de colores y se la llenaba con
diversas clases de golosinas y sorpresas. Se colgaba el conjunto así formado de una rama o de un
adecuado soporte, y los niños trataban de romperla para derramar su contenida
golpeándola con palos de madera o tirando de una serie de tiras que colgaban
hacia el exterior, de las que sólo una era capaz de abrir el recipiente.
Coincidiendo con la llegada de las últimas
décadas del siglo XIX, tuvo lugar el nacimiento de las sociedades culturales y recreativas del Puerto de
la Cruz, entre las que merecen mención, la Sociedad Casino, el Círculo Iriarte
y la Unión, y con ellas apareció la "temporada de bailes", que se extendía desde el mes de
diciembre hasta la Cuaresma y que era muy esperada y deseada por la juventud de
la localidad, pues era el momento en que podía tener lugar el encuentro cercano
de los jóvenes de ambos sexos, eso sí, siempre fiscalizados desde cerca por el
familiar de turno que acompañaba a las jóvenes a los bailes en cuestión, hasta
el punto de que había que pedirle permiso a la acompañante para poder bailar,
aunque la joven en cuestión lo estuviera deseando tanto como el muchacho que se
lo pedía.
Fue
una costumbre muy repetida en casi todas las sociedades recreativas, que la tarde del domingo de
Piñata se celebrara un festival infantil, en el que se seguía jugando con la
tradicional ruptura de un dispositivo colgado del techo, que había que romper a
golpes, para derramar su rico contenido de golosinas, disputándose los niños su
recogida.
Tenemos
constancia de ello, pues el periódico Iriarte, que por los últimos años del
siglo XIX comenzó a editarse en nuestro pueblo con una línea editorial
claramente republicana, publicó en su número 32, correspondiente al 7 de marzo
de 1897 el siguiente comentario editorial:“Mucho
nos ha extrañado que este año no hubiera tenido lugar el baile infantil que
hacía algún tiempo que venía celebrando el Círculo de Iriarte por el día de
Piñata. No sabemos a qué sería debido esta interrupción de un espectáculo que
tan brillante había resultado otras veces; así es que sentimos no ocuparnos del
festival para el que ya muchas madres habían preparado sus pequeños, festival
tanto más esperado por aquellas, cuanto que según hemos oído, no habían
escatimado sacrificio alguno con el fin de que resultara a mayor altura que los
realizados en años anteriores”. Creo que este comentario da constancia
clara de cuanto esperaban las familias la celebración de esta baila para acudir
con sus hijos a los salones de la sociedad Círculo de Iriarte. Sin embargo, el
mismo periódico anteriormente citado comentó el 26 de febrero de 1899 que el
baile infantil de Piñata había sido un notable éxito, dedicándole un extenso
comentario, en el que se citan los nombres de gran número de niños de aquella
época.
En
1814 aparece por vez primera la celebración de la Piñata, que bien pronto
adquirió carta de naturaleza y se arraigó profundamente en el carnaval
portuense. Tenemos noticias fehacientes sobre cuando apareció esta diversión, una vez más gracias
a la pluma del portuense Álvarez Rixo, tantas veces citado en estas crónicas.
En sus comentarios relativos al año 1814 comenta:“El primer domingo de Cuaresma tuvo aquí lugar la diversión denominada
la Piñata, en la Plaza Parroquial, casa número 2, en la que vivía don Juan
Grandi del Castillo, natural de Santa Cruz y vista de nuestra Aduana.
Ocasionando notable escándalo, pero luego se fueron mitigando los escrúpulos“. Considero que esta cita
es muy importante porque aparece por vez primera en la narración de las fiestas
carnavalescas del Puerto de la Cruz, la celebración del Domingo de Piñata y
esto marcó un hito en la evolución del Carnaval. La citada celebración debió
representar un motivo de escándalo social y probablemente existió una cierta oposición,
pero el mismo A. Rixo nos dice que con el tiempo “se fueron mitigando los escrúpulos”.
Creo interesante resaltar la particular
importancia que tuvo en la sociedad portuense la celebración del Baile de
Piñata Infantil, que tradicionalmente celebraba el Círculo de Iriarte la tarde
del domingo de piñata. El periódico local Iriarte hizo una detallada
información del celebrado en 1898 que a continuación reproduzco:"Día memorable en la historia de la sociedad Círculo de Iriarte de nuestro pueblo fue, sin duda, el domingo pasado. Preparado de antemano un baile infantil, tuvo efecto éste en los salones de dicho Círculo a la una de la tarde. Numerosas familias de todas las clases sociales concurrieron al acto, que por cierto resultó brillantísimo.
Entre los pequeños que tomaron parte en aquel rato tan agradable, pudimos contar a la ligera, los siguientes: Juana González León, vistiendo el traje de libertad española, Isabel González, reina de los naipes, María Teresa Hernández, aldeana egipcia, Adalberto Benítez, griego, María Luz Cárpenter, locura, Ana Cárpenter Melián, labradora, Pedro Rodríguez Luz, cocinero, Matilde Rodrígyez Luz, mariposa, Adolfo Pérez Pérez, labrador del país, Juana Espinosa García, estudiante, Carmen Espinosa Chaves, arlequina, María García estrada, alsaciana, Adela García Estrada, oriental y entre los muchos que asistieron sin trajes de disfraz, citaremos a María, Valentín y Hortensia Pérez, Isidoro Luz Cárpenter, etc..El acto fue amenizado por el Quinteto Taoro y una comisión de Círculo de Iriarte integrada por Agustín Estrada, Sixto Nieves, Agustín Martín, Vicente Cartaya, Manuel Álvarez y Agustín Marrero, obsequió a los pequeños bailarines con un refresco.
El baile infantil se prolongó durante algunas horas, terminadas las cuales la muchedumbre que se alojaba en el salón empezó a desfilar retirándose a sus casas muy satisfechos".
La celebración del Domingo de Piñata es uno de los platos fuertes del Carnaval de nuestros días y creo que su aparición en el tiempo merecía ser destacada. Existe un largo periodo de treinta y nueve años (1819-1858) en que no aparecen más citas relativas al Carnaval en los Anales, hasta llegar al año 1859 en la que A. Rixo comenta: “…Domingo y martes de Carnaval y domingo de Piñata, hubo bailes de máscaras en la casa Casino de la Plaza del Charco, a beneficio de los jóvenes artesanos aprendices de la banda de música; la entrada, a peseta por persona, produjo cosa de 40 duros la noche primera…” . La cita es interesante porque un simple cálculo nos permite estimar que los asistentes al baile fueron del orden de doscientas personas, número nada despreciable para la época.
Aunque A. Rixo no menciona el número de
la casa Casino, me parece fuera de toda duda que se refiere a la llamada “Fonda Casino”que existió en la Plaza
del Charco y que fue abierta por Nicolás Álvarez, continuando el negocio su
segunda esposa Juana Esquivel y posteriormente a Pedro Aguilar en 1857, quien
la conservó abierta hasta 1873, llamándola Fonda Casino. En esta casa, que
primero fue propiedad del irlandés D. Tomás Lynch a lo largo del siglo XVIII,
se hospedaron en 1856 el astrónomo británico, Mr. Charles Piazzi Smyth y su
esposa, en 1859 su Alteza Imperial Fernando Maximiliano José, Archiduque de
Austria quien firmó en el libro registro de la fonda bajo el pseudónimo José
Selleny, y años más tarde el francés M. Gabriel Belcastel. A partir de la
segunda mitad del siglo XX, la casa albergó la sede de Falange Española y
conviene citar que existe todavía muy bien conservada y actualmente se la
conoce como Rincón del Puerto.
La celebración del Domingo de Piñata es uno de los platos fuertes del Carnaval de nuestros días y creo que su aparición en el tiempo merecía ser destacada. Existe un largo periodo de treinta y nueve años (1819-1858) en que no aparecen más citas relativas al Carnaval en los Anales, hasta llegar al año 1859 en la que A. Rixo comenta: “…Domingo y martes de Carnaval y domingo de Piñata, hubo bailes de máscaras en la casa Casino de la Plaza del Charco, a beneficio de los jóvenes artesanos aprendices de la banda de música; la entrada, a peseta por persona, produjo cosa de 40 duros la noche primera…” . La cita es interesante porque un simple cálculo nos permite estimar que los asistentes al baile fueron del orden de doscientas personas, número nada despreciable para la época.
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La tercera casa en
el siglo XVIII, fue la sede de la Fonda Casino. Autor anónimo
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Patio de la casa llamada
antiguamente Fonda Casino. Autor anónimo
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El
comentario de Álvarez Rixo nos permite apreciar que a mitad del siglo XIX, se había
consolidado completamente en nuestro pueblo, la celebración de la Piñata, que
se había introducido cuarenta y cinco años atrás. En 1870 aparece otro pequeño
comentario sobre el Carnaval: “Estuvo
animado el carnaval y en tal extremo que hasta el segundo domingo de Cuaresma,
algunas gentes de la Ranilla, celebraron y holgaron con una segunda Piñata”.
Este apunte de Rixo me parece totalmente esclarecedor del cambio espectacular
que ya a estas alturas había sufrido la fiesta del carnaval, que por aquel
tiempo ya había abandonado los salones de la burguesía adinerada y culta, para
pasar a ser patrimonio popular, que lo había extendido en el tiempo con la
celebración de la Piñata, que fue tan del agrado de la población que la habían
extendido con la celebración de una Segunda Piñata, celebrada en un barrio tan
popular y de clase obrera como lo era la Ranilla del pasado siglo.
La
aparición del Entierro de la Sardina
En el año de 1869 se
produce otro hecho hasta entonces insólito, la celebración del llamado “Entierro
de la Sardina”, que ya era muy popular en Madrid, pero que
hasta entonces, a mi conocimiento, no se había producido en el Carnaval de
Puerto de la Cruz, o cuando menos no había sido reflejado en las crónicas de
entonces.
El entierro de la
sardina parece simbolizar el término de las costumbres licenciosas que se
practicaban en carnaval y el advenimiento posterior de la Cuaresma, con todo su
ritual cristiano. Avala este aserto
los comentarios de A. Rixo quien hasta cierto punto se escandaliza de la
introducción de esta costumbre que el tilda de madrileña: “El
miércoles de ceniza se quebrantó por la primera vez aquí la seriedad del día,
yendo algunos individuos de huelga en un carro a enterrar la sardina, al uso de
Madrid, precedidos de hachos de tea, dando alaridos, sin que nadie les
chistase. Uno de los de tal diversión era el mismo sacristán de la parroquia y
el organista, este último también 1º Regidor del nuevo Ayuntamiento
republicano…”
Como se desprende del anterior comentario, a Álvarez Rixo le pareció reprobable alterar
la seriedad con que se acostumbraba a celebrar el miércoles de ceniza, con la celebración del popular entierro de la
sardina, encontrando además una agravante en que dos de los participantes activos
en el acto fuesen el sacristán y el organista de la parroquia. El organista era
Bonifacio García que según el comentario
de Rixo era republicano, y es interesante destacar que ese año resultaron ganadores de las
elecciones los representantes del partido republicano del Puerto de la Cruz.
Se queja además de
que no hubiese nadie que les reprendiera o les dijera nada, o usando sus
propias palabras “sin que nadie les
chistase”. Este hecho, que puede parecer hoy totalmente anecdótico, debe
ser contemplado con la óptica del momento, donde el clero jugaba un papel
importantísimo en la sociedad civil de entonces y este entierro debió de ser
visto como una especie de blasfemia, pues sustituía la habitual seriedad del miércoles de ceniza,
por la algarabía y el jolgorio. Por ello, esta fecha marca otro hito importante
en la celebración de nuestro Carnaval, pues a partir de entonces se introdujo
la celebración del entierro de la sardina, que como bien sabemos constituye uno
de los números importantes de la actual fiesta.
Como una muestra muy clara de lo enraizado que quedó la celebración de La
Sardina, comentaremos el artículo aparecido en el periódico portuense Diario
del Norte en marzo de 1908. Lo transcribo
literalmente por su interés: “Tendrá o no gracia, pero lo cierto es, que el
miércoles de ceniza pocos son los que dejan de salir a las playas o a los
campos, a enterrar la sardina; y no deja
de tener explicación esta inveterada costumbre, parece que se trata de sepultar
la última nota alegra del Carnaval, para que fructifique con los rocíos del
invierno y calores del verano, y al año siguiente se reproduzca fresca y
lozana.
Por esto ayer tarde, invitados por D. Melchor Luz, fueron a su finca de
la costa más de 100 de sus amigos. La expedición partió en carretas de la playa
de Martiánez y ya en la hermosa propiedad de D. Melchor Luz puede aplicársele
lo de llegué, vi y vencí, porque aquello fue el disloque. Tocaba la banda de
música municipal y el
Sexteto Taoro; 100 bocas devoraban papas y. pescado salado
con mojito picón, pan y vino; talmente el vino, que era de primo castello no lo devoraban, lo vertían a torrentes por atarjeas de cuatro metros cúbicos.
Luego se bailó por todo lo alto y flamenco fino, pero con exclusión
absoluta de faldas; allí no había más que pantalones y se pasó un rato
deliciosísimo; varios inteligentes fabricaron una sardina con vivos colores y
venga un pasodoble, en marcha; D. Melchor a hombros,
vitoreándole cariñosamente y todos cuesta abajo; hurras, ajijides; se llega al
pueblo; la sardina conducida por afligidos amigos porque la enfermedad de la
señora no se hubiese prolongado un par de horas más en las alturas de la finca
en que naciera, recorrió las calles con nutrido acompañamiento y con los
acordes de marchas fúnebres entre las que recordamos, como del mejor autor, el
tajaraste. En la Calle de Blanco, a la señora sardina se le descompusieron sus
carnes, convirtiéndose en esqueleto y aquí paz y después gloria.
Como una pequeña aclaración, me parece oportuno
citar que Melchor Luz Lima fue alcalde del Puerto de la Cruz en dos ocasiones,
en los años 1906-1909 y 1916-1920 y además tenía una extensa finca de platanera
en la zona llamada La Costa, ya perteneciente al municipio de La Orotava, en la
que construyó una casa para que residieran en ella los que cuidasen de su finca
y para su solaz y diversiones. Esta casa fue conocida con el nombre de la Casa
Amarilla y fue en ella donde se celebró la festiva reunión que antes comenté.
Según me han comentado alguna personas mayores, Melchor
Luz y Lima, padre del otro gran alcalde portuense Isidoro Luz Carpenter, era
una persona muy alegre, que solía salir de perras de vinos con los amigos y que
participó activamente en las fiestas de Carnaval de nuestro pueblo,
construyendo carrozas en las que participaba activamente.
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