Dada
la proximidad de la celebración de las populares Fiestas de Carnaval, que están previstas
para finales del mes de febrero y comienzos de marzo, me ha parecido
interesante escribir algunas crónicas relativas a esta fiesta, que en nuestra
ciudad, que por entonces era lugar, alcanzaron gran esplendor en tiempos pasados.
Es evidente que la celebración de
las fiestas de carnaval llega a nuestras islas, y por ende al Puerto de la Cruz
de la Orotava, de la mano de los españoles, que después de su conquista
introdujeron en éllas las costumbres, tradiciones, el modo de vida, la
religión y por supuesto las fiestas, tanto las religiosas, que por aquellos
tiempos eran de una enorme importancia social dada la preeminencia que la
iglesia católica tenía en la sociedad española, como las profanas y más
populares, como eran la Carnestolendas o más popularmente los Carnavales.
No
he podido encontrar noticias relativas a la celebración del Carnaval durante los
siglos XVI y XVII, aunque me parece claro, que debieron existir, y por ello comienzo
la crónica comentando algunas noticias sueltas de cómo se desarrollaban estas
fiestas en los siglos XVIII y XIX.
El
carnaval durante el siglo XVIII
Voy a comenzar citando la celebración de carnaval en las lugares de otras islas tales como Santa Cruz
de la Palma y de San Cristóbal de la Laguna, que durante los primeros
siglos, como es bien sabido, era la capital de la Isla de Tenerife. Lo hago, para poner de
relieve que en todas las ciudades y lugares importantes de las islas, y el
Puerto de la Cruz de la Orotava en aquella época lo era, pues desde la segunda mitad
del siglo XVII se convirtió en el más importante puerto de la isla y del
archipiélago, ya que por nuestras aguas salía la mayor parte del afamado vino de malvasía,
cultivado fundamentalmente en el norte de la isla de Tenerife, con destino a
Europa y América.
Aunque
como ya mencioné no tengo noticias relativas a los siglos anteriores, si he
podido encontrar citas relacionadas con la celebración del Carnaval en otras
islas, tal como La Palma, donde son citadas en las Memorias escritas por
Cristóbal del Hoyo Solorzano, que por aquel entonces era Marqués de San Andrés y Vizconde del Buen
Paso, de quien se sabe perfectamente que vivió su niñez y juventud en La Palma, una isla cuya capital por entonces mantenía un fructífero y abundante
comercio con Europa.
![]() |
Cristóbal del Hoyo Solorzano, Marqués de San Andrés y Vizconde del Buen
Paso. Wikipedia
|
El
citado vizconde recuerda con agrado en sus Memoria su vida libertina en Santa Cruz de la Palma, la cual comenta en
tono jocoso como se aprecia del siguiente comentario:”Al instante me acordé de cuando a Matías Felipe le recetaron 200
ducados, porque se puso un hábito de San Francisco en unas Carnestolendas; de
cuando Juan Domingo pasó a Canaria sin flete, por una carta que no dio. También
de cuando a Francia y a Miguel Alfaro les enjabonaron el semblante, porque uno
se vistió de Magdalena y otro de Jesús Nazareno y también de cuando a Cervellón
y a mí, nos delató Talavera, porque cantamos una medianoche esta deprecación a
su sobrina:
Divina Teresa, ora pro nobis.
De los celos de tu tío libéranos, Domine.
Del consejo de tu criada te rogamos audi nos,
Spiritu fornicationis, te rogamos
audi nos, etc.
Estas
letanías le traerían como consecuencia al Vizconde del Buen Paso, su primer
proceso inquisitorial en 1700, a la edad de 23 años, pues fue denunciado por
Talavera a Pedro de Soro, Inquisidor del Santo Oficio en Santa Cruz de la Palma
en septiembre de 1700, porque el seis de febrero, en plenos carnavales, junto
con otros amigos, cantó por la noche las letanías anteriores a la sobrina del citado Talavera.
Me parece interesante recalcar que
la sanción impuesta al Vizconde y sus amigos, se hizo no sólo por la letra de
sus canciones, sino también por sus disfraces, ya que como cité utilizaron
hábitos religiosos, concretaron los de San Francisco, de Nazareno y de
Magdalena. Si bien como ya dije estos hechos transcurrieron en Santa Cruz de la
Palma, me ha parecido muy ilustrativo comentarlos, pues por aquel entonces Santa Cruz de la Palma al
igual del Puerto de la Cruz, mantenían un activo comercio con Europa y América,
por lo que me parece probable que sus costumbres, incluidas las festivas,
fuesen muy similares.
Otro ejemplo muy significativo lo
tenemos en la Memorias de Lope Antonio de la Guerra y Peña, quien escribió en
éllas lo siguiente:”El miércoles 13 de
marzo de 1771, entre las 10 y 11 de la mañana, murió en esta capital (se
refiere a La Laguna), a los 15 años de edad Dª Catalina de Nava, hija primogénita de los
Señores Marqueses de Villanueva del Prado, después de 14 días de enfermedad,
con una calentura maligna, que aunque se le aplicaron varios medicamentos no
bastaron para apaciguarla. Este triste suceso ha ocasionado en toda la ciudad
el más vivo sentimiento y especialmente a los que concurríamos a la tertulia de
los dichos señores y habíamos asistido en la inmediatas Carnestolendas a los
saraos, en los que dicha Señoría manifestó particular complacencia…”
En
las Memorias citadas anteriormente, el mismo autor cita:”El 26 de de febrero de 1775, Domingo de
Carnestolendas, murió en el lugar de Santa Cruz de Tenerife, a la edad de 62
años, poco más o menos, el capitán D. Matías Bernardo Rodríguez ….” .
Finalmente, me parece oportuno comentar que en febrero de 1786, el Corregidor Gregorio Guazo Gutiérrez, publicó
un despacho prohibiendo el uso de máscaras y disfraces durante las Fiestas de
Carnaval, que a continuación transcribo literalmente:”En la ciudad de La Laguna, a 13 de febrero de 1786, el señor D.
Gregorio Guazo Gutiérrez, Corregidor y Capitán de Guerra de esta isla y la de
La Palma, en nombre de S.M. dijo que, acercándose los días de carnestolendas
que también llaman de carnavales, en que suelen las gentes dedicarse al juego
de máscaras, transitando con éllas por las calles, vistiendo trajes ridículo, y
tapándose las caras, con cuya precaución quieren imposibilitar la averiguación
de sus rostros, por lo que con justos motivos, prohíbe estos disfraces. Por
ello, se prohíbe a todos los vecinos y moradores de esta isla de cualquier
calidad, estado y sexo que sean, el uso de las referidas máscaras, bajo la pena
a los de conocida hidalguía de veinte ducados y a los demás de diez.”
Las
citas anteriores, aunque no son relativas a nuestro pueblo, si ponen de relieve
que la celebración de las Fiestas de Carnaval era tan común en Tenerife, que sólo adquirían
la suficiente relevancia para ser mencionadas, cuando por las fechas de su
celebración ocurría algún suceso digno de ser citado, tal como el
fallecimiento de una persona de elevada rango social.
El
carnaval en Puerto de la Cruz durante el siglo XVIII
No son numerosas las citas relativas a la celebración del Carnaval durante el siglo
XVIII en el Puerto de la Cruz, pero podemos hacernos una idea en torno a lo
fascinantes que estas fiestas pudieron ser entre la clase adinerada, sin más
que leer el relato que André-Pierre Ledru, un súbdito francés miembro de la Sociedad
de Artes de Le Mans, de la Academia Celta y del Museo de Tours. Ledrú formaba
parte de una expedición francesa que a bordo del navío francés La Belle
Angelique, arribó a Tenerife en noviembre de 1796, buscando refugio en el
puerto tinerfeño para resguardarse de una gran tormenta.
Ledru hizo el relato de este viaje
en su libro “Voyage aux îles de
Teneriffe, La Trinité, Saint-Thomas, Sainte Croix et Porto Rico”, que se editó
en francés en 1810, y que fue traducido parcialmente por José A. Delgado, sólo
en los relativo a los capítulos referentes a la escala en Tenerife,
publicándose en 1982 con el título “Viaje
a la isla de Tenerife”.
Ledru estaba integrado en la
expedición por su condición de botánico y a causa de la citada tempestad, el
navío permaneció en Tenerife durante varios meses para reparar los graves
desperfectos sufridos por la acción del temporal marítimo. Durante su estancia
en Tenerife Ledru redactó, por encargo de Alonso de Nava-Grimón y Benítez de
Lugo, Marqués de Villanueva del Prado, un catálogo de las plantas existentes en
el Jardín Botánico y se integró muy bien en la sociedad tinerfeña, tal como
podremos ver en el relato que hace de su participación en las Fiestas de Carnaval
de 1797.
“Mis amigos de La
Orotava (se refiere al Puerto de la Cruz de la Orotava) me habían invitado a volver a su casa para pasar las fiestas de
Carnaval. Salí a pié el 25 de febrero de 1797 para herborizar a gusto, y de
paso, me paré en la vivienda del Cura de La Matanza, que me acogió generosamente.
Al día siguiente fui temprano al Puerto, a casa de Mr. Little, negociante
inglés, en donde encontré una sociedad deslumbrante. A las ocho de la noche nos
visitaron treinta jóvenes canarios, ricamente vestidos, quienes representaron
la llegada de Sancho a la ínsula de Barataria. Esta escena, extraída de
Cervantes, fue interpretada con la mayor veracidad, tanto por la vestimenta
como por el tono y el lenguaje de los valientes caballeros del siglo XVI. Después
de haber visto varios bailes españoles, acompañados de una buena música, se
sirvió la comida. La cena fue todo lo alegre que puede ser una reunión de
cincuenta comensales, excitados por la buena comida, el vino malvasía y todo un
cortejo de risas y diversiones.
![]() |
La casa de la izquierda, en la
calle San Juan, perteneció a Archibald y Diego Little. Autor anónimo.
|
Al día siguiente, esta
misma sociedad se reunió en la casa de Mr. Cólogan, negociante francés (Ledrú
comete un error pues es bien sabido que la rama de los Cólogan proviene de
Irlanda y no de Francia) y nuestro
amables Quijotes de la víspera, transformados en agas, visires y pachás, nos
recordaron toda la pompa brillante del Gran Señor. El último acto de una
comedia es generalmente el más agradable. El tercer día, el 28 de febrero de
1797, nos reunimos en casa de Sir Favenc, ex-cónsul inglés y nos entregamos a
la diversión y a la locura, que se volvieron más alegres y ruidosas, con la llegada
de los dioses, que se quisieron unir a nuestros juegos y compartir nuestras
diversiones. Cada uno estaba adornado de los tributos del arte que había
inventado. El caduceo de Mercurio representaba al dios del comercio; Ceres,
ceñida con una guirnalda de espigas y manteniendo en la mano una hoz, anunciaba
la más dulce, la más útil de las artes. La lira de Apolo daba a conocer al dios
del Parnaso; un casco de oro, un escudo de acero y unas armas brillantes,
señalaban al dios terrible de los combates.
![]() |
A la derecha, la casa de los Hermanos Little, que luego fue de la Familia
Reimers. Autor anónimo
|
Todas estas divinidades
se olvidaron muy pronto del Olimpo, al unirse a los felices mortales que
embellecían la fiesta. Esta feliz unión del cielo y de la tierra, recordaba la
edad de oro, que vio descender a Júpiter y Venus de la morada de los inmortales
para venir, en los bosquecillos consagrados al amor, a respirar la
voluptuosidad con Latona y Adonis. Nos separamos bien avanzada la noche,
después de haber rendido culto a Tepsicore y cantado con entusiasmo algunos
himnos famosos que tantas veces han conducido a Francia la victoria.
Amables invitados de La
Orotava, en mi patria conservo el recuerdo de las fiestas compartidas con
ustedes y cuando en el seno de mi familia celebro cada año el aniversario de
estos días de alegría, una dulce ilusión me lleva de nuevo entre mis amigos
Little, Barry, Cólogan, Favenc y Bethencourt.”
Conviene
tener en cuenta que cuando Ledru menciona La Orotava, se está refiriendo al Puerto
de la Cruz de la Orotava, pues es bien sabido que nuestro pueblo estuvo durante
los primeros siglos dependiente de La Orotava.
Todos los
adinerados comerciantes que Ledru va mencionando en su relato eran extranjeros
afincados establemente en el Puerto de la Cruz, donde tenían su vivienda propia
y así, los hermanos Archibald y Diego Little, eran comerciantes escoceses, que
continuaron la sociedad fundada por su tío John Pasley. La casa citada por
Ledru en su relato, no es otra, que la más tarde conocida como Casa Reimers por
pertenecer a esta familia. Los citados hermanos también fueron propietarios de la casa que por deformación de su apellido fue y sigue siendo conocida en el Puerto de la Cruz como Sitio Litre.
Diego
Barry y O’Brien fue asimismo socio de John Pasley de quien se separó en 1791 y
vivió en la casa que se hallaba al lado del Hotel Monopol. La familia Cólogan
es lo suficientemente conocida y creo que no necesitan ninguna explicación. Sir
Favenc, fue cónsul inglés residente en nuestro pueblo y la familia Bethencourt,
como es bien sabido, vivió en la casona que actualmente ocupa el Hotel Monopol.
Por
si la narración que hizo Ledru no resulta del todo convincente de lo bien que
los pasaron él y sus compañeros, en el Carnaval de 1797, añadiré que uno de los
miembros de la expedición francesa llamado Luis de Gros, decidió quedarse
definitivamente en nuestra isla, en la que llegó a ser vicecónsul de Francia, integrándose totalmente en la buena sociedad tinerfeña de la época.
Me
parece oportuno terminar este apartado citando una frase del cronista portuense
A. Rixo, quien afirmó: “El Puerto de la
Orotava ha tenido la fama de ser el pueblo de Canarias más celebrador de las
jocosidades de Momo. Fuélo, no hay duda, desde finales del año 1780, hasta el
de 1820, que empezó a conocerse ese género de decadencia”.
El
carnaval en el Puerto de la Cruz durante el siglo XIX
A lo largo del
siglo XIX tenemos toda una serie de citas en los Anales de A. Rixo, relativas a la celebración de las Fiestas de Carnaval en el Puerto de la Cruz. Así en 1802 comenta:”Fue lucido el Carnaval, en cuya última noche hubo una espléndida
fiesta y cena en casa de don Luis Lavaggi, calle de Venus, esquina a La
Oposición, donde a la sazón vivía. Ascendía la concurrencia a más de 300
personas, quienes quedaron gustosamente desafiadas para sobresalir en el año
siguientes de 1803”. Como aclaración me parece oportuno añadir que la calle de Venus corresponde a la actual Iriarte y la calle de La
Oposición a la actual calle Agustín de Bethencourt, lo que permite fácilmente situar la casa de Luis Lavaggi en la Calzada del Conchos, justo frente la Casa Iriarte.
![]() |
Casa de Luis Lavaggi, la primera a la izquierda. Autor anónimo.
|
Resulta
evidente que A. Rixo se refiere en este párrafo al Carnaval de la gente
adinerada y no al que celebraba el pueblo llano, y su expresión “en cuya última noche”, nos proporciona una clara y directa
información de que las fiestas se extendieron a lo largo de varios días.
También me parece reseñable el número de asistentes, pues 300 personas reunidas en una sola casa para un
pueblo pequeño como era el Puerto de la Cruz de comienzos del siglo XIX, era
casi una multitud.
![]() |
Al fondo y a la derecha, se ve la casa que fue de Luis Lavaggi. Autor
anónimo.
|
En
ese mismo año, el 12 de febrero, Juan Primo de la Guerra y del Hoyo, refiere en
su Diario:“Mi hermana me dice que no
estaba enteramente recobrada de su indisposición, que el frío la desazona y que
se alegrará pasar algunos días en el Puerto de la Orotava, donde, si me
acomoda, buscaría una casa y el Carnaval es buena ocasión, por las diversiones
que se presentan en dicho pueblo”. Días después, afirma “También estuvo en casa el regidor don
Cayetano Peraza y poco después don Luis de Lugo y don Fernando del Hoyo. Por la
noche se habló de ir al Puerto a gozar del carnaval.
En el resumen dedicado al año 1804
existe en los Anales un breve comentario sobre la celebración del Carnaval, que
a continuación transcribo:“Por febrero el
carnaval fue muy lucido y memorable por los bailes espléndidos, cenas y bebidas
tan variadas. El alcalde y su señora madre, hacían los honores de la casa que
al efecto se equipó, aunque el costo se hizo por ellos y los demás ricos
caballeros del pueblo”. Y en relación al carnaval de 1805, A. Rixo escribe:”Carnaval famoso, porque el Sr. Alcalde era
joven apasionado de ese entretenimiento y director de las farsas”. Como
aclaración, diré que en los años anteriormente citados, era alcalde de nuestro
pueblo Bernardo Cólogan Fallon (1722-1814), hijo de María Isabel Fallon Gante y
Bernardo Cólogan Valois. Este alcalde destacó como una persona muy culta y
amiga de organizar representaciones teatrales, en las que solía participar
veces como actor, veces como director.
La parte final de la primera década
del siglo XIX fue una época confusa, pues después de la invasión de España por
parte de los franceses al mando de José Napoleón Bonaparte, nuestra nación cayó
en manos de los franceses, que proclamaron Emperador a José Bonaparte, un
hermano de Napoleón, que subió al trono como José I de España.
![]() |
José Bonaparte, Rey de
España como José I. Tomada de Wikipedia
|
Estos hechos desencadenaron la llamada Guerra de la Independencia que duró hasta 1814,
momento en que José Bonaparte, que había sido proclamado Rey de España con
el nombre de José I y que fue
despectivamente llamado como Pepe Botella
y Pepe Plazuela, tuvo que abandonar
España, restituyéndose en el trono a Fernando VII. Se comprende que durante
esta etapa, el pueblo español inmerso en una guerra no estaba para celebrar
muchos carnavales.
![]() |
Fernando VII (1784-1833).
Tomada de Wikipedia.
|
El
motín de los franceses de 1810
Aunque
por su contenido no tiene nada que ver con las Fiestas de Carnaval, me ha
parecido oportuno comentar el llamado Motín
de los Franceses, cuyos incidentes ocurrieron en el lugar del Puerto de la
Cruz, justamente los días de en que debían celebrarse las fiestas de carnaval,
pero que no se hacían con mucho júbilo por hallarse la nación envuelta en la guerra contra la
invasión francesa y el destierro de Fernando VII, que permaneció retenido en
París hasta el término del conflicto.
En
su narración de lo ocurrido en 1810, A. Rixo comenta:“En este año en los días de Carnaval, se presenció aquí una escena
horrorosa, nunca vista en tal ocasión en ningún tiempo. El 4 de marzo bajó de
La Orotava un gran tropel de gente rústica y alborotada a buscar y llevar preso
a cierto bailarín francés nombrado Mr. Pier o Perico, el cual había bajado a
este Puerto para embarcarse para los Estados Unidos; y la plebe de nuestro
pueblo embullada con el mal ejemplo, se amotinó también y al día siguiente
asesinó inhumanamente a dos franceses pacíficos, avecindados en este lugar
desde hacía algunos años.
![]() |
Casa de la Familia Cólogan frente a
la Plaza de la Iglesia. Autor desconocido.
|
El uno Mr. José Bressan,
escribiente de la casa Cólogan, de donde le extrajeron e hirieron con puñal al
pasar, dicen unos, por delante de la puerta de la parroquia, otros que, junto a
la sacristía. Otros y parece lo más conteste, por haberse notado en la pared
señales de sangre y estar allí una cruz, junto a la esquina de la casa de doña
Gregoria Guirola, que mira hacia el espaldar de la parroquia, calle de Santo
Domingo.
![]() |
Bernardo Cólogan Fallon (1772-1814). Tomada de
Wikipedia
|
El segundo Mr. Louis
Broual, maestro de primeras letras, latín y música, que se había refugiado en
la Batería de Santa Bárbara al amparo del Gobernador Rafael Pereyra, que allí
se halla, a quienes se lo pidieron y éste, temiendo no se desmandase la chusma
contra su autoridad, en lugar de hace disparar un cañón contra aquella canalla
media ebria, tuvo la debilidad de entregarles al hombre, con encargo de
conducirlo al depósito de La Orotava. Lo prometieron. Pero, pérfidos, apenas
salió de la puerta del rastrillo, le descargaron un golpe en la cabeza y le
acabaron de matar, cuando puesto de rodillas imploraba misericordia. ¡Esta
horrorosa escena acaeció asaz alumbrada, porque además del farol que iba
acompañando al Gobernador, iban algunos chicos a cangrejear con sus hachos
encendidos, y se detuvieron allí para ver en que paraba aquello. Dice un
testigo que vio al pobre Broual dirigirse de gatas algunos pasos hacia la casa
de Cullen, pero como no cesaba el apaleo, volvió al rastrillo, donde expiró.
Este testigo fue su discípulo y fue quien tomó una sábana y le sepultó, en lo
que imitó a José de Arimatea. Su nombre don Antonio Domingo Gutiérrez, a quien
acompañó Mateo Hernández, alias Manitas.
![]() |
Recreación de la desaparecida batería de Santa Bárbara. Autor desconocido.
|
Con el cadáver se cometieron mil vilezas, algunas tan indecentes que hay reparo en escribirlas,
arrastrándolos, mutilándolos, colgando a uno de ellos boca abajo con parte de
la ropa ya fuera, de los andamios de la popa de un barco, que se estaba
construyendo en la Plaza del Charco. Y
hubo mujer que hasta los mordió, ¡como si fuese una acción heroica! ¡Borrón
eterno de la canalla de este pueblo!.
![]() |
La Plaza del Charco y el antiguo astillero. Dibujo de A. Rixo.
|
Los bancos de la
escuela y todos sus utensilios, los despedazaron y arrojaron a la plaza. Y el
cuadro con el Santo Cristo, dicen que Esteban González, lo llevó arrastrando
por las calles hasta botarlo al mar. Así no es extraño arrojasen desde el
mirador las jaulas con los pájaros y hasta una perrita de falda. Escandaliza
sólo pensar en pensar tales barbaridades perpetradas en un lugar tenido por tan
civilizado como el nuestro. Vivía el maestro Broual en la Plaza Parroquial, en
la casa (es la actual casa parroquial) que hace esquina a la calle de la Independencia (actual calle Cólogan).
La gente visible y
honrada que se amilanó en sus casas los primeros días, se resolvió al fin a
juntarse en la casa del Alcalde Real, el capitán Rafael Pereira, la tarde del
día ocho, armada secretamente. Y con pretexto de publicar un bando, se juntó al
populacho y le cayeron encima, prendiendo y amarrando a los más. Pocas horas
después, llegaron de Santa Cruz 80 hombres que mandó el Comandante General don
Carlos Luján, a las órdenes del Mariscal de Campo, don José F. Arteaga, quien
condujo los presos para aquella plaza, donde murieron muchos en la prisión del
propio año, en que hubo allí la fiebre amarilla. Otros fallecieron en presidio
pues la Real Audiencia condenó a varios de ellos a este castigo, por cinco,
ocho y diez años o efectuar servicios en el ejército y marina.
El primero de los amotinados que hirió al
primer francés fue un español apodado El Curro, que allí se hallaba. Después se
pasaron los amotinados a cometer otros excesos, sin hacer caso de un exhorto
que les dirigió el Alcalde mayor don José Díaz Bermudo, quien había bajado de
La Villa para que se quitasen, ni de otra misión que desde un balcón de la
parroquia les hizo el Padre Fray Agustín Navarro, con un Santo Cristo en las
manos.
Pedían dinero por las
casas y toda la pandilla guida por el carnicero, con un bandera española en la
mano, iba vitoreando a Fernando VII. Se dijo que querían tomar a las señoritas
más guapas del pueblo y también hicieron un viaje a La Villa para verse con sus
camaradas revoltosos, que les habían dado el mal ejemplo de alborotarse. El objeto
de este viaje fue ver si podían asesinar a los franceses prisioneros que se
hallaban en depósito en la cárcel de La
Villa, pero algunos sujetos discretos les disuadieron con maña.
A los dos destrozados
franceses, por despecho e irrisión, la canalla les llevó la primera noche
arrastrando por la calle de San Felipe en adelante, dejando a uno en La Chercha
y al oro en el llano contiguo, sobre la playa. Y les enterró sin ceremonia
alguna en el campo erial por fuera del Castillo de San Felipe, los
anteriormente citados Antonio Domingo Gutiérrez, Mateo Hernández Rojas y otro
pobre conocido, llenos de compasión”.
![]() |
Castillo de San Felipe. Autor anónimo
|
He
utilizado para la narración anterior lo escrito por A. Rixo en sus Anales al
hablar de lo acontecido durante el año 1810, pero debo indicar que también voy
a usar para ilustrar mejor la narración
anterior, el artículo titulado “Bernardo
Cólogan Fallon y el Motín de los franceses de 1810.¿Sólo actor y testigo?”,
publicado por Alejandro Martín Perera y José Antonio Ramos Arteaga en las Actas
del XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana de 1908.
El
citado artículo comienza con una carta escrita por Bernardo Cólogan Fallon a
los hermanos José y Patricio Murphy, fechada el 8 de marzo de 1810, en la que se
despide de ellos afirmando “De Vms.. el consternado, el asustado y el
abandonado amigo”. Son palabras
escogidas cuidadosamente por el comerciante portuense para impresionar el ánimo
de los Murphy y promover la intervención de la tropa, bien de Santa Cruz, bien
de “otros pueblos” para sofocar el
motín que se venía desarrollando en el Puerto de La Orotava desde el 5 de
marzo, lunes de Carnaval. Afirmaba que estaba consternado, porque dos ciudadanos
franceses muy cercanos a la Casa Cólogan habían sido asesinados brutalmente, el
maestro Broual y Bressan, el escribiente de su casa comercial.
Bernardo Cólogan afirmaba asimismo en su carta que estaba
asustado, porque después de los crímenes no se había calmado la situación y que
muchos gritaban “no basta con matar a los
franceses, hagamos lo mismo con sus aliados y que tenían listas de esas
personas”. Indudablemente con el término “aliados” los insurrectos aludían no solo a los portuenses de
nación francesa que reclamaban los primeros días, tal como el doctor Juan
Emeric vecino de Puerto de la Cruz, sino extendía a los “caballeros” del pueblo a los que se acusaba de escaso fervor
patriótico, cuando no, directamente, de entregar la isla a una supuesta
invasión napoleónica. Cólogan se sentía abandonado tanto por la debilidad de
las autoridades civiles y militares locales como por la demorada intervención de
la autoridad militar insular, cuya tardanza en intervenir lamentaba exclamando:
“¿Es posible que por tanto como hemos
pagado al Rey, no hemos de merecer siquiera una guarnición siquiera de 50 a 60
hombres a su costa?”.
En
el trabajo citado los autores comentan que el miércoles de ceniza (7 de maro)
amaneció con “el maltrecho cadáver de
Beltrán Brual colgado por los pies y la cabeza abajo en la Plaza del Charco,
pendiente de un palo que estaba fijo del suelo, junto a la popa del barco que
estaba construyendo Amaro González”.
Según los testigos “le faltaba la
mayor parte del “tranco” o cabeza, solo un diente en la boca, todo el cuerpo
renegrido, el pecho acribillado a puñaladas, las heridas mayores eran una por
dentro de la clavícula derecha o garganta baja, y otra por el costado
izquierdo, los pies rotos y los calcañales vueltos adelante del modo más
horroroso.
A la llegada del
Alcalde Real a la Plaza del Charco, al contemplar dicho espectáculo, con los
asesinos del mismo haciendo guardia en torno a él, preguntó qué hacer con el
cadáver, mandándole “buscase cuatro palanquines que llevasen arrastrando a
aquel perro francés a la Cherche”, y presentándose uno y otros que estaban ya
allí como Francisco Diepa, contrarios a lo sucedido, lo bajaron, y lo
arrastraron, mientras José Lorenzo Carrero, alias Maraña, Jacinto Padrón Cafus,
Domingo de Abreu y Domingo Antonio de la Cruz, alias el Guindo, lo iban
apaleando “con la mayor ignominia” hasta la playa del Castillo de San Felipe,
donde lo arrojaron en un charco”.
En
los días siguientes, concretamente, el jueves 8 de marzo por la tarde y el
siguiente día, continuaron las detenciones que ya habían empezado el día
anterior y el Alcalde Real del Puerto, Rafael Pereyra, realizó dos
pormenorizadas listas con los participantes con causa de delito en el motín que
se produjo, con un total de 49 acusados. Poco tiempo después, se creó una Junta
Ejecutiva nombrada por el Cabildo de la isla para conocer, juzgar y castigar a
los reos amotinados en La Villa y en el Puerto de la Cruz de la Orotava.
Integraban dicha comisión Juan Creagh, caballero
profeso de la Orden de Santiago, coronel de Ejército y sargento mayor del Batallón
de Infantería de Canarias; Juan Meglioniny, capitán de Infantería y sargento
mayor de la Plaza de Santa Cruz, Vicente de Ciera, capitán también de
Infantería y gobernador militar de la isla de La Gomera, siendo estos tres nombrados
jueces en la comisión. Asimismo, se nombró al licenciado Juan Rodríguez Botas,
abogado de los Reales Concejos, en calidad de asesor, al licenciado Félix Pérez
Barrios como fiscal y a Enrique José Rodríguez como escribano de la causa.
Termino
la narración de estos horribles hechos con el duro testimonio aportado por dos
testigos de la causa entablada, el primero de los cuales declaró textualmente lo
siguiente:” Juan Castilla acompañado de Santiago Puch, criado de la casa de
Cólogan, y de Francisco el Alguacil, de orden del los señores de dicha casa, fueron
con dos sábanas, para amortajar el cadáver de Bressan y el de Broual. Que
llegando al paraje donde llaman la Cherche, encontraron al primero desnudo de
medio cuerpo arriba, con una puñalada junto al pecho, otra en el otro lado del
cuerpo, y algunas otras; igualmente el casco de la cabeza fuera, con la
parte superior de un lado comida como de animales, y la asadura fuera, que
luego cosieron con una sábana y lo dejaron en el mismo sitio. Observando el
testigo que tenía sus partes destrozadas. Que luego se encaminaron hacia la Playa
del Castillo donde hallaron el cuerpo de Broual destrozado todo el vestido, con
una puñalada por debajo de pescuezo, muchas en la garganta, y en varias partes
del cuerpo, la cabeza escachada, que seguidamente lo pusieron bien y cosiéndolo
con la otra sábana lo trajeron un poco más arriba, en donde lo dejaron”.
![]() |
Puerta de entrada al cementerio protestante (La Chercha). Autor anónimo.
|
La
declaración del otro testigo fue similar en cuanto a la crudeza de los hechos,
pues en su relato contó que: “Yendo hacia
el cadáver de José Bressan para amortajarle con una sábana, que para este fin
mandó don Bernardo Cólogan, de orden de quien fue el testigo, encontraron un
cuerpo enteramente herido con muchas puñaladas, y las más de ellas en las
partes superiores del cuerpo, que a la cabeza le faltaban el casco, y tan
horrorosa que no parecía lo que era, desnudo de la cintura arriba y con unos
calzones y medias negras. Que el declarante fue el que le puso la sábana, de
modo que al hacer esta gestión se manchó todo de sangre. La misma operación hicieron
con don Beltrán Broual, al que hallaron en la Playa del Castillo también
desnudo de medio cuerpo arriba y la camisa enrollada en el pescuezo, con muchas
más heridas que el primero, la cabeza escachada, y todo el cuerpo muy horrible
de las heridas”.
Sirvan
estas narraciones para comprobar el horror que se vivió en nuestro pueblo en
las fechas comprendidas entre los días lunes 5 de marzo hasta el día 9 del
mismo mes, momento en que debía el pueblo estar celebrando la festividad de
Carnaval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario